viernes, 21 de octubre de 2022

Grandes y magnas procesiones

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P. José Anido Rodríguez, O. de M.

Procesión extraordinaria de Ntra. Sra. de la Soledad en octubre de 2005

 21-10-2022

Como las setas en otoño en un bosque tras la lluvia, en los últimos meses se han organizado en muchas ciudades de España procesiones extraordinarias en las que se han dado cita las imágenes más hermosas y relevantes de dichos lugares, ya sea porque se han reunido distintas hermandades coordinadas por consejos u obispados, ya sea porque demoradas efemérides por fin han podido ser celebradas. Y es normal y bueno. No comparto cierto escándalo fariseo que califican esas celebraciones como «jugar a los pasitos». Son expresión sincera de las ganas de volver a manifestar en nuestras calles la fe en Jesucristo por medio de la belleza de nuestros pasos. Esas procesiones, siendo valiosas en sí, pueden ser además una oportunidad de oro para recuperar la normalidad y ser un elemento articulador de otras acciones evangelizadoras. No se trata de realizar una especie de Exposición Universal en base a las obras cumbres de la imaginería. Las hermandades y cofradías son uno de los grupos más activos dentro de cualquier Iglesia local, y el que piense lo contrario está ciego a los signos de los tiempos. Tras dos años de parálisis, ¿por qué no confiar en ellas para volver a ponernos en marcha? Para esto propongo tres criterios o ámbitos de actuación con motivo de esos excepcionales cortejos:

En primer lugar, hay que cuidar la circunstancia que nos lleva a la celebración. En general, una efeméride histórica capaz de movilizar la devoción de la ciudad. Debería ser importante no solo en un ámbito histórico o cultural, sino que es necesario que tenga una relevancia espiritual significativa (el aniversario de un patronazgo, de la restauración del culto cristiano, de la consagración de la catedral o de la llegada de una determinada orden religiosa a la ciudad). En lo particular, la mejor es el aniversario de la fundación de la cofradía o de la llegada de la imagen de los sagrados titulares (o de su coronación canónica en el caso de imágenes de Nuestra Señora). Esos han sido tiempos de misión evangelizadora y su recuerdo puede ser bueno para relanzar esa misma misión.

En segundo lugar, la procesión ha de ser término de llegada de toda una preparación. No puede ser flor de un día, nacida en el vacío. Lo mínimo son exposiciones y conferencias, pero esto no llega. Somos instituciones eclesiales al servicio del Evangelio. Un ciclo de catequesis, la publicación de una serie de reflexiones y oraciones ligadas a cada una de las imágenes participantes, la concesión de indulgencias por peregrinar y visitar los distintos templos... todo esto son ideas que ayudan a dar una dimensión espiritual. Además, junto a esa dimensión, debe existir una dimensión caritativa. Reflexionando acerca de la ocasión, se puede buscar una obra social que una a todos los que participen, a toda la ciudad, a todos los visitantes. Una obra colectiva para mostrar viva la fe que profesamos.

En tercer lugar, sería de desear que lo iniciado en la preparación de esa magna y grande procesión tuviera continuidad. ¿Continuidad? Sí, continuidad. Si trabajamos en la formación y en la caridad, ¿por qué no seguir desarrollando esos mismos proyectos? Este es un desafío no solo nuestro, sino también de toda la Iglesia. Por ejemplo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud se produce un momento de euforia que, si no se cuida, puede quedar en agua de borrajas. Todas nuestras actividades deben favorecer el encuentro personal con Jesucristo y un camino de discipulado que dure toda la vida.

Así, lejos de centrarnos en un día que pasa y se olvida, o que queda solo para las fotografías y los libros recopilatorios, la procesión extraordinaria acaba por ser la razón, una razón excelente y hermosa, de ponernos a trabajar, antes, durante y después, en hacer presente el Reino en medio de nosotros. Las fuerzas humanas y pastorales están ahí, esperando que nos arremanguemos y trabajemos todos juntos siguiendo el soplo del Espíritu. Pongámonos pues a preparar de verdad, con fuerza, magnas y grandes procesiones.

 

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