viernes, 25 de noviembre de 2016

Cofradías desestacionalizadas

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Abraham Coco

Cofrades de la Hermandad del Silencio aguardan para el inicio de su procesión en Jesús Obrero | Foto: ssantasalamanca.com

25 de noviembre de 2016

Valladolid celebra estos días Intur y allí está la fotografía del bueno de Pablo de la Peña. Otro Bueno, con mayúscula porque es apellido, Paco Gómez, ha dicho del cartel que es "sereno". Y el atributo, que siempre viene bien en las cofradías y en la vida, me ha gustado. Pero del cartel ya hablará Luis Felipe Delgado en Cuaresma, mucho mejor que yo, cuando toque imprimir el número 24 de la revista Pasión en Salamanca. Yo a lo que toca hoy, la miscelánea que empecé hace algunos días y cuyo arranque acabo de borrar y he vuelto a iniciar, en esta medianoche del Black Friday. Sonreí por la mañana cuando vi que Daniel Cuesta compartía en Facebook una fotografía de la cabecera del Silencio sevillano. Porque si se trata de elegir, ese Viernes Negro de ruan es el que prefiere.

Tecleo y suena en bucle Mi amargura ahora que ha dejado de llover en Santiago, ahora que quedan más de cuatro meses para el Domingo de Ramos, aunque Roberto Sánchez me haya dicho que me ponga ya las pilas, que marque día y hora a la entrevista con Isabel Bernardo que deberé transcribir, como regalo de Reyes, para el boletín Cruz de guía. Tecleo, pero antes me miro al espejo y allí me veo "anacrónico e hipócrita". Por Tomás González he visto el artículo que publica Montse Vicente en Salamancartvaldia titulado Semana Santa todo el año ¿no querías caldo? pues toma tres tazas. O doce. Y me he vuelto a sonreír, aunque con una mueca diferente a la primera. Más plomiza.

Porque yo iba a escribir de esta Semana Santa desestacionalizada que nunca tuvimos tan cerca. (Ha dejado de sonar Mi amargura y ha empezado El duelo) Por definición, la Semana Santa es estacional. Es primaveral. Aunque la utopía capillita y el anhelo hostelero repartan hoy devociones del verano al invierno con vía crucis, extraordinarias y magnas, aperitivos y postres, que todo lo llenan. Hace un par de meses, desfilaban por las calles de Compostela los fabulosos personajes del entroido, el carnaval ourensano. Cigarrones, pantallas o peliqueiros se paseaban entre los turistas septembrinos como anzuelo para intentar convencer a alguno de que la provincia del interior gallego podría ser buen destino para una escapada en febrero. Y tuve miedo de que alguna de esas procesiones que pueblan el calendario pudiera terminar reducida al mismo fin o, si ampliamos objetivos, sirvieran solo para saciar esperas. Serían trampas al solitario, aunque la alegría desbordara en Booking y Tripadvisor para disgusto de los anti.

Con criterio (suena ahora Nazareno del amor y después Mors et Resurrectio) ese riesgo no existe. Ahí está el reciente ejemplo del Gran Poder en el cierre del Jubileo de la Misericordia. "No se trata de poner pasos en la calle, es la imagen de devoción recorriendo su ciudad, ¡la belleza evangelizando!", escribió Alberto García Soto.

Desestacionalizar la Semana Santa nunca deberá ser la meta. ¿Qué hace tan especiales a esos días si no es la excepcionalidad de vivirlos una vez al año? De la vivencia cofrade a través de la evocación nos escribirá un día Conrado Vicente. Por mi parte, solo apuntar que la verdadera meta (lo siento, Montse) ha de ser desestacionalizar las cofradías, grupos vivos con independencia del mes en curso. Y en Salamanca (suena Palio blanco) es indudable que se han dado y se siguen dando enormes y loables pasos en esta dirección. Si no, bastaría con que nos fuéramos turnando en el papel de Carmiña y, como en el anuncio de la lotería, vistiéramos de Ramos cualquier domingo del año.


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