viernes, 21 de diciembre de 2018

Paradojas del elegir

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F. Javier Blázquez



21 de diciembre de 2018

Siempre se ha dicho que la pluralidad enriquece y, por ello, si en un proceso electoral se plantean varias opciones, con ideas y programas diferentes, son más las posibilidades de elegir el modelo que se prefiere para la institución. Así lo entendemos y así debería ser, pero si nos atenemos a la experiencia de los últimos tiempos y analizamos cómo quedan las instituciones tras un proceso electoral al que concurren varias candidaturas, lo cierto es que en nuestras cofradías no hay mucha diferencia con los partidos políticos.

En Salamanca, de la tradicional dejadez y la casi imposibilidad de formar alternativas a la directiva en ejercicio, hemos pasado en los últimos años a constatar como habitual que se presenten dos candidaturas. En el plazo de dos años, la Seráfica Hermandad del Cristo de la Agonía, la Congregación de Jesús Rescatado, la Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz, la Hermandad Dominicana y la Congregación de Jesús Nazareno han pasado por procesos electorales en los que se han presentado dos candidaturas. Esto, sobre el papel, es muy positivo. Hay interés por la cofradía y se ofertan distintos modos de gestión para que los hermanos elijan el que consideren mejor.

Sin embargo, una lectura detenida de los pormenores que promovieron la presentación de más de una candidatura, nos lleva a concluir que la formación de las segundas propuestas tiene siempre un componente anti. Antioficialismo, antigrupo-radical del friquismo cofrade, antiacaparadores de la hermandad, antienterradores tras la destrucción, anticorruptos… esto, y más, es lo que se dice. No se puede dejar que la hermandad quede en manos de quien no va a saber gestionarla. Y aquí entra en juego el poco edificante proceso de erosionar al contrincante. Al modo político, donde todo vale. Pero claro, resulta que estamos hablando de hermandades, de comunidades cristianas donde prima la caridad, así debería ser, y sus miembros se tratan como hermanos. Pero esto se olvida y no se duda en erosionar la buena fama del contrincante, en airear sus flaquezas o en utilizar los medios y cauces de la propia hermandad para causas particulares cuando el candidato es el oficial. Hay de todo. Todo vale. El fin justifica los medios.

Cuando esto sucede, la cofradía queda resentida y los que pierden casi siempre pasan a la oposición o al abandono, llegando en ocasiones a cursar su baja. Triste, pero es el percal que desgraciadamente tenemos. Y con ello debemos convivir mientras contemplamos cómo nuestras hermandades se alejan del mensaje evangélico en medio de la maraña de las pugnas intestinas y el debilitamiento progresivo. Porque cada meneo electoral con vencedores y vencidos, aquí pasa factura. Hay que tomar nota para prevenir y anticiparse, poniendo los medios a tiempo, antes de que se produzca la fractura. En la acción preventiva estamos fallando todos, desde el obispado a los cofrades. Y esto no puede seguir así.

Lo mejor, para las instituciones, es la estabilidad. Y por ella abogamos por una renovación tranquila de los cargos cuando llegue el momento, en la vía continuista cuando las cosas están bien, con alternativas fieles al espíritu del Evangelio cuando no quede más remedio que promoverlas, pero siempre dentro de la comunión eclesial, porque cualquier opción es buena cuando se tiene claro lo fundamental.

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