lunes, 24 de octubre de 2022

Uro Logía

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 Álex J. García Montero

El cuerpo y la sábana de la exposición The Mistery Man | Foto: Susana Martín. ICAL

24-10-2022

 

 Dedicado al hno. Antonio García Rodríguez,
exabad de la Cofradía del Dulce Nombre
de Jesús Nazareno y amigo (d.e.p.)

 

Resulta que en la antigua Europa hubo toros salvajes que vivían en los agrestes campos de lo que hoy forma el llamado Viejo Continente. Esos toros salvajes, retratados en las vasijas griegas de Cnosos, narrados por rapsodas inermes en mitos como el Minotauro de Creta, usados como armas militares en el curso del Ebro, desde los pastos del Moncayo hasta el Levante, por tribus a las que Roma puso el yugo, pero previamente estas encendieron hogueras en cornamentas haciendo de los valles pirenaicos su particular quemadero, se extinguieron allá por la edad moderna, cuando la razón, siempre exaltada por todos los habitantes de las babeles de antaño y hogaño, se convirtió en la diosa impertérritamente inquisidora de todos nuestros actos. De hecho, gracias a la razón, los gabachos, muy razonantes ellos, cubrieron de fuego y ceniza las tierras que hoy custodian los últimos uros de la tierra: el toro de lidia, el ganado bravo.

Se cuenta en internet que hasta algún ávido veterinario junto con reservistas de la moral han tratado a partes iguales de resucitar el uro por Centroeuropa, con análisis genéticos y no sé cuántas probetas e inseminaciones, con nefastos resultados para el bien de la cabaña brava.

Porque el toro, el uro, ese toro salvaje, indomesticable, cantado magistralmente por Miguel Hernández en su Vientos del Pueblo y versado con pinceles por Picasso en su Guernica, entre muchos otros artistas de la Piel de Toro, lo tenemos bien cerca, a escasos pasos de lo que la Diócesis de la A-62 nos permita caminar por los acuíferos del Tormes, el Águeda, el Huebra o el Yeltes. Nuestro toro bravo es único y especial, aunque últimamente pierda las manos en los festejos y se esté dando paso a ganaderías como Espioja en las tardes venteñas.

No pretendo desde estas lides animar a visitar libremente los terrenos del toro bravo, pues como bravo que es, defenderá sus lindes hasta dar muerte si fuera preciso.

Recientemente en nuestra catedral, una de las tres que conforman el híbrido enchufable de la A-62, se ha inaugurado la exposición The Mystery Man (o algo así), con la anuencia y aquiescencia de toda autoridad que se precie. Así, obispo, cabildo charro, alcalde y demás enjundia, nos mostraron, como si de un gran descubrimiento fuera, la imagen de un cristo muerto, perdón misterioso hombre lánguido, para despertar la curiosidad de visitantes, turistas, propios y extraños, del viaje que ha hecho la síndone hasta recalar en nuestra urbe.

Así, tras el protocolo institucional de rigor, dos féminas tocadas de guías turísticos, han mostrado a Salamanca, en pleno siglo XXI, algo similar al auténtico hombre misterioso al que llevamos rezando desde los tiempos de Julián y Basilisa, Jerónimo de Perigueux o santa Teresa de Jesús, cuyo año jubilar acabamos de inaugurar en la Diócesis MOPU de la A-62.

Con la mayor de las solemnidades retiraron tan pronto paño para, ¡oh sorpresa!, engendrar una imagen visual impresionantemente repetida hasta la saciedad en las retinas de los que cofrades nos llamamos (a pesar de las buenas faltas señaladas por Roberto Haro). Las autoridades, obispo de la Agenda 2030 incluido, empezaron a divagar sobre dicho hombre misterioso. Parece ser que, tras el pago de doce euros (¡doce bravos euros doce!, que anunciaría un cartel taurino), te imaginas, que, a lo mejor, posiblemente, en un alto grado de probabilidad, supuestamente hablando, desde certezas insondables, escasa muestra heurística, dudas, opiniones, pagos, certezas y, sobre todo, imaginancias, podría ser… ¡Jesucristo!

Y todo esto rodeado del boato de la Catedral, su cabildo, el alcalde (vaya papelón, don Carlos) y Retana haciendo de oficiales de no sé qué estulticia manifiesta debidamente cobrada. Yo les diría que visitaran el Cristo Sindónico de Córdoba en la sede de la Hermandad Universitaria, en la Iglesia del Juramento de San Rafael. Allí podrán tener la intimidad de rezar ante un Dios hecho hombre y madera de la mano del inigualable Miñarro. Que conste, que este artículo ha sido escrito con anterioridad a que el maestro hispalense mostrara su indignación con el duende bético debidamente encabronado.

