lunes, 25 de abril de 2016

Hermanos de fila o la importancia del nazareno

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Félix Torres

Hermanos de fila de la Hermandad de Jesús Flagelado encienden sus cirios el Miércoles Santo | Foto: Pablo de la Peña

25 de abril de 2016

Hace unos días, mi amigo Manolo me comentaba, mientras repasábamos la pasada Semana Santa junto a unos aromáticos cafés, cómo le había impresionado positivamente la presencia y actitud de los hermanos de fila en las procesiones pasionales. Cómo veía una sustancial mejora si comparaba con años precedentes. ¡Y es cierto!

Mucho se habla en los últimos tiempos de pasos y andares, de cargadores y costaleros, de marchas y bandas. Las conversaciones cofrades se centran en la parte más ostentosa de una procesión y se habla de pasos e imágenes y su mejor o peor discurrir por nuestras calles. Se habla de flores, de modos y modas, de traiciones y tradiciones. Tanto, que algunos se hastían y hasta reniegan de lo que debieran querer por origen.

Sin embargo, son pocos, o así parece, quienes en esas reuniones analíticas sobre cofradías y procesiones fijan con interés e intensidad su opinión en cuanto se encuentre poco más allá de los incensarios encargados de aromatizar a las sagradas imágenes. Como más, se llega a comentar sobre estandartes, banderas, banderines o cualquier otro elemento que sirva para realzar la salida procesional. Pero... ¿y de ellos? ¿Quién habla de ellos? ¿Por qué casi nadie habla de los nazarenos? Los nazarenos, penitentes, hermanos de luz, hermanos de fila, desfilantes o como quiera que se les quiera llamar, son parte esencial de una cofradía y, por supuesto, de su procesión o sus procesiones.

¿Podría ponerse en la calle una procesión penitencial con la única participación de un paso, de una imagen? La respuesta es afirmativa, por supuesto, y así podemos verlo en muchas procesiones patronales festivas de nuestros pueblos y ciudades. Pero, en una salida penitencial, en la que lo habitual es que el público no participe acompañando a la imagen, sino que permanezca estático en las aceras, esta situación daría lugar a un desfile pobre, por no decir sin sentido. La ausencia de acompañamiento a esas imágenes protagonistas de una procesión penitencial sería motivo seguro de comentarios entre el público observante y la puesta en escena quedaría extrañamente pobre.

Los nazarenos, hermanos de una fila en la que siempre hay luces para acompañar a un paso, hacen su trabajo sin alardes ni alharacas y optan por acompañar a su imagen sin más necesidad que la de su devoción, centrándose únicamente en caminar mientras viven internamente las horas de silencio y soledad en que, sin apenas manifestación externa, disfrutan de la compañía de su Cristo o su Virgen.

Cierto que los nazarenos son a veces indisciplinados y manifiestan su carácter en algunos momentos pero, generalmente con el mayor de los decoros, siempre desfilan, en solitario o uno junto a otro, sin más, soportando esperas, cansancio, calores y fríos con un estoicismo que queda oculto tras el antifaz.

Es también verdad que la preocupación nazarena debiera pasar, además de por acompañar a esa imagen de devoción a la que se rinde culto, por mantener en el debido estado hábito y complementos, pero mucho más importante tendría que ser también el contacto con los demás, con sus connazarenos hermanos. El fomento de las relaciones entre cofrades en cualquier tiempo, sin distinguir funciones ni ubicación en la salida penitencial, sería parte fundamental en el cumplimiento de esas reglas que suelen ir en las primeras posiciones de los reglamentos de nuestras cofradías, en las que se deja a un lado el pragmatismo regulador para centrarse en las relaciones cristianas y humanas, siempre importantes.

También es verdad que los nazarenos no forman cuadrilla, no se reúnen periódicamente para recordar tiempos mejores, ni se asocian para realizar ensayos que fomentan la camaradería cofrade. Y esto es algo que se les debería echar en cara, porque es quizá la principal forma de hacer de la hermandad, cofradía o congregación ese núcleo espiritual y humano que todos reclamamos alguna vez.

Son muchos quienes están orgullosos de ser hermanos de fila, de sentirse acompañantes fieles de sus imágenes de devoción, de saberse una parte más de un todo y, sin embargo, apenas se significan. Esto debería cambiar en favor de la hermandad, cofradía o congregación.

Todos, hermanos de fila o carga, constituyen elementos imprescindibles de la cofradía durante todo el año y de la procesión cuando esta sale a la calle, aunque parezca que algunos sean más visibles que otros. Por todo esto, animo a cuantos forman parte de las filas penitenciales de nuestras cofradías a que participen en una vida de hermandad que va mucho más allá de un día de Semana Santa.


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