lunes, 8 de noviembre de 2021

Cuatro encrucijadas, entre otras

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 Tomás González Blázquez

Cruceros alistanos de San Vitero, El Poyo, San Cristobal y Viñas | Foto: Tomás González Blázquez
08-11-2021 

Donde confluyen los caminos de entrada y se distribuyen los de salida. Donde una plazuela convoca o donde una fuente nutre de vida. Donde el pueblo se acaba o donde empieza el monte de las estaciones, hasta catorce veces. Donde se despide a los caminantes que seguirán desgastando sus pies o donde se entrega el sueño eterno del prójimo a la esperanza del reencuentro. En esos lugares y en muchos más, por todos los rincones de la cautivadora Tierra de Aliste, cada día me topo con cruces y termino hallando cobijo a su sombra por mucho que cueste aceptar el poder de su sencillez y su pobreza. Donde una bifurcación suscita la duda y hace falta un signo de verdad, allí está la cruz, ante la que quizá sea mejor callar, pues como escribía hace poco Ramiro Merino en esta misma posada «las palabras son solo balbuceos ante ella».

De encrucijadas, una tras otra, se compone la existencia humana, y no se libra el cofrade. Imagino ahora a uno que todavía no lo es pero que ha llegado a ese momento en que se plantea o se le ofrece serlo. Siguen predominando los motivos de siempre: la familia, los amigos, la tradición social donde la haya, la devoción a una imagen, la atracción estética o sentimental. ¿Qué respuestas se le darán en esta encrucijada? ¿Se le conducirá adecuadamente para que se haga, si no lo ha hecho por sí mismo, las preguntas fundamentales? Se estila bastante lo de enarbolar el pendón de las cofradías como reserva de la religiosidad popular, pero no puede ocultarse que son una institucionalización de esta, que ni mucho menos deben acapararla, y que no hace falta ser cofrade para seguir siendo devoto ni es necesario ser particularmente devoto de una imagen para ser cofrade. Distinguir bien el sano sentimiento y el compromiso con una asociación no está de más en la hermosa encrucijada de apuntarse a una cofradía, esa lista de la que, una vez incorporados, ojalá todos formáramos parte hasta que nos llegue el día que no sabemos, estemos bien preparados, y el secretario simplemente tenga que añadir una cruz junto a nuestro nombre.

Encrucijada también se le viene encima a un cura que, en razón de su ministerio en la Iglesia, es nombrado por el obispo para ser el capellán o consiliario de una cofradía. Director espiritual siempre me sonó a algo más personal que comunitario, y lo de asesor religioso parece que reduce «lo religioso» a una sección más dentro de una institución plenamente religiosa, lo cual tampoco se comprende demasiado bien. La teoría dice que la hermandad propone a algún cura dispuesto y el prelado respalda con firma y sello, pero en la práctica a veces no hay ninguno, o se trata de apagar un fuego, o la hermandad va en el paquete de la parroquia, unidad pastoral o convento de turno. El acompañamiento sacerdotal de los cofrades en las cofradías, una cercanía espiritual con algunos de los que serían aparentes «alejados», a decir de cierto pensamiento pastoral, es un arte que escasea, y no todo lo explica la escasez de sacerdotes. Por ello es motivo de alegría la reciente publicación de Rodolfo Pérez, el capellán del Flagelado, cuya presentación fue el último acto oficial en el mandato de José Luis Rivera como hermano mayor (¡enhorabuena por el servicio!). La experiencia compartida por Rodolfo en el libro, y la que otros capellanes cuentan, es valiosa para seguir aprendiendo a descubrir ese arte del acompañamiento, al que no debieran ponerse barreras. ¿O acaso es más cómoda la queja de que los curas ni dejan ni quieren hacer en vez de vivir la relación con los que sí quieren caminar en las hermandades? Busquemos en las encrucijadas de nuestras cofradías pastores buenos con el corazón del Buen Pastor, que los hay.

Encrucijada no pequeña es la que se asoma por la rendija del buzón del cofrade cuando el cartero deja una convocatoria a junta general, cabildo o asamblea, aunque ahora puede bastar con abrirla en el correo electrónico, o con recibirla, ya comentado el orden del día y orientado el sentido del voto, en algún grupo de whatsapp. El cofrade medio no va a juntas generales, cabildos o asambleas. Por un lado, alega que la directiva lo hace bien y no hace falta torcerles el camino, o que la directiva controla las reuniones y tampoco va a cambiar nada su presencia o su ausencia. Se perpetúa un círculo vicioso según el cual ni el directivo se siente arropado o desautorizado, ni el cofrade se siente partícipe de los aciertos y los errores en el gobierno colegiado de la cofradía. Luego llegan las sorpresas por acuerdos desconocidos, por estatutos que no se han debatido convenientemente, por temas enquistados, por ruegos y preguntas que el cofrade medio no entiende… ¿No habría mucho que mejorar en el modo en que convocamos y celebramos nuestras juntas generales, cabildos y asambleas? Son núcleo de la vida de una cofradía y a menudo parecen un trámite para los que dirigen las sesiones y para los que las ignoran. Esas encrucijadas deberían estar marcadas en rojo, con una cruz abierta y libre, con voz y voto, en el calendario de cada hermandad.

Por último, pienso en la encrucijada que se le suscita a un cofrade cuando contempla un conflicto del que ni conoce los orígenes, ni comprende el desarrollo ni asume como lógicas las consecuencias, generalmente negativas para su hermandad. El cofrade más implicado en la vida de la cofradía, aunque sea una participación estacional o funcional, suele dar por supuestas muchas cuestiones que al cofrade menos integrado le suenan a chino. Es muy posible que el cofrade medio no tenga una amistad estrecha con otros cofrades, pero sí los coloca a todos en ese nivel amplio de la hermandad, son afines y merecen trato de hermanos, en el sentido concreto de la palabra. Se siente ajeno a esa mística del martillo, que se da tanto en banzos como en trabajaderas, y si participa en la cofradía como hermano de paso lo hace de modo circunstancial, porque es una tarea, no una identidad en sí misma. Se siente extraño cuando dos cofrades pasan esa barrera en la que pensar distinto sobre algo conlleva un enfrentamiento, porque parecen haber olvidado el lugar donde se encuentran. Se siente mal cuando se retiran los saludos, se apartan las miradas, se murmura en los corrillos o se airean los trapos sucios que habrían de lavarse en casa. En esta encrucijada puede que la niebla no permita ver bien la cruz y el cofrade termine, triste y ahuyentado, tomando otro camino.

 

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