Y, si no, visiten aquí, cerca de ese esperpento, la capilla de la Hermandad de la Agonía Redentora y rezarán ante Dios hecho Yacente de Misericordia cada madrugada de Jueves Santo. O si acuden a San Carlos, nuestro vetusto camposanto, recordaremos la misma estampa de Liberación en la madrugada del Sábado Santo o del Viernes de Dolores camino de Fonseca. Y si transitan a la Vera Cruz, pues en tarde de Viernes Santo, albiazules cofrades lo introducirán con cuidado en su urna. Y, sí, en Domingo de Resurrección, podrán contemplarlo triunfante en el esplendor de una Plaza de Anaya hecha sepulcro vacío.

Oye, y sin pagar un duro, o un euro, o un céntimo de euro. Porque no hacen falta látex, probetas, ni inventos para hacer en este siglo XXI lo que llevamos más de cinco siglos haciendo: mostrar que Dios se hizo hombre, y como tal hombre murió atormentado en una cruz por nuestros pecados. Hasta hace poco lo hemos leído en misa, de la mano de san Pablo y sin pagar los puñeteros doce cucos. Y, sin más ambages que la fe, podemos proclamar que ese Mystery Man es Dios en el sagrario de cada Iglesia. O, ¿es que las religiosas del Convento del Corpus o las Isabeles necesitan pagar doce aurelios para ver a Dios? Yo, siendo pecador, tampoco. Lo veo en cada esquina que huele a cera, incienso y cofradía. Lo siento en el Despojado de San Sebastián, en el Nazareno de San Julián y en su bejarano Santo Entierro, en el Redención de la Cena, en la Agonía Redentora y su Yacente de la Misericordia, en el Cristo del Amor y de la Paz y su Liberación dormida, en la Urna de la Vera Cruz, en el Silencio de Pizarrales, en el Doctrinos hecho penitencia, en el Vía Crucis de San Bernardo, en la Agonía Seráfica, en el Flagelado de la Clerecía o en el crucificado Cum Laude de la Universitaria, en la Humildad Franciscana de Mayoral y San Martín, en el Huerto de los Olivos del Carmen de Abajo o en el Pasión de San Esteban, cuya mirada hizo que me enamorara de la Semana Santa de esta ciudad. También en el Buena Muerte albinegro, en la Piedad catedralicia de Carmona o en la Promesa guardada en sacristía conventual. Y cómo no, perdonando en el Calasancio Cristo del Perdón o en el sedente y Trinitario Rescatado de mi vecina parroquia de San Pablo. Muchos, siendo niños, lo vieron y lo vimos en el olotino de la Borriquilla. Si el actual Cristo del Domingo de Ramos se tumbara, a lo mejor podría ser el Mystery Man con algo de maquillaje, eso sí. Yo, particularmente, no distinguiría el Cristo, la burra y los acompañantes de la foto de la inauguración de dicho esperpento catedralicio. Es lo que tiene la presbicia creyente.

Son mis ojos y los ojos de los cofrades, los que tejieron la mejor de las sábanas santas para nuestros titulares, el cariño de sus cofrades, hermanos, hermandades y cofradías, para hilvanar con corazones, sones, silencios, inciensos y crepitar de cera, cada luna llena de primavera, miles de síndones hechas lágrimas y penitencias por las empedradas rúas salmantinas. Y, todo sin pagar un euro. Porque el uro se ve en el campo. También en la plaza, en el momento de su lidia. Campo y plaza, calle y capilla, son misterios al descubierto de cada uno de los miles de cofrades que asoman cada día en sus quehaceres, haciendo del día a día cualquier plenilunio de primavera.

Así que, alcalde y presidente de la Junta de Semana Santa, sobra eso de descubrir un muñeco y decir que la Semana Santa es de Interés Turístico Internacional. Mi Cristo está en San Esteban. Su cruz en cada pecado y en cada doliente. No pagaré para que dos oficialas me lo descubran. Mi buen amigo Manolo Toral me lo descubrió hace tiempo en un hastial de San Esteban. Y sin pagar. Otro gran amigo, el profesor Blázquez, me lo transmite en cada línea seráfica de este peregrinar virtual. Internacional, eso sí, es la estulticia y el cobro por la misma.

Por eso no puede haber Uro Logía, puesto que no se puede crear el uro. Lo que tenemos hay que mantenerlo y cuidar su esencia. Lo otro, la urología, de la que sabe el doctor Blázquez, trata del pito. Y a los cofrades nos lo están tocando bastante. Diría, incluso, que con inusitada insistencia.

Látex y cobrando… ¿Un puticlub? Más bien otra cosa muy misteriosa y poco o nada mistérica.

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