miércoles, 23 de noviembre de 2022

  Jesús, el sedicioso

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 Moncho Campos

Crucificado | Foto: Moncho Campos

23-11-2022

Jesús, el nazareno, (no el belenero…) tuvo un juicio legal y justo: juzgado y ejecutado por el procurador de Roma Poncio Pilatos, quién dictó sentencia de muerte en cruz en un juicio con testigos y jurado de acuerdo con las leyes del Imperio. Solo el procurador romano podía dictar sentencia de muerte en cruz.
Es bien sabido que la muerte en cruz era un castigo que los romanos utilizaron en Palestina durante casi un siglo. Eran ajusticiados de este modo todos los que se rebelaban contra el poder establecido y opresor de Roma. Durante estos años (63 a.C. - 66 d.C.) miles de sublevados fueron ajusticiados y dejados sus cuerpos en las cruces que «adornaban» las principales calzadas para recordatorio de los caminantes.
Jesús fue por tanto sentenciado a muerte por una causa política, al menos para el juicio de la autoridad oficial del Imperio. Otros motivos no interesaban (está contra el Templo, no cumple las leyes judaicas…) ni era de ellos competente el procurador. Jesús fue condenado y ejecutado por el delito político de «sedición», como un subversivo más contra el poder establecido y opresor. A los dos malhechores que le acompañan en el martirio del monte de la Calavera se les llama «lestai», que debe traducirse no por ladrones, sino por rebeldes políticos levantados contra el régimen.
Sin embargo, y según los Evangelios, el dulce y pacífico Jesús no predicó jamás contra Roma o la ocupación romana (motivos tenía para hacerlo por los abusos tan crueles de las legiones romanas contra la población judía). No se pronunció contra Roma, al contrario, pidió que se pagase el tributo al César. Podía haber criticado en las plazas y en el Templo las injusticias y atropellos fiscales o la represión militar romana que tan cruelmente estaba sometiendo a Israel. Su discurso era siempre otro. No arengó nunca a sus discípulos a levantarse contra el poder esclavizante establecido, antes bien reprochó la actitud violenta de Pedro cuando fueron a prenderle en el huerto de los olivos.
¿Por qué, entonces, la condena a muerte fue por un motivo político…?  Lo aclara la tablilla que indica en el madero la causa de su condena: «Rey de los judíos». Y eso que él nunca se declaró como tal.
Los especialistas en derecho romano señalan los dos pilares sobre los que se asienta: 1. La defensa del derecho de propiedad. 2. La defensa del poder de los «poderosos». Estos dos pilares, llevados hasta sus últimas consecuencias, se sitúan en las antípodas del espíritu y la letra del Evangelio y de la persona misma de Jesús. Lo que él predica continuamente es que otro mundo es posible (el reinado de Dios). Un mundo no cimentado en el poder opresor y el poder de las cuentas bancarias, sino sobre los valores éticos de la honradez y el compartir, sobre el respeto a la igualdad de todas las personas (hermanos, hijos del Altísimo), con la posibilidad de una vida digna y humana para todos, de una felicidad básica para todos las personas sin clases dirigentes ni dominadoras. Con una única ley para todos: la bondad, la compasión y la ternura. Con la práctica del servicio (lavatorio de los pies) de unos para con otros y de la ayuda a todos los que sufren y lo pasan mal.
El Imperio de Roma, las autoridades del Templo y los organizadores de la tradición judía –muy listos ellos– entendieron en seguida lo que les podía suceder si se ponía en práctica el mensaje de aquél insignificante nazareno. Y encontraron pronto una justificación política: «Está en contra de Roma y se llama Rey de los judíos». Un sedicioso más que había que quitar pronto de en medio.
Como viviese Jesús su muerte en cruz, no lo sabemos de cierto, y las interpretaciones posteriores de la religión católica sobre su entrega como redención salvífica de nuestros pecados… es harina de otro costal.
Jesús –que tampoco era tonto– intuyó siempre que la cruz iba a ser su final. Y, como buen mártir, nada hizo por impedirlo.



   


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