miércoles, 10 de noviembre de 2021

La mirada de Dios

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 Pedro Martín

Jesús del Gran Poder durante la Santa Misión | Foto: Jorge Monje Pérez

10-11-2021

Sábado en la noche. Una calle de Sevilla, no importa cuál. Lejos ya del bullicio y las aglomeraciones del centro, en su barrio de San Lorenzo.

A pie de acera, esperando para ver al Señor, con los míos, compartiendo la fe. Que esto también es fe compartida y vivida.

Un balcón enfrente, uno de tantos, engalanado sencillamente con la balconera de la Santa Misión, y dos medallas colgadas. Dos niños se asoman y gritan a la familia «ya viene, ya está aquí». Benditos niños.

Interminables filas de hermanos acompañan la vuelta a casa después de tres semanas de misión en los barrios más pobres de la ciudad, misión que comenzó mucho antes y misión que se mantendrá, pues el Señor fue a los barrios para quedarse.

Ya se acerca la imagen en su paso, en silencio. Yo lo miro y se para frente a mí. No solo hay que mirar, me dice, hay que dejarse mirar. Es él el que nos mira. No sé bien por qué, pero alzo la mirada hacia el balcón y descubro una mujer mayor, agarrada con fuerza a las medallas que colgaban de la balconera, sosteniéndole la mirada. Ella lo mira a él, que le devuelve la mirada, y yo, como mero espectador de esa escena, como vértice de ese triángulo, miro a la mujer, miro al Señor, de nuevo a la mujer, como si estuviera enterándome de la conversación que mantenían. ¿Qué se dirían? Sin saberlo me sentí partícipe de la misma, pues no podía dejar de mirarlos de forma alternativa.

Terminó la conversación, el paso se levantó, la mujer se persignó y vi algunas lágrimas que caían por su rostro. No sé bien el motivo, pero mis ojos se humedecieron también. Un hombre joven, quizá su hijo, sale al balcón, la abraza, y la acompaña al interior.

La mirada de Dios, en la imagen del Gran Poder, se hizo allí presente. Para aquella mujer y para mí. Yo, que iba a verlo, me sentí mirado por él, interpelado por él. Cuántas miradas, cuántas conversaciones, cuántas peticiones, cuántas gracias a lo largo de los siglos.

Buscar la mirada de Dios en nuestras imágenes… Qué poco lo hacemos. Ponte ante la tuya, con calma, sin prisas, y date un tiempo para mirarlo, para contemplarlo, para mantener una conversación. Y, sobre todo, déjate mirar por dentro, ábrete. Su mirada es siempre misericordiosa, es la mirada de Dios.

 

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