viernes, 12 de octubre de 2018

La farola albercana

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F. Javier Blázquez

Farola albercana incorporada este año a la Semana Santa de Salamanca por la Hermandad Franciscana | Fotografía: JFSB

12 de octubre de 2018

En la Semana Santa, lo mismo que en cualquier agrupación humana, los símbolos y tradiciones son fundamentales. Cada costumbre, cada elemento, cada expresión, necesariamente debe tener su sentido y su porqué, su historia y circunstancias. Así es como vamos creando el patrimonio inmaterial que va más allá de lo visible y sirve tanto a los etnógrafos para construir e interpretar el universo de las relaciones sociales y los rituales que en torno a ella se generan.

Es cierto que en ocasiones las historias tejidas en torno a un decir o hacer, un objeto o personaje, son sobrevenidas, pura invención, a veces maravillosa, casi siempre absurda. También nos encontramos con la nada o el porque sí, mero trasunto porque otros lo hacen. Pero esto no nos interesa, salvo que alcance la categoría de legendario y entremos ya en otra dimensión interpretativa. Nos interesa la historia real, la fundamentada en la deliberación previa, justificada y razonada.

Ejemplos de un relato construido en torno a los elementos y símbolos de nuestras procesiones hay muchísimos. Bastantes más de los que a primera vista pudiera parecer. Procesiones como la de la Hermandad Universitaria, Cristo del Amor y de la Paz, Vera Cruz, Jesús Rescatado o Cristo de la Liberación incluyen numerosas y bellas historias, no todas escritas, muchas todavía sin contar. Lo mismo sucede con los otros desfiles que ahora quedan sin citar. Y no porque no las contengan, que las hay, sino porque son estos los que mejor enraízan con el sustrato salmantino en el que queremos ubicar la humilde pieza que ha servido para intitular el presente artículo.

Efectivamente, la farola albercana está presente en nuestras procesiones de penitencia desde la última Semana Santa. La Hermandad Franciscana la incluyó para alumbrar, junto a las antorchas, en su austera marcha penitencial. Estos elementos tradicionales, como no podía ser de otra manera, tienen su sentido. Y por supuesto su historia. En el diseño del desfile, durante aquellos inolvidables meses de 2016 que precedieron a la erección canónica de la hermandad, quedó establecido que el desfile se configuraba sobre tres premisas: el franciscanismo, Tierra Santa y la tradición salmantina. Un estilo sobrio, casi minimalista, en el que debían aparecer necesariamente los tres pilares constituyentes. Por eso la luz, junto a la antorcha evocadora de aquellos tiempos ya perdidos en las tierras holladas por el Señor, debía aparecer uno de nuestros objetos más representativos, el farol tradicional, el de hojalata. Amor y Paz, en su día, había hecho lo mismo e incorporó con gran éxito el farol de cuadra, tomando como referencia aquellos que les prestaron por las tierras de Aliste para el primer desfile, el de 1971.

El modelo en concreto fue sugerido por el albercano más ilustre, José Luis Puerto. A él, como conocedor de todo aquello que se cuece en la Sierra, se le había preguntado por algún hojalatero aficionado o jubilado que pudiera ejecutar las piezas, porque profesionales ya no quedan. Pero ni eso, en Salamanca ya no hay quien trabaje la hojalata. Eso mismo corroboró Rosa Lorenzo, la nueva vicepresidenta del Centro de Estudios Salmantinos, autora de la hasta ahora única monografía sobre esta profesión a punto de desaparecer, como tantas otras de nuestra tradición. Puerto, no obstante, fue clave en la elección del modelo, la farola albercana, una pieza autóctona bellísima a la par que sencilla. Él mismo regaló a la hermandad una de su colección que había pertenecido a la familia y fue llevada al cementerio, infinidad de veces, para alumbrar a quienes le precedieron. Con ella de referencia se le pidió a Restituto Alfageme –hallado en Medina de Rioseco y posiblemente el único hojalatero activo de Castilla y León– que realizase las farolas para el desfile. Hubo que hacer alguna adaptación, mínima, para ajustar la luz y salir con garantías en el desfile, pero por lo demás se reprodujo fielmente el modelo original.

La Alberca, ese paraíso inagotable para los etnógrafos, volvía a hacer acto de presencia en las procesiones de Salamanca. Ya lo había hecho, con gran acierto, al incluir en la marcha penitencial del Cristo de la Liberación el cetro de luz que al que Vidal González Arenal privó de caer el olvido al incluirlo en una de sus obras más conocidas, Ofrenda en La Alberca. La farola, que en origen era una pieza femenina, regalo recurrente para las novias, acabó sirviendo para otros muchos usos, incluido el funerario, y con la incorporación al desfile franciscano se ha puesto de nuevo en valor y ha contribuido, desde lo poco, a hacer más salmantina la más reciente de nuestras procesiones.


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