miércoles, 12 de junio de 2019

Sin miedo

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Isabel Bernardo

Una mujer y una niña observan desde un balcón el paso de Jesús Despojado | Fotografía: Manuel López Martín

12 de junio de 2019

Declararse públicamente cristiano, sin miedo, es la mejor opción que tenemos para luchar contra la persecución a los cristianos. Sorprende el silencio en el que este mundo de los hombres ha caído respecto a los asuntos de la Iglesia y de Dios. Sorprende también el olvido de la oración, del amor cristiano, de los sacramentos… en la rutina diaria. Todo lo que se piensa y se siente parece estar ya solo aquí abajo. En este valle lleno de mercantilismo, falsas ambigüedades, hostilidad y avaricia que ha puesto en modo "off" el corazón y los sentimientos de sus hombres y mujeres.

Confieso que no puedo mirar a mi alrededor sin dejar de estremecerme. Los medios de comunicación se han hecho eco de la barbarie humana con una normalidad y naturalidad que sobrecogen. Esto es lo que tiene haberse dejado llevar por el hombre-masa, el hombre-muchedumbre del que Ortega y Gasset habló en su obra más reconocida. La rebelión de las masas, aun habiendo sido escrita por el filósofo en 1929, parece ser un diario fiel de estos tiempos que llaman de la posverdad. Somos –tal y como decía Ortega– hombre-masa, hombre-muchedumbre; más que hombres, caparazones de hombres sin interioridad, sin adentros, tremendamente dóciles y manejables, y que se dejan llevar con extrema comodidad por los idola fori (ídolos del foro) y toda suerte de disparates y esnobismos. De ahí que sacar a Dios de esta sociedad haya sido muy fácil. Y todo esto lo saben quienes están dispuestos a acabar con nosotros.

Nos atacan porque nos saben "no vulnerables". Aunque haya de escribir esto con sobresaltado cargo de conciencia y con crudeza. Y digo "no vulnerables" porque nuestra reacción ante una matanza de cristianos no va más allá de un ¡qué pena!, un ¡vaya por Dios!, o la irritante coletilla de ¡cómo andan, los pobres! Mayormente cuando todos ellos están a muchos kilómetros de esta Europa flemática, indiferente, que ha levantado muros emocionales e (in)humanos para, cómodamente, sobrevivir.

No, yo no tengo soluciones para acabar con este problema. Pero tengo voz para buscar la ayuda de Dios, porque sin oración, Dios no viene. La fe necesita además de sentimiento, palabras. Si es cierto que los cristianos queremos hacer algo, el primer paso está en ir en contra de esta tiránica modernidad que nos está imponiendo, con artificios capciosos y bastardos, el silencio del nombre de Dios en nuestros labios. Las libertades que nos procuran los estados democráticos han de respetar escrupulosamente la libertad de fe de los cristianos. No se puede estar siempre tolerando abusos e insultos. Por ejemplo aquel "me cago en D…" que, como si fuera una gracieta sin mayor importancia, una concejala del Ayuntamiento de Salamanca escupió en un pleno municipal. Ya ven qué cerca tenemos al enemigo. Da igual que unos tengan el cuchillo en la lengua y otros en la mano, tenemos que defendernos hablando, sin miedo, de Dios.

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