jueves, 10 de diciembre de 2015

Con el mundo de la memez hemos topado

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J. M. Ferreira Cunquero

El Santo Entierro, de la Congregación de Jesús Nazareno, a su paso por Poeta Iglesias | Fotografía: Pablo de la Peña

10 de diciembre de 2015

Las diferencias, desencuentros y ganas de tocarnos las narices los unos a los otros, con excesiva pasión a veces, azuza la inútil bronca que debería amainar seguramente para ir remando todos, sin excepción, por el interés que nos atañe, hacia el mismo puerto.

Incluso deberíamos organizarnos más allá de los muros provinciales, que a veces no nos dejan divisar el tsunami que de repente puede machacarnos la espiga si no somos capaces de responder contundentemente a esa atolondrada y rancia obcecación, que algunos artificieros de la monserga político cañí tienen contra todo lo que representa la idiosincrasia religiosa tradicional, que a un importante número de creyentes y no creyentes nos interesa. Porque la Semana Santa popular, sí, la nuestra, la de siempre, en su propio arraigo costumbrista, trasciende incluso fuera del contexto religioso (aunque este sea el motor principal de su existencia) al constituirse en indescriptible expresión cultural. Mucha gente de la que se aproxima solo por curiosidad a nuestras procesiones acaba siendo cómplice del entorno emocional-envolvente que emana de las mismas.

Pero los obcecados sicarios de la tontería nacional, que en estos momentos se reproducen como las ortigas en el barbecho, es imposible que reconozcan las impresionantes tallas que los Carmona, Gregorio, Carnicero, Juni, Berruguete, Salzillo, Benlliure, etcétera, etcétera, nos dejaron para formar ese museo indescriptible que, de forma popular, se manifiesta recorriendo en los días santos las calles y pueblos de España.

El caso es que estos voceros, cada vez con más insistencia, caen en el más clamoroso de los ridículos, cuando comprueban cómo las aglomeraciones del personal atiborran las calles y cómo la expectación que levanta esa reunión de estéticas atractivas y sugerentes enmarca de hachones y ceras el insinuante corazón de la noche pasional española.

De esa inquina visceral salen esas absurdas y lamentables noticias como las del televisivo programa que, en Inglaterra, no hace muchas lunas, tratando de vejar a una cofradía sevillana, ha retratado a la chusma troglodita que, por empecinada y grotesca, una y otra vez, cae en el pozo de los despropósitos más despreciables. 

Pero lo peor es tener que aguantar aquí, dentro del cotarro político, a estos especímenes de la contradicción, que por un voto son capaces de ofrecer pócimas anticristianas de las que, por sus malas componendas, a la media hora han de desdecirse, nombrándose reinones del cotarro más rastrero. Y es que de pronto caen en la cuenta de que la Semana Santa menea en sus entornos incontables gentíos que forman parte de la pluralidad tan preciada en estas sesiones continuas del tinglado electoral. Y como lo del sobre en la urna tiene su peso, como no puede ser de otra manera, oye tú, que se les despeja el cocotero, como si de forma repentina mediase un milagro. 

Como quedan pocas fechas para meternos en la Navidad, ya hemos barruntado cómo andan al acecho, cual si fueran cazadores de la tradición, algunos de estos susodichos, que gozan agitando la palmera social, por si se desploman los dátiles del oportunismo, que suele emerger cuando, a los que defendemos el arraigo costumbrista,  nos da por tumbarnos bajo el nogal a dormir la modorra.

Y es que los turbios amaneramientos y lamentables prejuicios surten algunas corrientes rojilleras, que no notamos en la gente que venía del exilio o en aquella otra que por sus ideales, en un tiempo mucho más complicado que este, lo dieron todo por conseguir el Estado de Derecho para este país. 

Gentita esta, que ha llegado al sobre mensual que les pagamos por la simple destreza de haberse situado en el momento oportuno sobre el espacio adecuado y que, por mantener el potaje tonto que cae cada mes en el cazuelo, son capaces de acoger como suyo el griterío de la media docena de zascandiles que les regalan el orejamen.

Después de un montón de siglos, estos catequistas de la improvisación ansían meternos en vena la necesidad de sustituir las fiestas que forman parte de nuestras usanzas por las de la germinación profética de la luz que, en forma de solsticio invernal, llega como una promesa de pálpitos intergalácticos y metafísicos, a la primaveral estación, donde el eje profético, repleto de hadas y deidades, nos confeccionará el traje para entrar, como el dios de la falacia manda, en el foro etéreo del Olimpo. 

Solo me queda desearte amigo lector, una feliz Navidad y que el año entrante te traiga, lo que sea preciso para que seas comedidamente feliz junto a los tuyos.


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