lunes, 26 de abril de 2021

El anticlericalismo y otros males del mundo cofrade

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Tomás González Blázquez

El Santo Sepulcro a su paso por la Plaza Mayor | Foto: Pablo de la Peña
26-04-2021
 

Enardecidos por su condición de autoproclamados defensores de la religiosidad/devoción popular, lo de piedad les suele gustar menos, no es raro encontrarse de vez en cuando con sus alegatos. Me refiero a los cofrades anticlericales. Que no son pocos.

El último ejemplo me lo encontré el Sábado Santo, cuando en la revista Lignum Crucis de la Cofradía de la Vera Cruz publicada ese día, mi hermano cofrade Juan Luis Hernández, al que agradezco haber servido en la vicepresidencia entre 2012 y 2020, reivindicaba que «nosotros somos los representantes más importantes de la devoción popular, nadie más, ni diócesis ni iglesias ni nada parecido». Obviamente no exponen esto los estatutos de la Vera Cruz ni lo han hecho jamás sus ordenanzas y constituciones en estos casi quinientos quince años de historia, que celebraremos el 3 de mayo. Libre ha sido él al decirlo y libre me siento yo de manifestarme en sana discrepancia, pues soy muy consciente de que no formo parte de una asociación ajena a la Iglesia sino que es Iglesia, en la Iglesia ha surgido y como Iglesia actúa. No solo eso: la piedad popular va más allá, mucho más, de su desarrollo en las cofradías, que no son sino un medio de institucionalizarla y regularla, porque esa forma de vivencia y expresión de la fe es propia del pueblo cristiano en su conjunto, se sea cofrade o no.

Desde otro prisma y con otro estilo, en la última versión en papel de esta revista Pasión en Salamanca (2020), Conrado Vicente hacía una crítica contundente de las Normas Diocesanas de Cofradías aprobadas por el obispo de Salamanca en 2019. Afirmaba haber hecho una lectura atenta del texto, al que acusa de negar el espíritu que anima a las cofradías a conservar sus procesiones, y percibe un intento de la jerarquía más conservadora de la Iglesia de imponer un control a las cofradías. Entiendo que sus cinco redactores, cinco cofrades, seremos meros cómplices de lo que llama rendición del mundo cofrade a la autoridad eclesiástica.

En todo caso, después de muchos años dando la cara por las cofradías en ámbitos muy diferentes de la Iglesia (sacerdotes escépticos u hostiles, planes pastorales que ignoraban a las hermandades, movimientos o delegaciones diocesanas recelosas de la piedad popular, generalmente no «conservadores» sino «progresistas», etc.), y cuando ya veo cercana la necesidad de un segundo plano, me resisto a dar la razón a los que enarbolan la bandera de las cofradías y la religiosidad popular desde un punto de vista anticlerical. Soy consciente de que esa defensa, tantas veces estéril, que he intentado, tampoco a ellos les habrá parecido digna de mención, porque la interpretan como rendición, pérdida de autonomía, intromisión de los curas, injerencias de esa cosa llamada Coordinadora Diocesana de Cofradías… Así que habré sido clerical ante sus ojos mientras era un defensor pesado y desmesurado de las cofradías a los ojos de otros. No soy el único al que le pasa.

Otro mal muy presente, y también yo he tenido que luchar en mí contra él (y sigo, contra la vanidad siempre se está luchando), es el adanismo: hasta que llegué a la junta nadie sabía redactar las actas, nadie organizaba bien el montaje de los pasos, nadie preparaba correctamente los cultos, nadie vestía como se debe a la Virgen, nadie gestionaba en condiciones las cuentas, nadie era capaz de dirigir las andas… Yo o el caos. Y cuando yo falte… O, desde que ya no estoy… Sí. Para algunos, antes de su llegada a los cargos o a las tareas de responsabilidad, nada se hacía bien en su cofradía. Misteriosamente, las hermandades existían antes de ellos, y seguirán existiendo.

Tampoco el esteticismo es mal pequeño. Se reducen los fondos a la forma, el contenido al continente. Por el camino no es raro que surja el debate de la identidad, claro, eterno debate de la identidad estética mientras el de la identidad eclesial siempre se aparca, con lo que el anterior queda hueco.

No andamos escasos de exhibicionismo, aunque a menudo mejor sería la discreción. Seguro que también yo he caído y caigo en ese mal. Cuesta tirar la raya entre la comunicación institucional y el autobombo, o entre el testimonio de fe y la presunción, y no han faltado mezcolanzas chirriantes.

Otros fenómenos frecuentes, que ocurren incluso en tiempo de pandemia, son la fugacidad de algunos pasos por las cofradías, que debemos confiar en que algún fruto bueno den en esas personas, o la triste enemistad que se genera entre hermanos cofrades que se creyeron amigos antes de haber vivido la fraternidad en sus cofradías, o el sometimiento de los fines de las cofradías a condicionantes políticos, sociales o económicos.

En cualquier caso, sin ocultar estas sombras a las que todos añadimos alguna vez ese trazo oscuro de nuestro orgullo mal entendido o de nuestro egoísmo, predominan las luces, reflejos brillantes del Resucitado en los cultos de las hermandades, en sus momentos más íntimos, y también en las diferencias lógicas de criterios y sensibilidades, porque la mayor grandeza de las cofradías es que integran a personas que pensamos y sentimos de manera distinta, y que, quiero creerlo y en verdad lo creo, estamos unidos por una misma fe y un mismo bautismo, un solo Dios y Padre.


1 comentarios:

  1. asi es, cuando se leen los Estatutos y/0 reglas de las distintas Cofradias, Congregaciones o Hermandades en todos el punto primero es que somos una Asociación Pública, a tenor del Código de Derecho Canónico, canon 301,3 y 301,1, y como tal se rige por las normas pertinentes del Derecho Canónico, por estos Estatutos y por la normativa de Cofradías de la Diócesis de Salamanca.

    Con ello quiero manifestar que somos Iglesia, que estamos dentro de la misma y que debemos aceptar y acatar sus decisiones .............cada vez mas consensuadas entre todos los miembros de la misma.

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