miércoles, 16 de febrero de 2022

Los pies del Cristo de la Salud

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 Paco Gómez

Uffizzi Conservación y Restauración de Bienes Culturales
16-02-2021

«…de los sumisos pies que resignados
se fueron a la muerte por sendero
de infamia y duelo sin torcer la huella»
(El Cristo de Velázquez, Miguel de Unamuno)

Como la Congregación de Jesús Rescatado está haciendo un trabajo ímprobo recuperando sus actas y archivos lo podemos decir con precisión. Fue trasladado desde las ruinas del antiguo convento del Calvario, donde hoy tenemos la estación de autobuses, hasta la iglesia de San Pablo un 20 de enero 1839: «un crucifijo grande con la cruz de madera, titulado de la Salud, un dosel y colgadura para el mismo de terciopelo carmesí, con listas o fajas , la colgadura de cinta blanca vasta en partes roto y muy usado, dos tajuelas pequeñas pintadas, una tabla pintada que dice “Santísimo Cristo de la Salud”, dos alcayatas de hierro, dos reliquias, una con una calabaza de madera y otra de talla dorada y dos ramilletes viejos de papel».

Resistió la guerra de la Independencia, resistió la ruina de su antiguo convento franciscano y, aun, resistió la Desamortización. El Cristo de la Salud lleva casi dos siglos en la iglesia de San Pablo y uno estaría tentado a decir que pasando de forma muy desapercibida en la penumbra de una de las naves laterales del recio templo trinitario.

Hay un detalle, sin embargo, que no encaja. Los pies. El Cristo de la Salud tiene los pies sin apenas rastro ya de estuco ni policromía. En madera vista, que es lo mismo que decir en carne viva.

Son los mismos pies que hemos visto en tantas y tantas obras de devoción. Imágenes sagradas a las que nos aferramos. El palo mayor al que atarse en la tormenta, el faro. La mano que nos daban de pequeños cuando la noche o el ruido nos asustaba y hacía con su mero contacto que de repente volviera otra vez la calma. Que se fuera la inquietante negrura espesa como boca de lobo.

Al Cristo de la Salud de San Pablo, tan escondido en la oscuridad de su nave, nunca le faltaron, nos lo dicen sus pies, ni unas velas encendidas, ni un puñado de devotos que quisiera alejarse del tacto consolador de su madera.

El Cristo de la Salud de San Pablo bajó, por esas casualidades de la vida, de lo alto del retablo que seguramente ocupara en su origen y se puso a la altura de las manos de aquellos salmantinos que de repente se encontraron así a un hombre con los pies tan llagados como los suyos. Tan maltratados por las penurias de cada día como los suyos. Esos pies ‒lo dijo Unamuno, «que hacían temblar de amor bajo ellos a las rocas»‒, clavados a un madero por pura misericordia hacia esos mismos hombres y mujeres que se apretaban a ellos en busca del más hondo consuelo.

Hay quien solo ve unas pocas astillas desgastadas y no sabe cuánto se equivoca. Igual que quién no es capaz de entender por qué cada primavera sentimos, pensamos, lloramos, nos emocionamos al paso del rito inmemorial de las imágenes. Que queramos ser sus pies, debajo del paso o en la fila que alumbra su camino.

No importa. Ahora que el Cristo de la Salud vuelve a lo alto, han decidido no restaurarle los pies. Esa madera vista cuenta más de lo que somos y hemos sido que cualquier volumen de Historia.

 
 

1 comentarios:

  1. Gracias por este artículo, expresa perfectamente el criterio de restauración adoptado en la intervención. Un abrazo.

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