miércoles, 1 de diciembre de 2021

Cruzes

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 Álex J. García Montero


 Momento del Encuentro | Foto: Pablo de la Peña
01-12-2021

Sí, podría ser un interesante título para cualquier artículo de Semana Santa. Pero voy a empezar hablando de la «z». La z es la última letra del abecedario, fruto en origen del alfabeto griego, posteriormente latino. La z presenta el simbolismo del zig-zag, del bambaleo, de la contradicción, del inicio y del fin, del alfa y el omega, de la izquierda y la derecha. De la vida.

Cuando, a partir del toreo moderno, especialmente con figuras de masas en las llamadas «plazas monumentales», como la vigorosa Madrid, la destellante Valencia y al moribunda Barcelona, los ganaderos comenzaron a cruzar reses para obtener un producto artístico, más centrado en el torero artista que en las características toristas.

Las antiguas castas (la Navarra, la Jijona…) pasaron, de este modo, a ser encastes y ganaderías repartidas por toda España bajo nobiliarios apellidos de esquelas del ABC que olvidaron su pasado popular. Los toros empezaron a tener diferentes clases, que, hasta entonces eran inimaginables. Toros de primera, para plazas de primera. Toros de segunda, para plazas de segunda… y así, sucesivamente hasta dejar lo último para los desechos de tienta o los festejos populares, eso sí, con excepciones varias.

Así, en aquellos carteles de los años 70, incluso 80 y 90, primaba la terna sobre la testuz. Daba igual qué se toreara, ya que los empresarios apostaron por figuras relevantes que llenaran las taquillas de un pueblo mayoritariamente ignorante, pero con ganas de pasárselo bien. Lo importante era tomar el vino y el acto social de que te vieran chatear (no digitalmente). Lo menos significativo era el tipo de vino, pues cualquier caldo servía para el alterne.

Llegaron los primeros envites reales a la Fiesta y empezamos a visualizar, como aficionados, asientos vacíos. Muchas veces, fruto de esa incomprensible corruptela de comprar voluntades con espectáculos, había una regla no escrita en ciudades pequeñas: a más asientos vacíos en tendidos, más personal en el callejón. Provincianismo en estado puro. Eso sí, estantes y figurantes pagados con el parné del contribuyente (en este sentido, de taurinos y antitaurinos). Como la televisión es sabia, si buscan en el archivo de RTVE podrán observar lo que digo en corridas de toros televisadas desde capitales de provincia (aldeas grandes de boina y corbata).

En verdad, ahora como no hay televisión, a pesar de los móviles (no son muy del agrado del aficionado), se ven pocos huecos, ya que filmar una corrida de toros no interesa prácticamente a nadie, porque es un hecho tan único como universal.

Es curioso cómo en el ámbito de la Semana Santa, las distintas penitenciales “modernas” surgieron como cruces y escisiones de las anteriores, pero siempre respetando al padre (o a la madre, para que no se enfaden las féminas). Después, en las últimas décadas, ni respeto ni hostias. Es como en las Guerras de Religión. Se discutía por un hecho de hondo calado religioso. Se llevaba el mismo al campo de batalla (por ejemplo, con los protestantes, el tema de la Transubstanciación como presencia real de Cristo en la misa). Al final, a pesar de los muertos o los cremados (en sentido literal), había un respeto hacia Roma, Zurich, Basilea o Frankfurt.

Con la llegada del boom turístico, surgieron sin ton ni son multitud de hermandades cuyo fin era el de fomentar una ansiada renovación, pasando por la democratización de las cofradías, la multiplicación de actos litúrgicos, el fomento de un culto perdido y la revitalización de la vida de hermandad. He de reconocer que fueron años muy buenos, donde fuimos gestando un amor fati, en palabras de Nietzsche, de incalculables consecuencias. Hicimos cruces de cofradías charras de marcado carácter castellano y leonés, con las aportaciones seminales de las corporaciones sureñas. Además, la Iglesia, siempre ávida al turismo, rápidamente las apoyó anticipándose al uso de los políticos.

