miércoles, 23 de enero de 2019

Pregón. 2019. Un dietario (2)

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Abraham Coco

23 de enero de 2019

¿Cómo se escribe un pregón? La designación como pregonero cofrade va acompañada de un aluvión de parabienes y mensajes de ánimo, pero no de un libro de instrucciones. No existe un manual sobre cómo escribir un pregón de Semana Santa que, como se sabe, se presupone distinto de otros textos de su género. Es diferente de un pregón de fiestas patronales, pues no se vocifera desde el balcón de la casa consistorial sobre una masa encervezada. Y tampoco se asemeja, aunque algo tengan en común, con la exaltación del vino de Toro o del galo piñeiro, pues aquí se trata de alimentar el alma más que el estómago, aunque los sentidos han de andar igualmente despiertos en ambos casos.

En esas estamos, en el ecuador del periodo que va desde la fecha del nombramiento oficial (¡hace ya dos meses!) hasta el momento en que el texto habrá de entrar en imprenta, penúltimo trámite de un proceso que en las próximas semanas irá acelerándose, por lo que sería conveniente terminar los deberes a tiempo, mientras los más capillitas no dejan pasar un día sin avanzar en su cuenta atrás.

Se me ha indicado la duración aconsejada, lo que sería conveniente. También es conocido el escenario en el que habrá de pronunciarse, así como el contexto y su parafernalia, término que en esencia no conlleva ningún tipo de significado peyorativo. A partir de ahí habrá que ir cerrando flecos. Pero flecos son. Por eso al pregonero lo que le inquieta es, mejor o peor, tejer la tela. Sin tela no hay flecos.

Al apóstol Santiago, que desde hace casi cuatro siglos atiende diligentemente a monarcas y delegados regios que le imploran en la Ofrenda Nacional, le he encomendado el acompañamiento que en este feliz brete se requiere. Qué duda cabe que es una satisfacción y un inmenso orgullo ser pregonero de la Semana Santa de tu ciudad. Pero ay de esos momentos de zozobra que emboscan en el camino...

El pregón, en cualquier caso, se escribe a ordenador, preferiblemente con música de fondo y una vela encendida junto al pequeño crucifijo que me regalaron el día que, rematada la educación obligatoria, dejé el colegio San José después de trece años. A sus pies, sobre la piedra blanca, una pequeña medalla de Madre Matilde, la cuasibejarana beatificada por Juan Pablo II en 2004, donde leo la inscripción "Jesús, tus miradas curan mi alma". Hace unos días, Francisco Mena Cantero, que este año será el Poeta ante la Cruz, me comentaba en el transcurso de una entrevista que se publicará en el boletín cuaresmal Cruz de Guía, que los textos, en concreto se refería a los sonetos, cuando están bien ejecutados, no es mérito del autor por haber sabido escribirlos, sino por haber logrado encontrarlos.

Así que pongo la brújula y busco, a ratos en la cabeza y a ratos en el corazón. Busco también en la mesa de un bar entre conversaciones amigas y sorbos de café; en confidencias a la puerta de la iglesia o tras las cañas que estas mismas propician; en charlas –cara a cara o a distancia– de las que surgen ideas que modelar; en las notas que a lo largo de todo este tiempo fui recopilando... Busco, busco, busco...


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