viernes, 17 de mayo de 2019

La esperanza por el Calasanz

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F. Javier Blázquez

Un paso de plastilina, bajo la advocación de El Cristo de los Perdones, en un aula del antiguo convento de las Bernardas

17 de mayo de 2019

Permanecen todavía en esa Salamanca que llaman oculta, integrados en edificios o espacios que cambiaron su función, recuerdos ya casi borrados de intensas vivencias cofrades. En los conventos de San Francisco el Real, San Carlos Borromeo y el Santo Nombre de Jesús, de las monjas bernardas, en la parroquia de San Román o la misma Prisión Provincial, por citar los relevantes, se escribieron páginas gloriosas para el devenir de nuestra Semana Santa.

Por eso la mirada nostálgica se ilumina cuando, por ejemplo, reverdecen por cuaresma añejas evocaciones y se llenan los pasillos del Colegio Calasanz con pasos de plastilina, expuestos bajo las más increíbles advocaciones. Los grupos de la ESO prepararon una original y refrescante reflexión sobre la Semana Santa. El antiguo convento cisterciense fue otrora sede del Perdón. Hoy lo es de la esperanza, igual que muchos otros colegios que no tuvieron un pasado similar, pero sus alumnos construyen igualmente un futuro cristiano que acoge con cariño esta expresión tan propia y genuina de celebrar la pasión del Hombre que sometió a la muerte.

Atrás parecen quedar, afortunadamente, aquellos años del aggiornamento en los que más de un pastor llamado a la cura animarum preconizó con regocijo el final de la Semana Santa procesional. En plena crisis del antiguo régimen eclesial, en plena efervescencia postconciliar, se abrieron las ventanas del vetusto edificio para que el aire fresco arrastrase miasmas e hiciera posible la renovación. Era inevitable que todo cuanto ataba al pasado y distraía la nueva pastoral cayese como la fruta madura. Y alguno se aprestó a zarandear el árbol, ansioso por anticipar la caída. Era cabal que cofradías y procesiones, con fecha de caducidad, quedasen sentenciadas. Tenía que ser así y así parecía ser. Las filas decrecieron, los pasos dejaron de salir, las hermandades se perdían… Era el signo de los tiempos.

Pero no fue así, ya sabemos. Las circunstancias cambiaron y una nueva generación se alista a las hermandades mortecinas, funda otras nuevas, recupera mucho de lo que se perdió. Porque la vida de fe no puede fundamentarse solo en lo racional, ni la liturgia ser pura, ni la adecuación a los tiempos nuevos quedar únicamente en símbolo que no toca el corazón. Hace falta algo más, cuidar el aspecto emotivo. Y en la religiosidad popular, precisamente, esto abunda hasta el exceso, con todos los peligros que conlleva y por eso mismo se quisieron extirpar. Sin embargo, una cosa era prevenir el vicio y otra, bien distinta, llevarse todo por delante, incluido lo mucho de bueno que tienen las expresiones de la piedad popular. 

Aquellos que pasaron por la juventud en los setenta dieron el paso y cargaron sobre sus hombros con el peso de la recuperación. Ahora están de retirada porque la generación finisecular asumió ya el relevo, dispuesta a mantener la tradición. Lo había vivido y sentido como propio y aceptó con naturalidad las responsabilidades que llegaron. Así es como tiene que ser y por ello gratifica comprobar que la cantera no se agota y sigue habiendo adolescentes y jóvenes que viven de manera apasionada este acontecimiento tan profundamente humano. Dios muere y resucita y nos da la vida que no acaba. El pueblo celebra al comienzo de la primavera y muestra sin complejos al mundo secularizado el misterio de la redención. Ahí andan estos muchachos, ilusionados, esperanzados, dando testimonio de sus certezas, sabedores de que el futuro lo tienen ahí, tocándolo con las yemas de los dedos.

Por esas mismas estancias de la esperanza colegial transita María, sonriendo aún porque este viernes santo había abierto con un farol el desfile de la Congregación de Jesús Nazareno. En otros pasillos, los de la planta inferior, están los mayores y abundan entre ellos los cofrades de acera. Marina, Carlos y Guillermo afianzan sus criterios y comparten impresiones bajo la supervisión de Luis, que con su Rincón de los pasos sienta cátedra como capillita mientras sueña con llevar en procesión la Virgen de su pueblo. Pilar, más activa, reparte su ocio entre el fútbol y la Semana Santa. Su Virgen es la Soledad y nunca falla en su desfile, pero este año fue con Juan a cargar en la Agonía. ¡Qué pronto empiezan con esta locura tan apasionante! Lo mismo que Miguel con la música. Vive para ella y tiene en la trompa su mejor amiga, lo saben bien en la banda Ciudad del Tormes.

A veces retornan los veteranos a la querencia. No pueden evitarlo, porque Calasanz imprime carácter y su memoria permanece para siempre. Y por allí te los encuentras, en el tránsito de la esperanza, comentando cómo les va la vida y cómo ejercen de cofrades. Alejandro carga con el Cristo de la Agonía Redentora, que cuerpo tiene para ello. Diego, que viste el mismo hábito, participa en la agrupación musical, mientras María Victoria se reparte entre la Dominicana y la agrupación Virgen de la Vega, donde toca el tambor. Y por supuesto están las ilustres. ¡Cuántos recuerdos del curso pasado!, porque vaya antepasados tuvieron en la Semana Santa. Marta es de estirpe nazarena, Eva de la Vera Cruz y Fátima de la Soledad, donde ya asume alguna responsabilidad. Ellas lo asumieron todo antes, porque lo llevan en los genes, aunque si se habla genética soleana, Javier y Marta, cofrades y fotógrafos de futuro, también podrían presumir un rato.

Podríamos seguir, con este y otros colegios, que hay muchos más ejemplos. Es solo una muestra para reflejar que, gracias a Dios, la tradición sigue viva y se renueva. Y una tradición tan viva no se puede extinguir, aunque haya a quien le pese. Al menos, nos queda la tranquilidad de que nosotros no conoceremos el final, porque el relevo está asegurado. Son tiempos para la esperanza de la Semana Santa, son tiempos para la esperanza de la Iglesia. Este torrente de vitalidad no se puede desperdiciar. La ilusión de tantos adolescentes y jóvenes es un tesoro guardado en vasija, ignoro si de barro, pero sí afirmo que estamos obligados a cuidarlo con mimo y mantenerlo para entregarlo, como ofrenda, a la Iglesia y sociedad del mañana. Esa sí es nuestra responsabilidad.

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