En los toros, se logró un toro esbelto, bello, grande… pero que al segundo puyazo echaba las manos a tierra, incluso algunos el hocico. En los caballos, creamos auténticos Panzer de picar, en los cuales era más mortífero el topetazo en el peto que el consabido tercio de varas.

¿Y en la Semana Santa? Pues, como diría el Destripador, por partes. ¿Se democratizó? Pues sí y no. Sí en cuanto que se abrieron procesos electorales. No, en que fueron al más estilo chavista. Prometo bandas y cuartos (algunos de ellos muy oscuros), compro voluntades del costal y del banzo, del martillo y la trabajadera, y con esos hermanos me aseguro una o varias reelecciones hasta que yo quiera. Total, una farfulla social. ¿Se multiplicaron los actos litúrgicos? Pues sí y no. Sí, en cuanto que aquellos triduos o eucaristías en torno a una imagen, tornaron en conciertos, pregones, quinarios y besapiés. No, en cuanto se ha visto que poco a poco, sin parné, han ido mermando significativamente sin interesarle en general a nadie que no pertenezca a los grupos de poder mencionados, hechos para mayor gloria y lucimiento de los hermanos mayores (algunos muy menores, socialmente hablando), y no del culto intimista a una imagen. ¿Se revitalizó la vida de las hermandades? Pues sí y no. Sí, en cuanto que florecieron las casas de hermandad, más bien chamizos de barra y follería. No, en cuanto que las capillas se vaciaron para no volver. Algunas, incluso de dóminas y dómines de toca, tonsura y oración. Los mismos dómines, aquestos albinegros, que favorecieron rosarios sin cena ni gloria. Así, gracias a sus caleruegos prestes, la hermandad de negra capa caída hará los honores de protomártir del presente siglo, haciendo honor al santo titular de su sede canónica. Mala muerte, muy mala en un centro hecho Arrabal por Trento.

¿Y las calles y plazas? Pues, iremos asistiendo a un renacimiento existencialista (más al estilo de Mounier que de Sartre), para recordarnos que somos una minoría. Que la faja y el costal, las paellas y agarraos, son para otras latitudes. Y que los huecos en las calles quedan para el espíritu más que para la materia. La vacuidad de la calle Compañía es existencialismo pétreo en estado puro.

Lo mismo que sucedió con los cruces de reses bravas, muchos de ellos terminaron con la aniquilación, a modo de holocausto, en conocidos mataderos comarcales, las hermandades y cofradías se han ido fagocitando promoviendo dentro de ellas, con la consabida ayuda eclesiástica, auténticos y magnos tumores que, si bien en origen, lucían más que las propias células atacadas, han devenido en funerala absoluta.

Dos últimas cosas. El silencio engrandece y no cuesta dinero. Las iglesias, todavía muchas de ellas, aun cobrando un óbolo de entrada, son bastante más económicas que los alquileres de locales. Y, tienen las imágenes expuestas al culto, que es lo más importante.

Lo demás, puntilla, muerte y filetes. Que se lo digan a la Dominicana. Aunque haya un langostino para compartir en la cena, el mismo está podre. Y hará podre toda vianda de las erecciones, perdón, elecciones. Tanta Paz deje…

¿Se acuerdan de aquel conocido local hostelero que estaba en La Rad y que ponían unos huevos con farinato para quitar el sentido? Pues terminó arrollado por las obras de la autovía. Lo mismo le pasará a Monseñor Retana, a quien conocí personalmente, si sigue con su intención de vivir en la carretera, como cantaba el granadino Miguel Ríos. Y eso que políticos de renombre habían prometido salvar dicho local, del mismo modo que los birretes habían prometido librar a la entrañable Miróbriga.

Igual que no se salvó Ciudad Rodrigo (DEP), tampoco se salvará Salamanca. La Diócesis de la A-62 es una entelequia. O farinato o chanfaina, pero cruces (o «cruzes»), los justos. Al tiempo.

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