viernes, 28 de enero de 2022

Cuidemos a los hermanos

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 Roberto Haro

Farol cofrade | Foto: Pablo de la Peña
28-01-2022

 Ahora que con el comienzo del año se acerca la Cuaresma y, ante la incertidumbre de si un año más podrá lucir la Semana Santa de Salamanca como hace años, se comienza a palpar de lleno todo el ambiente cofrade. Los más jóvenes e inexpertos tienen sus ilusiones puestas en el momento en que la desgarradora mirada de Madre de Dios penetre en el cielo de la ciudad para ir derramando lágrimas por cualquiera de las esquinas por las que pase. Esto ocurre porque no saben que la hermandad está en continuo funcionamiento durante todo el año y hay muchos momentos de los que disfrutar en la capilla o casa de hermandad. Existe un grupo de hermanos y hermanas que viven la hermandad día a día y colaboran en todas las facetas de esta.

Se supone que los llamados grupos jóvenes deben tener actividad durante todo el año. Dentro de la propia hermandad colaboran en temas muy variopintos: priostía, caridad, cuerpo de acólitos, cereros, turiferarios, bar de la cofradía, organizar comidas y en cualquier otra faceta en la que se requiera su presencia.

Dentro concepto actual que se tiene de las hermandades, no se concibe la misma tan solo para la salida procesional, sino que hay vivirla día a día, conocer a los hermanos, compartir y conocer las vivencias, asistir a los cultos, participar en los grupos de trabajo. En una palabra, sentirse y hacerse útil, sentir y hacer útil al hermano, cuidar al cofrade.

 Se dice que vestir la túnica de nazareno ha llegado a significar para muchos cofrades de nuestra ciudad un estorbo en vez de la honra que debería. Antes, para cualquier persona, ir de nazareno hubiera representado todo un privilegio, pero hoy, este papel a cumplir tan sólo una semana al año ha pasado a ser una «cosa de niños».

Y es que se han vuelto mucho las tornas desde que nuestros padres, abuelos y demás familiares nuestros nos llevaran por primera vez a conocer lo que sería una forma de vivir la fe en las cofradías. Con el paso de los años, muchas personas han ido abandonando en un rincón y dejando olvidada esa asociación en la que fueron inscritos. También, por situaciones personales o que cambien las creencias, otros continúan en ella pero se plantean si sigue mereciendo la pena dejarse la piel por esto de las hermandades.

Cuando uno era un joven todo era distinto a como es ahora. Uno hacía las cosas sin saber ni preguntar el porqué, pero las hacía. Luego llega el momento en que uno se hace mayor y comienza a pensar las razones que le mueven a seguir trabajando y perdiendo muchas horas de su vida por una hermandad. Es una labor no remunerada con dinero, pero que sí debería reportarle la honra de ocuparse en compartir su fe, sus creencias, evangelizar desde esa otra pastoral que ha querido vivir, en la que el culmen llega con el signo externo más visible de su hermandad, la salida procesional. Pero el tiempo pasa y llega ese momento. Llega el momento en que uno se pregunta qué hace ahí y para qué esta ahí.

Dicen algunos que muchos jóvenes se aburren cuando llegan a los veintitantos o treinta tantos años, porque ya han hecho de todo en esto de las cofradías. Ellos, que limpiaron plata de pequeños, montaron cultos y pasos, se dedicaron a ordenar la cera, a desempeñar tareas en el grupo joven de su hermandad, que comienzan a luchar por entrar en Juntas, aun siendo muy jóvenes y sin experiencia, creyéndose los reyes del mambo, ellos, que ya han sido peones, auxiliares, fiscales, cargadores, hermanos de fila, presidencia, etc., se encuentran con que les es fácil crear ambientes para escalar puestos dentro de su hermandad sin mucho esfuerzo y, sin embargo, ya comenzaron a aburrirse y a ser como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Y al final ocurre la tragedia, con el paso del tiempo dejan atrás los marrones que ellos mismos crearon.

En muchos casos ser cofrade puede resultar cansino para el cofrade de esta bendita ciudad. Algunos lo achacan a la falta de tradición en una familia en la que los que cargan cuelgan el hábito y no se visten, que a los que salen en filas les hastía que haya cuitas en el seno de su cofradía y sean ignorados en esos egos cofradieros y, otros muchos, está dicho, al aburrimiento y el hastío cofrade.

No sabemos qué es lo que pasa, pero los datos están ahí; cada año bajaban las cifras de cofrades que aceptan ir alumbrando el día de la salida procesional. Cada vez son menos las personas que, por decirlo de alguna manera, acompañan a su cofradía a salir a la calle. Pero, claro, uno se hace mayor y toca cumplir el sueño. En el mejor de los casos incluso hay que pedir ayuda a otras cofradías para ponerse debajo de un paso y portar a hombros a quienes antes dabas luz. Y el ciclo se cumple, y supuestamente les tienes que volver a dar luz. Pero ya no, ya nadie quiere volver a dar luz. Una vez cumplidas las aspiraciones, antes que volver a vestirse la túnica, queda más bonito ponerse el traje, colgarse la medalla e ir pululando alrededor del paso y de las filas que antaño dabas luz.

Esto es así hasta el punto de que se rompen tradiciones. Antes, los puestos más «relevantes» de una cofradía los gozaban los hermanos más antiguos, que, por sabios y expertos, siempre estaban ahí para echar una mano cuando se necesitaba. Pero hoy ya no, hoy cualquiera puede. Y eso permite que el hermano de a pie ya no tenga ilusión por dar luz a su cofradía.

 Un placer antiguamente reservado a unos pocos que hoy es accesible a todo el mundo. Porque ya no se lleva vestir de nazareno, y cada vez son menos los elegidos para iluminar a su Señor. Cuidemos a los hermanos.

 

 

 

 

 

 

 

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