lunes, 9 de enero de 2017

Damián Villar: de la piedra a la madera, de la esencia a la materia

| | 2 comentarios
Montserrat González

Damián Villar nació el 12 de febrero de 1917 | Fotografía: Catálogo "Maestro escultor"

09 de enero de 2017

Cualquier lector podrá recordar el encuentro con la escultura entre sus experiencias más profundas como aficionado al arte. ¿Cómo olvidar la serenidad de la Venus de Milo ante las hordas de turistas japoneses que la rodean locos por inmortalizar su inmortalidad? ¿Cómo no recordar la portentosa fuerza del  David de Miguel Ángel que captura y atrapa la atención del espectador  nada más cruzar el umbral de la Galería de la Academia? ¿Cómo no sucumbir ante la gloria del Maestro Mateo y su pórtico rebosante de personajes en amena conversación? Sin duda alguna la escultura tiene la capacidad de crear imágenes duraderas en el tiempo  y no necesitamos ir a Florencia o visitar el Louvre para experimentar que es un arte vinculado al quehacer diario y a la propia celebración de la vida. La escultura alegra nuestras calles y plazas, ilumina nuestras portadas, decora nuestras iglesias y palacios y enriquece nuestros edificios mientras conforma una población paralela de seres de madera, piedra o bronce encargados de recordarnos quienes un día fueron y cuyo recuerdo perdura mientras reclaman nuestra atención.

Quizá las complejidades técnicas de la escultura –esculpir la piedra, tallar la madera o fundir el bronce–, por tratarse de operaciones prolongadas en el tiempo, han alejado al espectador actual del verdadero significado de la escultura, de la grandeza de este arte. De ahí que el encuentro con artistas conocedores de los procesos tradicionales de creación, que dominan formas y materia, resulte tan gratificante.

Este 2017 nos ofrece una posibilidad inmejorable de acercarnos a la obra de uno de estos grandes artistas: Damián Villar González, del que celebramos el centenario de su nacimiento. Junto a Mateo Hernández y González Macías nos brindó alguno de los ejemplos más formidables de la escultura salmantina del siglo XX. De una enorme vocación artística, una labor callada y perseverante, Damián Villar supo dotar a su obra de una sublime belleza, gracias a las enseñanzas de sus maestros, pero sin duda a su propia labor de formación que le llevó a dominar todos los estilos y materiales. Sabemos que realizaba numerosos dibujos preparatorios antes de acometer cualquier obra al igual que los grandes artistas, tal y como lo había visto hacer a Soriano Montagut o Cristino Mayo, sus profesores en la Escuela de Artes y Oficios de Salamanca. De esa manera colocaba los puntos de luz magistralmente distribuidos en sus creaciones para marcar sin ningún fallo la tercera dimensión.

Tras la Guerra Civil, regresa a Salamanca, donde tendría su taller en las Escuelas Menores, junto al pintor González Ubierna. Allí tallaría algunas piezas que nos hablan de sus inquietudes espirituales, entre ellas una Inmaculada niña al estilo de Alonso Cano y dos cabezas, una Dolorosa y otra de Cristo coronado de espinas con resonancias y ecos de Gregorio Fernández, sobre todo en el patetismo del rostro enflaquecido y  el detallismo en cabellos y barba.

En 1940 ganaría una beca financiada por la Diputación de Salamanca para estudiar en la Escuela Superior de Bellas Artes de Madrid. El contacto con el gran José Capuz y Cano Correa entre otros, sirvió para que suavizara los rasgos de su escultura un tanto adusta y seca en sus comienzos. Sería en Madrid donde prepararía su acceso para conseguir una plaza de talla de madera para la Escuela de Artes y Oficios de Granada, teniendo a José Capuz como miembro de su tribunal.

Allí en Granada tallaría sus pasos para la Semana Santa de Salamanca uniendo su nombre indisolublemente a la creación imaginera. Y así, año tras año, los desfiles procesionales de la Hermandad Dominicana y la Seráfica Hermandad de Nazarenos del Stmo. Cristo de la Agonía de Salamanca se convierten en un renovado homenaje a su obra. Villar dio forma a la madera como pocos artistas han logrado, convirtiendo sus tallas en iconos de sentimiento y belleza. Nuestro Padre Jesús de la Pasión, Nuestro Padre Jesús en el Prendimiento, el Cristo de la Agonía o la Virgen de la Esperanza son un claro ejemplo de cómo las figuras cobran vida haciendo de las imágenes instrumentos de devoción, sentando los fundamentos estéticos de la nueva representación religiosa.

Sumamente perfeccionista y un tanto academicista, centrará la fuerza expresiva de estas tallas en rostros y manos, aunque sin descuidar la perfección en el tratamiento anatómico. Rostros que nos ofrecen una mirada serena y perdida, como la de Cristo resignado que recibe el beso de Judas. O los matices del dolor en la mirada de la madre que esperanzada se mantiene firme ante la pérdida de su hijo. Y manos, manos de extraordinaria elocuencia que acarician el madero de la cruz, manos que revelan dolor y aflicción. Dice el Génesis que las manos de Dios moldearon al hombre; ahora las manos del hombre-artista moldean al Dios hecho Hombre. La cuidada policromía hará el resto, aumentando la fuerza expresiva y añadiendo el toque de verismo que transformará la madera en carne doliente. Sus obras nos sitúan ante un artista de primera magnitud y engañosa sencillez que logra el perfecto equilibrio entre la descripción de la pasión  y la sensación de majestad serena. Damián Villar participó junto a artistas de la talla de Fernando Mayoral, Hipólito Pérez Calvo o Enrique Orejudo en la renovación de la escuela de imaginería salmantina asentada en la tradición castellana, sobria y expresiva, pero dueña ya de un lenguaje vigoroso próximo al hombre contemporáneo.

