viernes, 22 de noviembre de 2019

Pregón. 2019. Un dietario (y 8)

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Abraham Coco

Ilustración de la Virgen de la Angustias realizada por Andrés Alén para el libreto del pregón

22 de noviembre de 2019

Ya tiene cartel. Ahora le falta pregonero. La Semana Santa de 2020 comienza a dibujarse en el ritual propio del otoño y en los proyectos que las cofradías encaran a varios meses vista. En esos ritos y en esos proyectos andaba yo hace un año, con tanta ilusión como inquietud, en vísperas de aquella designación que me desbordó de afectos. El inicio de un relato del que este dietario ha sido testigo. Un dietario escrito en parte en fechas posteriores a las que figuran como día de publicación y que culmino con este artículo. Cuando sea el turno de mi próxima columna en esta revista, en el mes de enero, el presidente de la Junta de Semana Santa –espero suponer bien– ya habrá nombrado a la persona que el 31 de marzo nos anunciará, a su modo, la noticia que todos estaremos esperando.

En las últimas líneas de este dietario de bambalinas, la cara b del pregón, me encuentro de pie ante la Virgen, mientras Jesús se prepara en la sacristía para el traslado al Liceo. Allí, a solas como pocas veces, confieso lo que en el fondo ambos intuíamos y una Madre no necesita disculpar. Porque fue en las Angustias en quien tantas veces pensé para estar a mi lado ese día. Con razón así lo sospechaban varios de mis amigos. Pero la historia se repetía. Desde que era un renacuajo, y aunque nunca he sido muy dado a las pancartas, cultivé una devoción reivindicativa hacia las Angustias. Como una rabieta pueril con la que me resistía a que, en San Pablo, el protagonismo se concentrara en el altar mayor. Pero, una vez más, llegado el momento, era Nuestro Padre Jesús quien esa tarde –cómo no– esperaría detrás del telón para ser presentado con la marcha homónima. Y yo, temprana la mañana, estaba frente a las Angustias con mi oración de crío treintañero buscando en sus ojos serenidad para el pregón.

Y como las Angustias, el Jesús de la Pasión que llenó de emoción la entrevista con Eva para la revista diocesana. O el Yacente que, con tanta generosidad y sin ningún reproche, mis hermanos supieron que tampoco sería. O esa Dolorosona que tan feliz habría hecho a Bernardo y a la que cada día profeso una espontánea devoción que crece y crece. O el Cristo de la Tabla… o cualquiera de las imágenes veracruceñas. ¿Y qué más da? ¿Es que acaso no estaban todos? Pero no daba igual, no. Hasta el Cristo de la Agonía Redentora se había borrado de la lista gracias a su colosal presencia en 2012.

Tenía que ser Jesús Rescatado, ese Cristo "enigmático" –escribió Javi en sus palabras de presentación para el pregón– que desde la infancia ha estado, y sigue estando, tan presente en mi vida. Porque a su lado cualquier recuerdo, por lejano que sea, se me hace cercano. Junto a él se disipan los pájaros y se regresa al redil. Se empequeñecen los grandes tratados y se redescubre lo esencial. Se cura la miopía y se robustece la fe. Porque a su lado soy el "capillita de siempre". Ay, Jesús, lo que daría por buscarte en cualquier capilla compostelana a cualquier hora. Que aun estando, a veces cuesta encontrarte.


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