viernes, 13 de abril de 2018

No es lugar para sermones

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Andrés Alén


13 de abril de 2018

Comentaba el director de cine Wim Wenders en reciente entrevista que "no se puede soltar sermones desde la pantalla". Entiendo que supone ajeno al lenguaje cinematográfico, a su ritmo e intensidad una perorata interesada, que aterriza cuan ovni en un espacio tan singular como caracterizado por su visualidad, su narrativa o su estructura artística y técnica.

Uno piensa, y da la bienvenida, a todo lo que contribuye a una mayor concentración, concienciación y asimilación de un hecho que algunos creemos importante porque supone una vivencia personal al tiempo que una manifestación pública, arraigada en la cultura tradicional y popular, que muchos deseamos mantener.

Un cofrade ha vivido muchas veces ese nerviosismo que antecede a una salida procesional, esa ansiedad que bombea la sangre con más fuerza, que llena la mente de recuerdos y vivencias, esos instantes en que parece que todo se colorea buscando una intensidad y ese fin de que todo salga bien y, sobre todo, que sirva y que nos sirva cuando ese laberinto intrincado de callejuelas que vamos a recorrer se interiorice en búsqueda y anhelo de verdad.

La preparación de una salida penitencial es muy importante. Hay hermandades que lo hacen después de misa, triduos pascuales, promesas, lecturas, oraciones (recuerdo vivamente la Iglesia nueva del Arrabal repleta de hábitos blancos en la celebración de la cena del Señor todos los Jueves Santos). Todo ello da sentido e intensifica lo que va a suceder. Y, después, cuando el ruido cesa, una buena meditación también es digno epilogo para todo lo que acaba de acontecer. Creo que si una procesión no la sienten los cofrades desde dentro, es imposible comunicar algo más que bulla al exterior.

Noto que todo lo anteriormente expuesto pertenece al ámbito íntimo de las hermandades. Ahora salimos, hacia otro público mucho más heterogéneo, curiosos, turistas, creyentes, incrédulos, portadores de móviles incansables, público, mucho con buen tiempo, que la verdad suelen ser bastante respetuosos, en algunos lugares mucho más que en otros. (En Salamanca, concretamente, pueden estar a la par el respeto del público hacia los desfiles que el de los desfiles, con sus interminables e incomprensibles parones, hacia el público). Salimos digo, con nuestra parafernalia, esa que mantuvieron los siglos. Nuestras músicas, nuestros adornos, nuestros silencios, pies descalzos, cruces, velas, capirotes, una teatralidad, claro, teatralidad barroca, que es propiamente nuestro lenguaje, y que va buscando atinar en la emoción, en la emoción de la belleza, se consiga o no. Marcha acompasada de los pasos, hileras de luz, sones reconocibles de Amargura o Mater Mea (ahora se pone de moda estrenar marchas para cada Cristo, Virgen o misterio y ya no reconocemos nada), incienso como santa niebla y esta ciudad radiantemente hermosa que a veces dudo si nos la merecemos. En fin, momento álgido…

Pero, perdonen, alguien se acerca con un cartapacio que se dispone a leer. Interrumpimos la programación, diacono, hermano, cura coadjutor, vicario u obispo, y leen, no se oye apenas, nadie ha venido a escucharlos, pero leen, y se alargan, ya lo creo que se alargan, que nos dejan baldaos, no dicen siquiera "volvemos en tantos minutos después de la publicidad". Y parece que no les importa, como si estas peroratas fueran un impuesto que las cofradías tienen que asumir como pago por cierto reciente apoyo a la Semana Santa por parte de la jerarquía. Claro, que la gente se va, como se fue del Arrabal, después de suspendida la procesión, cuando en medio de un frío de patente salmantina se empeñaron en no rebajar ni una coma de su discurso inaudible.

Dicho con toda solemnidad: que una procesión no es lugar para sermones. Que si sueltan estos que sueltan aquí, en Sevilla, en cada procesión, el año que viene no va nadie a La Campana. Que si quieren meditación general para público ambiguo lo anuncien en otro lugar. Que están muy bien las siete palabras de Cristo en la cruz de San Juan de Sahagún (a las que desgraciadamente no asisten los cofrades), el pregón de la Semana Santa (al que sí), viacrucis, poemarios (regular). Pero no en medio de la procesión, como si no se pararan aquí suficientemente.

Mañana, en la santa iglesia no sé si basílica de san tal, el Sr. Cura del almas de allí se dispone a largar un sermón de no te menees. Que aquí al menos se oye y el que quiera puede ir a escucharlo haciendo uso legítimo de su libertad, y esperemos que sea edificante. Pero el pobre turista, que llamado por una declaración de interés internacional se acercó a vernos y le han largado una arenga que le están dando friegas, qué ha hecho él para merecer esto.

Reitero convencido, ya que a nadie beneficia y ya se han ido las ovejas: una procesión no es lugar para sermones.


1 comentarios:

  1. No creo que sea tema de que una procesión no sea el sitio para un sermón (desde el siglo XV todas estaban acompañadas por un sermón). Más bien es de la inadecuación del discurso al contexto. Sacerdotes o religiosos preocupados por la falta de fieles en las iglesias, creen que el público o los cofrades son el auditorio idóneo sobre el que volcar todos y cada uno de los artículos de la fe (porque si no, no los escucharán nunca). Y claro, la gente se aburre, se va... y todo resulta contraproducente.
    La cosa no está en si hay que hacer sermones o no, sino en el cómo hacerlos. Dos o tres ideas, por supuesto menos de tres minutos, y sobre todo, una idea que toque el corazón y sea capaz de hacer pasar al interior todo lo que se ha vivido en la procesión. He ahí el reto ¡difícil! pero que creo se debe aceptar.

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