Villar trabaja lo mismo la madera de boj que el marfil, cincelando numerosas imágenes de Cristo, un corazón de Jesús, la imagen de San Juan y una cabeza de la reina Isabel la Católica. Ningún material le es ajeno. Así, cuando regresa a Salamanca en 1950 como profesor de término de modelado y vaciado de la Escuela de Artes y Oficios, decora el edificio del hotel Monterrey proyectado por Francisco Gil ejecutando unas cariátides en piedra arenisca como auténticas guerreras de mirada desafiante y cabellos ondulantes, sus ropajes se pliegan en quebrados que contrastan con la redondez de sus rostros. La rotundidad de las formas no termina en abstracción, se adivinan aún detalles clasicistas y ciertas reminiscencias Art Déco a la manera del escultor catalán Esteve Monegal. Todo muy ecléctico, al igual que las figuras acogidas en hornacinas que dan vida a distintas alegorías: a la Ganadería, al Manantial, a la Escultura. Todas ellas doncellas fuertes, de mirada visionaria gracias a sus enormes ojos almendrados que siguen la tradición mediterránea de la Dama de Elche y las creaciones de Picasso. Realizó también las hornacinas del Edificio España, así como las ménsulas de otro edificio proyectado por Francisco Gil González: el que acoge las oficinas del Banco de Santander. Cierto toque historicista y ecléctico, así como detalles Déco animan estas composiciones.

De todo lo realizado en piedra destaca, sin ninguna duda, el Cristo crucificado tallado en piedra de Villamayor para el altar mayor de la capilla del Colegio de Calatrava. Espiritualidad, tradición y modernidad se aúnan en esta obra que presenta un extraordinario tratamiento anatómico. En opinión del propio autor es una de sus más logradas composiciones: –"creo que es la mejor que yo hice"–, tallado en 1962, resume en sus formas la intensidad del itinerario artístico de su artífice. La imagen de 180 cm nos ahorra los detalles más lacerantes del martirio, apenas unos apuntes de su pasión en pies, manos y lanzada. Un pequeño lienzo de pliegues geométricos vela su desnudez. La tragedia se concentra en su rostro revelando el alma de imaginero de su creador.

Por estas mismas fechas, modela dieciséis relieves en escayola para la iglesia de María Auxiliadora de Salamanca. Son representaciones de la Pasión de Jesús dispuestos en conjuntos pareados separados por una cartela con una sencilla cruz latina. Todas las composiciones son rectangulares, de gran tamaño (4x2 metros) y van acompañados de una leyenda al pie que clarifica la escena. En las manos de Damián Villar el yeso fresco no olvida la calidez de su formación borrando con un lenguaje tierno y delicado la frialdad de la materia cuando fragua. Los volúmenes se definen con la precisión del artista enamorado de la materia.

También el bronce pasó por sus manos cincelando en 1956 los relieves con los Ancianos del Apocalipsis y los 4 evangelistas en la exedra que da acceso a la cripta de la iglesia del Valle de los Caídos. Como vemos, ningún material le era extraño, ni siquiera la humilde escayola. Con todos ellos consiguió abrir los cerrojos de nuestros sentidos, llevarnos de las certezas a las emociones, de las ideas a las formas, de la piedra a la madera, de la esencia a la materia.

Afirma Luciano Díaz-Castilla, pintor de raigambre castellana, que la obra de arte debe de suscitar y percibir más allá de lo puramente visual, sin duda la obra de Damián Villar suscita e invita a ir más allá para descubrir los detalles de su creación que permanecen olvidados o sin explorar.

Que sea este 2017 un año para la emoción del encuentro con la obra de Damián Villar, que desentrañemos sus creaciones y se avive nuestra curiosidad y nuestro deseo de saber más porque como apunta María Bolaños, directora del Museo de Escultura de Valladolid: "El placer de mirar es inseparable del placer de comprender".


2 comentarios:

  1. La Serafica Hermandad de Nazarenos del Santisimo Cristo de la Agonia y de Nuestro Padre Jesus del Perdon, celebrará una misa el 12 de febrero, coincidiendo con el centenario de su nacimiento.
    Ha sido invitada la familia y la Hermandad Dominicana
    Julian Pérez-Moneo
    Hermano Mayor

    ResponderEliminar
  2. Me gustaría agradecer a Montserrat González este estupendo artículo.
    Puedo decir con orgullo que Damián era mi tío y padrino, una persona extraordinaria de caracter muy peculiar.
    Su obra, sin duda, despierta vivos sentimientos; por su realismo y elegancia que consigue transmitir magistralmente el dolor, la pena, la pérdida o la agonía en ciertas obras; pero también la serenidad, la felicidad, la maternidad o el gozo en otras.
    Gracias por el artículo y vaya desde aquí mi admiración y cariño a la figura de Damián Villar González.
    Un saludo.

    ResponderEliminar

¿Qué buscas?

Twitter YouTube Facebook
Proyecto editado por la Tertulia Cofrade Pasión