viernes, 30 de abril de 2021

2 de abril de 2021. Viernes Santo

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 Conrado Vicente

Fotograma de la película Ben-Hur (1959) de Wiliam Wiler

30-04-2021

Segundo Viernes Santo en casa. Este, avisados, sometidos, sin sorpresas. Descansados. A estas horas estaríamos esperando a la Virgen en la plaza, al límite del agotamiento. El Viernes Santo es un día duro en Zamora. Ya está escrito en estas páginas. Al cansancio de los preparativos cuaresmales se añaden las esperas a pie firme en la calle hasta las tantas para ver los desfiles de los primeros días, los excesos en comida y bebida que van in crescendo desde el Domingo de Ramos (al final se celebró un pregón enlatado, como se diría en el argot periodístico, en el Ramos Carrión, sin el glamur de otros años y, lo peor, sin banquete de honor en el Palacio del Duero: ¡ay, ese solomillo ibérico con hojaldre de hongos de la última edición!). Decía de cansancio, la salida en las Siete Palabras, en La Esperanza, el trasnoche del jueves, las sopas de ajo… me habrían dejado para poco en el Santo Entierro de esta tarde, o sea solo la ida, así que después de la merienda en la Catedral hubiera recogido los trastes y sin la satisfacción del deber cumplido (ni falta que a estas alturas me hace), me hubiera ido a descansar un rato para poder llegar a la Salve de Nuestra Madre con un poco de dignidad cofrade. Me pasa con la Semana Santa como en las bodas, se llena uno con los entrantes y luego no se llega al asado.

Mentiría si dijera que he sentido nostalgia procesional. Ya estábamos advertidos con tiempo para poder preparar otro programa de actividades (caseras). Y no puedo decir que no las haya disfrutado. El verbo disfrutar no me gusta para describir el efecto que produce salir en procesión. Pero describe a la perfección mi sentir al finalizar este día. Un disfrute casi infantil. Preparé unas torrijas para desayunar y con la miel en los labios (en sentido literal), encendí la vieja Roadstar para escuchar el especial de Marchas de Semana Santa de Carlos Herrera. Solo por estas músicas habría que mantener los desfiles. Para Beethoven, la música era el mejor mediador entre el mundo espiritual y los sentidos, lo cual, ahora que lo pienso, bien conocían los monjes antiguos o los modernos compositores de música góspel. Me pregunto si el descenso de fieles en la liturgia no tendrá algo que ver con la pobreza musical en las iglesias. La gente joven hace cola para entrar en las bandas cofrades, pero las guitarras, que tan buen juego dan para la fiesta, no les atraen a las misas. Y menos los coros del Imserso, :-). He sido, creo que por mi vinculación a Zamora, más de travesera y clarinete que de trompetas. Hasta que escuché a Las Cigarreras en vivo con la Hermandad de San Gonzalo en Sevilla. Habrá mejores bautizos y mejores bandas. Pero aquel estreno me convirtió. Esta mañana lo he revivido escuchando a la Tres Caídas de Triana, a la Virgen de los Reyes, a la de Nuestro Padre Jesús de la Pasión… A esa hora habría sonado la Marcha de Thalberg por toda Zamora. Me dicen que se tararea hasta en los partidos de futbol. ¡Tiene gracia!

Apunto una anécdota: escuchando la marcha Eternidad (¡inmensa!, como otras del programa) interpretada por la banda Ntra. Sra. del Rosario de Cádiz me entero de la reciente muerte de un tal Sergio Larrinaga Soler, Larry para sus amigos, compositor y director de la banda. La noticia me lleva al cantante de trap C. Tangana que ha escogido una de sus marchas, Amor, para un videoclip. Después de verlo he comenzado a mirar al rapero con otros ojos.

Hemos comido cordero (sin entrantes, ja, ja), anticipándonos al Domingo de Resurrección y saltándonos la abstinencia, con un Viña Lanciano (parezco un influencer) del que tan bien nos tiene surtida Victoria la despensa. Me emociona verla vestida con la mantilla en La Esperanza y cruzar juntos el puente camino de la procesión, pero tampoco este año ha podido ser. Como me ha emocionado casi hasta las lágrimas, aunque suene a tópico, la marcha Siempre la Esperanza, de Espinosa de los Monteros, que no lo anoté antes. No me extraña que tanto charrito semanasantero mire hacia el sur.

La tarde ha sido para el cine. ¿Cuántos Viernes Santos sin ver una buena película de romanos? Quizá desde la infancia, cuando mi vida, como en las televisiones de antaño, trascurría entre el blanco festivo del barrio Girón, y el gris (aunque el edificio era rojo) del Seminario en Valladolid. Perdíamos el final pues había que bajar a coger sitio para ver la Procesión General, o años después para salir en ella con la cofradía del Santo Sepulcro (recientemente he sabido que su fundador fue un carmelita salmantino, el P. José Antonio Carrasco, en los años 40). Todavía tengo la túnica infantil y la medalla en un rincón del armario. Ha tocado Ben-Hur, de William Wyler, y no sé si me ha gustado más la película o los pormenores de la misma leídos en Wikipedia después. Se trata de una adaptación de la novela Ben-Hur: una historia de Cristo escrita por Lewis Wallace en 1880 y al parecer fue la novela más vendida en Estados Unidos hasta la llegada de Lo que el viento se llevó cincuenta años después. El proceso de redacción llevó al autor a convencerse de la existencia de Jesús habiendo sido incrédulo con anterioridad. La filmación de la película fue una auténtica desmesura, con la carrera de cuadrigas como la mayor de todas ellas: un año de planificación y cinco semanas de rodaje para nueve minutos de escena.

Confieso que durante el posterior viacrucis desde Roma en la 2 apenas he podido atender a las meditaciones de los niños. Las imágenes de la película, sobre todo el final, persistían en mi retina junto con las músicas de la mañana, como si de una auténtica procesión se tratara. La única posible para este viernes de pandemia.

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