lunes, 7 de marzo de 2016

Punto de encuentro

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José Fernando Santos Barrueco

La Hermandad del Cristo del Amor, tras salir por la Puerta de Ramos de la Catedral | Fotografía: Alfonso Barco

07 de marzo de 2016

Después de los artículos publicados en esta misma revista (7 de enero "Catedral para el culto o para la cultura", por Pedro Martín, y 29 de febrero "La estrecha Puerta de Ramos", por Francisco Gómez), no sé si tiene sentido seguir con la polémica relativa al establecimiento de un pago para entrar a la Catedral y, más intensamente en el mundo semanasantero, sobre la salida de las procesiones por la ubicación de las taquillas de entrada junto a la Puerta de Ramos, que finalmente se ha decidido habilitar. En la reflexión que pretendo, en línea con la de Gómez, no quiero entrar en los motivos ni argumentos de unos y otros, que allí se exponen. Estoy seguro de que cada uno tendrá su parte de razón, pero el problema es que el asunto trasciende a la opinión pública y lo que se observa y se lee es una serie de posicionamientos rígidos y encontrados. Para la gente de la calle que se considera fuera de la Iglesia ofrecemos un espectáculo que queda muy lejos de la armonía que debiera reinar en una comunidad cristiana, muy distinta de aquellas de los primeros tiempos en las que todo se ponía en común. Se discute por donde sacar al Cristo (en sentido genérico, ya que su Pasión es la que conmemoramos en la Semana Santa) que ponemos en la calle haciendo compromiso público de nuestra fe. Desde luego, con estas formas de actuar, mostramos poca coherencia con el anuncio de la Buena Noticia, del mandamiento del amor.

Para empezar, no puedo estar de acuerdo con la discusión de si la Catedral es un lugar de culto o un museo. A mi modo de ver, falla por su base y si está mal planteada, mal podremos llegar a puntos de encuentro. Que las iglesias fueron construidas para el culto nadie lo pone en duda. Tampoco, que las grandes catedrales se construyeron para mayor gloria de Dios, con las características que el gótico y el barroco ofrecían (esbeltas columnas y grandes bóvedas, cúpulas y ventanales, para crear una atmósfera en la que el alma se serena) y con grandes dimensiones para acoger al mayor número de fieles. No sería tampoco motivo de discusión que las imágenes, retablos y demás detalles tienen fines catequéticos y de incitar a la devoción de los fieles.

Pero dicho esto, tampoco puede ponerse en duda que hoy día hasta las más pequeñas iglesias se van quedando vacías, que casi nadie entra en ellas y que los gastos de mantenimiento y conservación son cada vez mayores, en un contexto socioeconómico en el que van desapareciendo las ayudas con fines religiosos y muchos templos se encuentran en estado lamentable. Frente a este hecho, hay otra realidad que tenemos que admitir: un turismo cultural que aumenta cada vez más y que ve en los grandes templos y catedrales auténticos museos por su enorme interés histórico, arquitectónico, escultórico y pictórico, a los que acude como si fueran museos tradicionales. Parece evidente, que esta demanda museística debiera ser adecuadamente canalizada para activar la vida de dichos templos y proporcionar unos ingresos, que por otras vías pueden tener los días contados. Si además se preparan las visitas con paneles explicativos que puedan tener un fin catequético ante el gran desconocimiento y formación que impera en el tema religioso, pues bendito sea Dios. Lo que hay que buscar entonces es que las dos realidades puedan coincidir en el templo y no excluirse y ahí es donde hay que echar imaginación.

Con más razón podría hablarse de las cofradías que tienen en la Catedral su sede, su asiento, su casa, su domicilio. Allí veneran a sus sagradas imágenes, con independencia de la estricta propiedad de las mismas, y celebran sus cultos (aunque no estaría de más que estos aspectos se hicieran notar con otra presencia y otra alegría fuera de la Semana Santa). En definitiva, debieran sentirse "como en su casa" y no como "vecino molesto", término al que alude Francisco Gómez.

Todas estas circunstancias debieran ser consideradas cuando la casa precisa reformas por más necesarias o imprescindibles que sean. Los dueños de la misma (o sus administradores, si es que aquella es de todos) debieran ser conscientes de tales realidades y no realizarlas de forma unilateral. A nadie le gusta que en su casa, y sin contar con él, le muevan los muebles que le afectan aunque sea para una mejora; ¡esto habría que preguntárselo! Para buscar su encaje más adecuado, no veo mejor forma de hacerlo que hablando, exponiendo las necesidades encima de la mesa para que sean asumidas y planteando las mejores alternativas, para que entre todos puedan valorarse pros y contras y encontrar las mejores soluciones. De esta forma, no habría política de hechos consumados y nadie tendría que admitir trágalas o adoptar posturas de enfrentamiento en la defensa de los distintos aspectos que afectan a cada uno.

Quisiera apuntar que me parece razonable la solución adoptada para hacer oración en la capilla de San Clemente. Seguro que habrá cientos de opiniones. Yo reduciría o quitaría los paneles (salvo que tengan algo interesante que anunciar) y pondría un sencillo cordón, para que nadie se sienta ni poco ni muy encerrado y pueda tener la sensación de encontrarse en la Catedral. La capilla resulta acogedora y la imagen de la Virgen de la Vega me parece un acierto. Buscar otra capilla podría crear más interferencias con el que vaya "al museo" y, en mi opinión, no sería necesario. Quien quiera acercarse a otras imágenes o sencillamente sentirse en "su" Catedral, en "su casa como cofrade o cristiano" y ponerse en disposición de un encuentro con Dios, en el ambiente de serenidad y silencio que impone el templo, puede hacerlo a través de los cauces establecidos, que no me parecen inaceptables. Igual que para entrar en la propia casa uno hace uso de la llave, para entrar en "su templo", utilizaría "otras llaves" (documento de identidad, pase de cofrade o cualquier otro que pudiera establecerse; me apunto a la flexibilidad que pide Gómez), necesarios si se acepta la presencia de visitantes con distintos fines.

Otra cosa que no estaría de más y sería de agradecer frente al mercantilismo que se le achaca a la Iglesia es que en los medios de comunicación de la Diócesis se informara de los ingresos que se dedican al mantenimiento y conservación de la Catedral, cuáles al mantenimiento y conservación de aquellas otras pequeñas iglesias, hijas de la iglesia madre, a las que no llega el turismo y cuáles a cubrir necesidades sociales de la Diócesis u otras necesidades de la misma.

Para terminar, prefiero quedarme con el titular de la página web de la Cofradía del Cristo Yacente de la Misericordia y de la Agonía Redentora, en la que alude a la gentileza del Cabildo catedralicio para el uso de la Puerta de Ramos, que con el titular de la prensa local, que alude a un paso atrás del Cabildo. No quiero ver (no me interesa si los hay) vencedores ni vencidos. Pírrica victoria sería si de las peleas entre nosotros salimos todos perdiendo como comunidad de cristianos. Igual que Francisco Gómez, desearía que la solución adoptada sea un punto de encuentro, una lección aprendida de cómo no se deben hacer las cosas y un camino para buscar entendimientos y mejoras con la participación de todos. No quiero pensar en un eslabón más de una cadena, muy propia del género humano, de "toma y daca". "Apañados iríamos".


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