miércoles, 30 de octubre de 2019

Con alma de niño

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Roberto Haro

Cruz con sudario del paso Camino al Calvario perteneciente a la Hermandad del Cristo del Perdón | Foto: Roberto Haro

30 de octubre de 2019

En estas fechas que se acercan a los pies de los primeros días de noviembre, me vienen a la memoria años de recuerdos y vivencias alrededor de esa fe que profesamos los cristianos cuando al sufrir ciertas enfermedades nos acordamos de lo frágiles y vulnerables que somos ante situaciones de debilidad y flaqueza. Seguro que en las diferentes misas de difuntos que celebrarán estos días las cofradías, hermandades o congregaciones podemos encontrar ejemplos de familias que se reúnen alrededor de esas imágenes veneradas para profesar dicha fe, esperando el consuelo y auxilio necesario.

La enfermedad y la muerte siempre han sido temas muy difíciles de compaginar y convivir en nuestra sociedad, debido al concepto que tenemos de ambas dentro de nuestra cultura. Y más aún cuando de la noche a la mañana, sin darse uno cuenta, ambas pueden estar ligadas a un destino incierto y desconocido que provocan tener un cierto miedo y desasosiego a morir, especialmente si se presenta una situación de delicada enfermedad que no se puede controlar.

La muerte es algo que siempre ha inquietado y preocupado al hombre desde la antigüedad. Existen multitud de creencias al respecto, a través de a las cuales se ha pretendido dar sentido tanto a nuestra existencia como al mismo hecho del propio fallecimiento.

Y es aquí donde históricamente fue desarrollada una faceta importante en la labor benéfico-social de las cofradías al asistir a su hermano en el momento crucial de la muerte. Una acción social convertida en tradición con el paso de los años en la que los mayores aprendieron ya desde niños a complementar el culto a las imágenes titulares de la cofradía, con las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestido al desnudo, visitar al enfermo y enterrar a los muertos. Una tradición repetida y conservada de generación en generación.

Quizá es una reminiscencia del pasado que, habiendo nacido en la Edad Media cuando los fieles se agrupaban para cubrir a la vez sus necesidades materiales y espirituales, hoy está prácticamente en desuso.

Además de esa asociación incluso gremial donde se ejercían trabajos en ayuda de la sociedad, se aprovechó esta vía para hacernos conscientes de esa debilidad humana a través de las innumerables obras escultóricas o pictóricas que las cofradías fueron introduciendo en sus procesiones con mayor o menor acierto. Muy característico fue, por ejemplo, la presencia de elementos figurativos que aparecen como fruto de la teatralidad del Barroco y de su intencionalidad de sorprender incluyendo figuras como el demonio o la muerte, aunque a veces en menoscabo del decoro.

Con la evolución social del último siglo, hoy en día esa forma de ayuda al necesitado que las cofradías realizaban en auxilio del finado queda relegada prácticamente al ámbito privado con el ofrecimiento de misas por el alma de los difuntos y son escasas ocasiones en las que las asociaciones se acercan veladamente a aquella primitiva tradición. Eso sí, actualizada a la época actual.

Por mera coincidencia del destino –quizá sea bendito destino– me topé recientemente con una de ellas, cuya labor es acompañar a niños enfermos de cáncer en hospitales para ayudar a sobrellevar mejor su enfermedad. En dicho contexto he tenido la ocasión de conocer a través del arte cinematográfico la labor que se llega a realizar: Camino y Maktub son dos películas "con alma de niño", reflejando la misma cruda y triste realidad con dos miradas diferentes.

En la primera de las obras se muestra el caso de cómo una niña pequeña y su familia, que son profundamente católicos practicantes, afrontan la enfermedad de esta donde se reflejan de forma muy clara los roles que cada uno de los miembros de su entorno desempeña a lo largo del proceso de debilidad. Siempre acompañados en su fe, que ayuda a reponer esa fuerza que parece desvanecerse día a día.

En la segunda película mencionada, un adolescente se enfrenta a la misma enfermedad con una enorme vitalidad, lleno de energía que, acompañado de su inseparable y alocada enfermera, va contagiando a todo su entorno con su forma de afrontar la vida cambiando la visión de sus familiares y amigos para afrontar el día después.

El conocimiento interno de esta acción social, cuando se tiene una situación similar cercana, dejó en mi espíritu un sentimiento de fragilidad en mi cuerpo: somos tremendamente vulnerables en cualquier momento.

Nunca había pensado en el cambio que puede dar la vida en un suspiro hasta que lo ves tan de cerca. Y, sin embargo, siempre ha estado ahí entre nosotros, en una constante presencia silenciosa a través de toda la historia en la que lo único que nos fortalece es la forma de afrontar la vida.

Esa forma de afrontar la vida en momentos crudos y difíciles que enseñan y actualizan la obra de caridad de las cofradías es la que hará que no tengamos miradas indiferentes y de indiferencia, concupiscentes, irrespetuosas.

Cuando se ve en la mirada de esos niños que en su juventud aprende a vivir, con la edad llegamos a comprenderla. La vida sólo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero solo puede ser vivida mirando hacia adelante con alma de niño.

Bendita caridad.


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