lunes, 15 de enero de 2018

Moisés: el capataz de Dios

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Daniel Cuesta SJ

Hermanos de carga de Nuestro Padre Jesús del Perdón | Fotografía: Alfonso Barco

15 de enero de 2018

Una vez pasadas las fiestas navideñas, hacia mediados del mes de enero suele empezar la actividad de preparación en las cofradías y hermandades de cara a la Semana Santa. Por email comienzan a llegar las convocatorias a reuniones. Los grupos de Whatsapp, que se encontraban medio aletargados, experimentan una impresionante ebullición, y sobre todo, en las iglesias, casas de hermandad y calles de nuestros pueblos y ciudades, se despierta una actividad que poco a poco irá desembocando en la Cuaresma y la Semana Santa.

Entre estas actividades de principios de año, amén de cultos y charlas de formación, suelen destacar las igualás y ensayos de costaleros, así como de agrupaciones musicales y bandas que, desafiando en muchas ocasiones las temperaturas extremas de estos meses, se echan a las calles, provocando el ansia y la emoción de algunos, así como la indignación y la impaciencia de otros. En no pocas ocasiones son calificados de folclóricos, tempraneros y vacíos, por gente de dentro y de fuera. Puede que en algunos casos tengan razón, pero creo que en muchos de ellos, este juicio está totalmente equivocado. Puesto que tanto el capataz, como el costalero, el cargador o el músico verdaderamente cofrade, son conscientes de que su misión es algo muy serio, y por tanto debe prepararse con antelación para que así esté revestida de la mayor dignidad posible.

Es por ello que, en estas breves líneas, me gustaría presentar un modelo diferente de capataz y cargadores, con el objetivo de que pueda servir de fuente de inspiración, y sobre todo de devoción, para todos aquellos que durante la próxima Semana Santa serán los encargados de ser los pies del Señor y de su Madre por nuestras calles. Y este personaje no es otro que el de Moisés, entendido quizá de una manera heterodoxa, como el primer capataz de la historia. Ya que él era el encargado de guiar a los levitas que portaban sobre sus hombros los varales del Arca de la Alianza que, con las Tablas de la Ley, llevaba la presencia de Dios por el desierto, por el largo camino que separa Egipto de la tierra de Canaán.

Seguramente que en muchas ocasiones hemos escuchado, o visto en pinturas, esculturas o películas cómo era este Arca. En el libro del Éxodo se nos informa de que tanto esta como los varales estaban realizados en madera de acacia recubiertos de oro puro. También se nos dice que decoraban el conjunto una moldura y las imágenes de dos querubines con las alas desplegadas, todo ello realizado en oro. Allí se custodiaban las Tablas de la Ley y sobre ellas se sentaba el mismo Dios (Éxodo 25, 10-22).

Pero lo que probablemente no conocemos es algo de sumo interés para el colectivo cofrade, y es cómo se desarrollaba la marcha de los israelitas por el desierto. El décimo capítulo del libro de los Números, nos lo relata con profusión de detalles. Y al leer sus páginas desde una mirada semanasantera, uno puede encontrar fácilmente paralelismos con nuestras procesiones.

La comitiva se ponía en marcha después de que sonaran las dos trompetas de plata labrada, con las que los israelitas eran convocados. Tras ello, las tribus de Israel se ordenaban en escuadrones, siguiendo cada una de ellas a su propio estandarte, casi al modo de un tramo de procesión o de una representación de una cofradía. Ante ellas, guiando la marcha caminaba el Arca de la Alianza, sobre los hombros de los levitas. Moisés era el encargado de guiarla, siendo de alguna manera el capataz que daba las órdenes cuando el Arca debía levantarse y cuando esta debía detenerse. Así nos lo cuenta el libro de los Números:

Cuando el arca se ponía en marcha decía Moisés: "¡Levántate, Señor! Que se dispersen tus enemigos, huyan ante ti tus adversarios". Y cuando se paraba, decía: "¡Descansa, Señor, entre las miríadas de Israel!" (Números 10, 35-36)

No es difícil imaginar la emoción que sentiría Moisés al dar las órdenes a los levitas que portaban el Arca. Seguro que era consciente de que estaba guiando al trono del mismo Dios, entre las miradas atentas y los vibrantes vítores de los israelitas. El paralelismo de esta escena con tantas otras semejantes que se viven en nuestras calles durante la Semana Santa es fácil de atisbar. Los capataces de nuestros pasos, así como los costaleros y cargadores, saben que el peso que descansa sobre su cerviz o sobre sus hombros no es el peso del mismo Dios, sino que es el de la madera con la que se ha representado a su imagen. Pero no por ello su tarea es menos digna de lo que lo fue la de Moisés y los levitas, puesto que saben que con su caminar acompasado y solemne, ayudan a que muchos se encuentren cara a cara con el mismo Dios, cuando las tallas pasionales les hablen en lo profundo de su corazón.

Por todo ello, es necesario y conveniente que aquellos que van a portar los pasos ensayen durante los meses anteriores para lograr que durante las horas de la procesión, su caminar pueda ser mediación para que otros lleguen a encontrarse con Dios. Pero creo que es también preciso que capataces, costaleros y cargadores preparen no solo su físico, sino también su alma para poder llevar con más dignidad las imágenes de la Pasión de Cristo. Ojalá que las cofradías y hermandades sepamos poner a su disposición los medios para que estos puedan crecer en su vida de oración y profundizar en su relación con el Señor y su madre la Virgen. Y ojalá que entre los capataces, costaleros y cargadores, Dios vaya despertando cada día más deseos sinceros de conocerle, como los despertó en el corazón de Moisés y como los ha despertado en tantos hombres y mujeres a lo largo de la Historia de la Salvación.


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