jueves, 15 de octubre de 2015

Tontos de caperuza

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J. M. Ferreira Cunquero

Sería bueno contar aquellas anécdotas que por curiosas e irrepetibles, no debían perderse"

15 de octubre de 2015

Hace tiempo publicaba en El Adelanto, cuando don Enrique de Sena sabia y felizmente lo dirigía, un artículo en el que reivindicaba la necesidad de establecer en nuestra Semana Santa una comisión artístico-religiosa con el suficiente poder coactivo para poner freno a las variopintas innovaciones, que vía ocurrencia se iban colando en algunas procesiones.

Ya no viene a cuento recordar aquellas situaciones cómicas que fueron presididas por la ingenuidad, ya que siempre dimos por hecho que nadie actúa a conciencia contra la cofradía que ama. Incluso en mi propia hermandad, algún año se cometió el desliz de enaltecer el capricho personal, como si en él se fundamentase el espíritu de aquella esperanza ilusionante, que movió y reunió a aquella impresionante chavalería de los setenta al otro lado del río. Pero ya digo, mejor dejarlo todo para ese libro que algún día se publicará bajo el título tontos de caperuza, pues el de tontos de capirote, de forma muy acertada, ya vio con notable éxito la luz en Sevilla hace años.

Eso sí, me pregunto si aquí, que de tanto mirar al sur ya padecemos una tortícolis crónica de padre y señor mío, seremos capaces de mofarnos de nosotros mismos, como con tanta gracia y cachondeo lo hacen a orillas del Guadalquivir, los acólitos y capillitas que mueven por la ciudad hispalense el cotarro. Ya veremos si esto cuando se ponga a prueba levanta cirios o repica campanas en las torres de la tontería universal, donde los doctos emperadores del chismorreo sientan cátedra, dando clase entre los suyos.

Alguien más documentado que este pobre escribidor en destripar los entresijos de la Semana Santa procesional me decía hace unos años, en una juerga nocturna, después de haber regado con vino las hortalizas venosas, que sería bueno contar aquellas anécdotas que por curiosas e irrepetibles, no debían perderse. Eso sí, apostillaba con cierta seriedad, después de habernos reído con ganas, que el que ose escribir la historia de los gazapos semanasanteros salmantinos, ya puede comprarse en rebajas un kilo de bosque para poder perderse. Y es que seguramente de lo andaluz, solo elegimos de la carta el postre, por aquello de que la guarnición de los otros platos, entre los que el carácter y la gracia son indispensables condimentos, a nosotros nos aviva el bobalicón reflujo que nos desnuda.
Ya dijo un ilustre catedrático de la Pontificia, en el Aula Magna, que una procesión esconde en el corazón de su marcha, muchos más elementos de los que percibimos con la vista o el orejamen.  Las raíces parece ser que hundidas en la tierra del alma, aunque a simple vista no no las distingamos, están ahí moviendo la magia del fruto en el árbol

Y viene a cuento recordar estas cosas por si a algún miembro de la mocedad cuarentona le da un repente y se mete en faena, pues ese libro, creo, se lo merece una Semana Santa como la salmantina, ya que aquí, los dimes y diretes con todo el anecdotario pesando en la chepa de nuestra historia, seguramente den para rellenar una larga y divertida enciclopedia.

Por cierto, cuando se publiquen estas letras estaré descubriendo las interesantes tallas que forman parte de la Semana Santa de los pueblos andaluces. La Semana Santa que, por desconocida, me ha descubierto desde hace muchos años las imágenes de la emoción que, en la época otoñal, mansamente en silencio, posan en los templos su hermosura.


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