lunes, 1 de junio de 2015

¿Quién puede cargar un paso?

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Pedro Martín

Hermanos de carga de Nuestro Padre Jesús del Vía Crucis | Fotografía: P. de la Peña

01 de junio de 2015

El esfuerzo que supone cargar un paso no es baladí y, aunque es algo eventual, pues sucede una vez al año por norma general, la mayoría de quienes lo hacen no llevan a cabo una preparación física adecuada más allá de los ensayos y, además, por nuestra vida cada vez más sedentaria, no realizamos una actividad deportiva regular que nos permita mantener una adecuada forma física. A esto tenemos que sumar los condicionantes personales de cada uno, las limitaciones propias de la edad y las posibles lesiones preexistentes, conocidas o no. Está, igualmente, la forma de cargar, que en nuestra ciudad son tres: a un hombro, a dos y a costal. Como todo, tienen detractores y defensores, pero desde el punto de vista fisiopatológico, que es el que nos ocupa, todos tienen ventajas e inconvenientes.

Vayamos por partes y respondamos una serie de preguntas sencillas. ¿Quién puede y debe cargar un paso? Dando por sentado que aquel que va debajo de un paso lo hace por fe y por devoción a una imagen, deberían evitarlo aquellos que tengan algún tipo de lesión que afecte a la columna vertebral o a las extremidades inferiores y, por supuesto, cualquier enfermedad cardiovascular importante. No debemos olvidar, dado el alto número de mujeres que cargan, que aunque el embarazo no es una contraindicación para realizar esfuerzos, si son importantes, deben evitarse.

Hay otros dos colectivos que, desde el punto de vista médico, me preocupan más si cabe y no deberían someterse a estos esfuerzos: por un lado, los más jóvenes, que están en fase de crecimiento y no tienen configurada su estructura ósea y muscular de forma adecuada. Y no delimito una edad concreta, pues dependerá de cada caso, pero nunca antes de los 18 años. El daño que puede causarse a estas edades puede arrastrarse para siempre y es un riesgo innecesario: tienen toda la vida para cargar. No quisiera olvidar a este respecto los aspectos legales y responsabilidades adquiridas por una cofradía con menores ejerciendo esta tarea. No soy experto en esta materia, pero desaconsejaría que un menor estuviera debajo de un paso. Y por otro lado, los mayores que, sin marcar tampoco una edad determinada, aunque algunas hermandades lo tengan establecido, deben saber por ellos mismos y su experiencia cuándo es el momento de no poner en riesgo su salud y, por ende, la de los demás. Si no fuera así, los responsables deben hacérselo ver.

Segunda pregunta: ¿cuál es la mejor forma de cargar desde el punto de vista médico? Todas y ninguna, pues todas tienen ventajas e inconvenientes. No he encontrado ningún artículo científico serio que avale ninguna de las diferentes formas de carga, tan sólo algunos estudios de fisioterapeutas con la descripción de las lesiones más frecuentes en su ámbito, bien hombros o costal, pero nunca comparándolas. Aún así, se pueden inferir una serie de reflexiones más teóricas que prácticas y contrastadas tan sólo con la experiencia personal y la trasmitida por los más cercanos.

Quizá la distribución del peso pueda ser más fisiológica en el costal, al descansar en la séptima vértebra cervical a diferencia de los hombros, que deben trasmitir el peso hacia la columna con un cierto desequilibrio de está y la cadera según se anda. Pero también la presión soportada en un sólo punto de la columna es mucho mayor en el costal y la técnica, más complicada de aprender, por lo que el riesgo de lesiones si las cosas no se hacen bien puede ser mayor. El peso por persona también suele ser mayor ya que, a igualdad de espacio, entran menos personas en el cajón y también parece que con este método se puede soportar más peso, pero durante menos tiempo, obligando a frecuentes descansos.

No es objeto de este breve análisis concluir qué es mejor médicamente, pues no hay estudios que lo evidencien, sino reflexionar sobre la alegría con la que en ocasiones nos metemos debajo de un paso para realizar un esfuerzo importante, de no menos de tres horas, para el que la mayoría ya no estamos preparados ni acostumbrados por nuestros trabajos y sin tener en cuenta edades ni patologías o limitaciones personales.

Dios no quiere que, por sacarlo a la calle, pongamos en riesgo nuestra salud ni nuestra vida.


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