viernes, 1 de noviembre de 2019

La penitencia: una realidad compleja (I)

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Daniel Cuesta SJ

Un penitente arrastra pesadas cadenas durante una procesión de Semana Santa en Salamanca | Foto: Pablo de la Peña

01 de noviembre de 2019

La realidad de la penitencia constituye un tema muy delicado. Algunos estarían dispuestos a eliminarla completamente del cristianismo, argumentando que la religión de Jesucristo es la religión de la alegría. Otros defienden que una de las causas de que nuestra Iglesia haya perdido el vigor que tenía antaño es por la relajación de sus costumbres y el olvido de la penitencia que nos recuerda todo lo que sufrió Jesucristo por nosotros durante su Pasión. Ambos pensamientos tienen parte de verdad. El cristianismo es, por una parte, la religión de la alegría, ya que sabe que Cristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y nos ha enviado el Espíritu Santo para que habite en nosotros. Pero el cristianismo también nos recuerda que el pecado existe en este mundo (no hay más que ver el telediario), porque los hombres tendemos a inclinarnos hacia el egoísmo, olvidando a Dios, a los demás y a la creación. Y el pecado fue lo que llevó al Hijo de Dios a la muerte de cruz, por lo tanto, no es ninguna broma, ni algo que debamos olvidar en nuestra vida. Por ello, la penitencia es una realidad que no se puede ni suprimir de un plumazo, ni tampoco dejarla a su aire, puesto que puede dar lugar a desviaciones que no llevan a ninguna parte.

Por poner algunos ejemplos de lo que no debe ser la penitencia, y del peligro que esta encarna cuando no se acompaña con la oración o conversación con un acompañante o director espiritual, voy a contar dos anécdotas que creo son bastante iluminadoras.

La primera de ellas tiene como protagonista a un cofrade que, teniendo una fe sincera, pero muy sencilla, decidió que aquel año iba a salir haciendo penitencia durante las procesiones de Semana Santa de su ciudad. Su motivación principal era que se sentía pecador y que veía que su vida se alejaba de las propuestas que Cristo hace en el Evangelio. Así que, compró dos maderos muy pesados y fabricó una cruz con el objetivo de cargarla en el tramo de penitencia de su hermandad. Hasta aquí todo iba muy bien, sin embargo, este joven comenzó a sentirse orgulloso de su cruz y del esfuerzo que iba a hacer y así publicó unas cuantas fotos de la misma y de su peso en las redes sociales. Con ello eliminó una parte muy importante de la penitencia, que es la de que esta quede en lo escondido: entre Dios y la persona. Además, unas semanas antes de la procesión comenzó a salir de fiesta y a cometer excesos de una forma más desaforada de lo normal. Y cuando la gente le preguntaba qué le pasaba, él respondía que, dado que iba a hacer penitencia durante la Semana Santa, necesitaba tener más pecados que expiar, y por tanto estaba aprovechando la ocasión para ello. Esta segunda manera de entender la penitencia daba a entender que su modo de ver la expiación y satisfacción de los pecados carecía de una parte muy importante: el deseo de conversión y cambio. Lo cierto es que, finalmente, este chico participó en la procesión como penitente y solo Dios y él saben si aquello le ayudó a entender mejor la llamada que Jesucristo nos hace a todos a la conversión.

La segunda historia está protagonizada por un padre de tres hijos que quedó viudo después de que su mujer luchara durante años con el cáncer. Tras la muerte de su mujer, quedó sumido en una depresión que le hizo pasar muchas horas fuera de su hogar, principalmente en los bares y paseando sin rumbo por las calles. Durante este tiempo, sus hijos estaban en casa, cuidados por su suegra y por su hermana. Cuando se acercaba la Semana Santa, dado que era cofrade, decidió participar en la procesión como penitente. Para ello hizo una cruz enorme con dos tablones enormes de los que se utilizan en los andamios de las obras y se dispuso a cargarla en la procesión llevando los pies descalzos. El peso del madero era tan grande que a la mitad del recorrido comenzó a marearse y cayó redondo en el suelo. Lógicamente tuvo que abandonar la procesión y ser atendido por un médico, con la ayuda de algún cofrade y de alguna señora de las que acompañaban el cortejo con su mantilla y su peineta. Precisamente una de estas señoras fue la que me contó la historia y me decía que en esos momentos le había preguntado que por qué se había puesto a cargar una cruz que superaba sus fuerzas. Él le había respondido que sentía la necesidad de hacerlo porque su mujer había muerto y tenía desatendidos a sus hijos. Ante esta respuesta, esta mujer le preguntó si no había pensado que quizá su mejor penitencia sería pasar más tiempo en casa y ocuparse de sus hijos. En este caso, la penitencia de este hombre (aunque no terminó como él había planeado) tuvo su fruto, que fue el que esta persona cambiara su ritmo de vida y dedicara más tiempo a sus hijos.

La penitencia es una realidad que, bien entendida, puede ayudarnos a cambiar de vida, a convertirnos y así ponernos en el camino de Jesucristo. Sin embargo, si centramos la penitencia en nosotros mismos, puede convertirse en algo desviado y peligroso que, lejos de abrirnos a Dios y a nuestros hermanos, nos centre en una imagen narcisista y pecaminosa de nosotros mismos. Por ello, en mi próxima entrada daré algunas claves para la vivencia cristiana de la penitencia cofrade.


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