lunes, 12 de diciembre de 2022

¿Procesiones en Navidad?

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 J. M. Ferreira Cunquero

Niño Jesús. Basílica de Belén. Tierra Santa | Foto: jmf cunquero

12-12-2022

Cuando pude ver por fin la talla del Niño Jesús de Belén, un revoltijo de emociones sacudió mis recuerdos. Era la postal que nos llegaba como un acontecimiento anual, desde aquella Jerusalén gobernada por el rey Hussein de Jordania antes de la guerra de los 6 días. Después nos la enviaba nuestro inolvidable primo Romualdo (fraile de la Custodia Franciscana de Tierra Santa) desde Egipto y posteriormente desde la Siria que tanto amó y la que tanto se entregó a través de sus estudios arqueológicos.

Admirando aquella representación del Niño Jesús y la gruta donde nació, comprendí que el Cristo encarnado en el hombre germina continuamente en todos los corazones abiertos a la verdad, para nutrir el alma del cristianismo con el trasparente discurso de su maravilloso mensaje.

Los feudos de la miseria humana que nutre los paisajes más desoladores del odio sobre la tierra, también percibirán la llegada de ese Niño de luz, como símbolo esperanzador que precede a la realidad de cualquier suplicio sobre el madero.

Pero la realidad es que, en estos días, la sinrazón humana que llena la tierra de nazarenos que portan la cruz de la vida a la espalda, seguirá dando la nota y millones de calvarios levantarán durante los días navideños los cadalsos donde se sacrificará cualquier signo de esperanza que pueda consolar a quienes sufren el demoledor abrazo de la violencia.

Cuando compartamos en la mesa lazos familiares no sobra reflexionar sobre estas fechas mercantilizadas bajo la influencia del consumo —guarnición de cachivaches y alimentos— que preñará de contradicciones los contenedores de basura, como un insulto a quienes sufren cardiopatías agudas que delatan el débil latido de la pobreza.

Y ahí estarán callejeando por los ultramundos más miserables, auténticas procesiones que portan los cristos tallados en piel humana sobre el inmenso leño del mundo. No se necesitan jefes de paso, ni hermanos mayores que dirijan esas comitivas del terror que deambulan por las calles más silenciosas de la tierra. Como autómatas del sufrimiento, esas marchas penitenciales sin grito deambularán ante nosotros dejando en pelotas las pobres miserias que vestimos.

Esos millones de nazarenos recrean simplemente en oscuras comitivas mundos paralelos, donde vagan sin hachones ni zarandajas que iluminen las facciones cadavéricas de sus apesadumbrados rostros.

Pero es Navidad y, pese a todo, hemos de recibir al Niño que puede fortalecer ese pequeño signo de conversión en quienes decimos —aunque sea a media voz porque nos da vergüenza— que somos cristianos. 

Termino estas letras deseándote amigo lector una Feliz Navidad. Que el Niño que sentarás en tu mesa junto a los tuyos, os abrace con su amor.

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