miércoles, 28 de noviembre de 2018

Que el hilo no se rompa

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Tomás González Blázquez
Fachada lateral de la parroquia de San Juan de Mata, sede canónica de la Hermandad del Vía Crucis | Foto: Pablo de la Peña

28 de noviembre de 2018

Ni el programa de procesiones se puede reorganizar "para seguir el orden litúrgico" (aunque sí podría revisarse), ni es deseable pretender que las rúbricas litúrgicas se apliquen sin más en los actos de piedad (algo inviable), ni la liturgia como tal sirve de manual de instrucciones para las manifestaciones populares de religiosidad (que son otra cosa). Conviene distinguir para unir, saber qué es la liturgia, saber qué es la piedad popular y obrar en consecuencia. Fue un tema recurrente en los albores del siglo, cuando la diócesis salmantina invitó a formarse a los cofrades, a través de cursos regulados y encuentros más esporádicos, y lo ha seguido siendo en el camino de una invitación diocesana muy repetida, insistente, prolongada y vigente.

Liturgia y piedad popular, dos ejes fundamentales en la vida de nuestras hermandades, que, sin embargo, aún no son conocidas ni diferenciadas. La realidad de los cofrades demuestra que muchos hacen girar únicamente su compromiso en torno al "eje piadoso", mientras que unos pocos, no menos fieles a él, procuran que a su vez tenga como referencia el "eje litúrgico", del que es complemento, como una expresión personal y comunitaria de la fe, testimonio valioso de la misma, anuncio explícito y externo de lo celebrado en la liturgia. Si la piedad popular se reconoce en un plano subordinado a la liturgia es como en verdad adquiere sentido y coherencia. Por el contrario, si giramos en torno a ella por costumbre, por afición, sin hacernos preguntas, sin profundizar, no es que nos perdamos la oportunidad de adentrarnos en el misterio de la liturgia, que también; es que ni siquiera habremos comprendido enteramente todo lo bueno que a la vida de fe proporciona la devoción a las imágenes sagradas o la llamada que sentimos a acompañarlas por las calles.

Yendo a lo práctico, me resultaba llamativa hace unas semanas la noticia de que la Hermandad del Vía Crucis volverá a emprender su procesión desde el auditorio municipal habilitado en la desacralizada iglesia de San Blas. No por la mera noticia, sino por el hecho de que las tres procesiones vespertinas del Jueves Santo en Salamanca saldrán desde lugares donde previsiblemente no se habrá celebrado la misa de la Cena del Señor. En San Blas y en la iglesia nueva del Arrabal, desacralizadas ambas, no se oficia la liturgia; en las Úrsulas, sin comunidad religiosa desde el pasado abril, imagino que tampoco, pues la propia Seráfica Hermandad convoca desde siempre a sus cofrades para que participen en los oficios de Jueves Santo en la iglesia de los Capuchinos. Igualmente, la del Cristo del Amor y de la Paz lo hace en la iglesia vieja del Arrabal y la del Vía Crucis lo seguirá haciendo en su sede, la parroquia de San Juan de Mata, pero esta separación espacial entre la liturgia del día y sus procesiones puede valer como signo de una realidad que existe y que se puede acentuar: la de los templos sin culto o con muy escaso culto; y de otra que contemplo como riesgo: perpetuar la distancia entre liturgia y piedad popular si el cofrade poco inclinado a participar en la primera la percibe ajena en horario, en lugar o en enfoque al acto piadoso al que sí se siente muy convocado. ¿Se sacrificará para no perderse ninguna de las dos convocatorias? ¿Le haremos elegir? ¿Le facilitaremos estar y sentirte parte de ambas? ¿Cuánta será la duración total y se tendrá esto en cuenta?

El caso concreto del Jueves Santo solo es uno de ellos. Señalando apenas las citas litúrgicas principales de la Semana Santa pienso en la dudosa participación de las decenas de niños cofrades en una misa de Domingo de Ramos cuyo preámbulo, la bendición de las palmas y el evangelio de la Entrada en Jerusalén, es precisamente la razón de ser de la posterior procesión con el paso de Jesús Amigo de los Niños. En la tarde del Viernes Santo, de la misma forma, cuatro cofradías se echan a la calle tras la celebración de la Pasión y Muerte del Señor, a la que habrán faltado decenas de cofrades. Por último, a la misa de Pascua tampoco deberían renunciar los participantes en la procesión del Resucitado.

Hemos de concluir que el vínculo que une a liturgia y piedad popular no parece todo lo robusto que debiera en las cofradías, que los largos años en que se han dado la espalda son pasado pero aún se sienten sus efectos. La propia diócesis acaba de incluir la piedad popular como una sección en la delegación de liturgia, de manera que se reconoce su peso pastoral y se intuyen avances en su consideración. Por su parte, las cofradías podrían reflexionar acerca de su apostolado litúrgico, si es prioritario y eficaz entre sus miembros, si resulta factible y atractivo para ellos celebrar la liturgia y procesionar, si los programas de actos no están desproporcionados… Ese hilo todavía tímido y fino que une a liturgia y piedad popular hay que tejerlo a conciencia, sumarle fibras, fortalecerlo. No será fácil, ni los frutos llegarán pronto, pero si acaso dejamos que se rompa nos habremos quedado sin saber muy bien qué estamos celebrando un Jueves Santo por la tarde o un Domingo de Resurrección por la mañana.


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