viernes, 25 de marzo de 2022

Una espiritualidad litúrgica

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 P. José Anido Rodríguez, O. de M.

Nuestra Señora de la Alegría | Foto: Pablo de la Peña
 

 25-03-2022

Si consultamos el calendario de nuestras parroquias veremos algo que, con seguridad, habría sorprendido a nuestros mayores: lo encontraremos repleto de innumerables «días de». Algunos provienen de la ONU y de sus organismos, otros de algún otro benemérito organismo internacional, otros tienen una raigambre patria, otros más parten de la Santa Sede o la Conferencia Episcopal. Todos ellos están motivados por filantrópicas y santas causas. A pesar de esto, no deja de ser sorprendente que el uno de enero ya no sea la solemnidad de María Santísima, Madre de Dios, sino el día de la paz; san José, el 19 de marzo, el día del seminario; el Jueves Santo en la Cena del Señor, el día del amor fraterno; la Solemnidad del Corpus Christi, el día de Cáritas; por no hablar de tantos domingos que ya no son el día del Señor, sino el «día de». Los «días de» (y sus mensajes, carteles y colectas asociadas) opacan hasta casi reducir a la nada el contenido litúrgico de esa fiesta. Se ha creado así un nuevo calendario litúrgico con sus propias solemnidades, desfigurando la intención del Concilio Vaticano II que pidió que brillasen con mayor fuerza los misterios de la salvación. ¿Cuánto falta para que a alguien se le ocurra que el Viernes Santo en vez de meditar y conmemorar la Pasión debamos predicar sobre el «día de los eclipses y terremotos», o el Domingo de Resurrección sobre un genérico «día de la vida»? Con la mejor de las intenciones anteponemos nuestra agenda pastoral o civil al calendario litúrgico.

La formación y celebraciones de nuestras cofradías deben ser ejemplares en esto: deben ayudar a vivir con mayor intensidad el ciclo anual de las fiestas y solemnidades de nuestra fe. Por ejemplo, es hermoso meditar sobre la fiesta que hoy se celebra: la Encarnación del Hijo de Dios. La celebración de este misterio el 25 de marzo es una de las más antiguas del calendario cristiano. Hasta tal punto que con alta probabilidad es la que determina que nueve meses más tarde, el 25 de diciembre, celebremos la Navidad y no al revés. ¿Por qué este día? ¿O qué ecos traía a nuestros padres en la fe? Para Tertuliano era la fecha en que también se había producido la crucifixión de Nuestro Señor; para los cristianos alejandrinos, según su lectura de la Biblia, era la fecha de la creación del mundo. En segundo plano queda la exactitud de tales cálculos, lo que nos debe importar es la densidad teológica resultado de unir tales fechas. El mismo día en que Dios comienza su obra creadora es el día en que Cristo la restaura con su entrega sobre la cruz en perfecta obediencia al Padre. También, por lo tanto, es el día en que comienza la obra de nuestra redención con el sí grande de María, con la venida al mundo del Hijo eterno al asumir nuestra naturaleza. Me parece especialmente hermoso cuando el calendario hace coincidir la celebración del Viernes Santo en 25 de marzo (aunque haya que trasladar la solemnidad de la Encarnación): esta coincidencia nos permite contemplar de modo explícito en María, con el corazón atravesado por la espada, el sí de la doncella de Nazaret y la Palabra del Padre que se encarna. Encarnación y cruz se nos muestran unidas en la voluntad salvífica de Dios. La liturgia, por lo tanto, no son solo hermosas celebraciones o bien ordenadas estaciones de penitencia, no es solo el culto en sí, en el que se esmeran nuestras hermandades y cofradías. La liturgia que estamos llamados a vivir es también conocer y profundizar en las fiestas y solemnidades de nuestro calendario, con la mirada puesta solo en el Señor y en Nuestra Madre, es dejar que el tiempo de Dios impregne por completo nuestro propio tiempo.


 

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