miércoles, 25 de enero de 2023

Cambio de era

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 Andrés Alén

The Sun, pintado por Edvard Munch en 1910


 

25-01-2023

No solo era una frase, sino que Rafael Sánchez Ferlosio decidió que fuera el título de su libro Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado (Alianza, 1986), un ensayo contra tanto ilustrado del progreso, del cambio o la revolución. Hoy ya no nos acompaña ni Ferlosio si su ex, Carmen Martin Gaite, y su libro está «agotado» en espera de resurrección. Pues eso, que el titular parece contener una gran verdad, pero que a uno, habitante de este occidente, dios reinante de la historia, hoy también en vías de agotamiento desesperanzado, se me ocurre que sí, que estamos cambiando precisamente porque los dioses empiezan a ser otros. Se sucedieron animistas, paganos, monoteístas, cristianos… que ya empieza a ser difícil aventurar quién será el último dios.

La edad siempre trae consigo cambio de perspectiva, salvo en las amebas, siempre de inmóviles principios (y finales). Quizás sea eso lo que pasa, que dudo si es una cuestión de percepción individual o es asunto que atañe a la generalidad. Yo noto, por periódicos, redes y encíclicas que se nos ha instalado con supremacía el negocio salvífico del planeta, de su sostenibilidad, temperatura y clima y ya no es posible salvar nuestra alma sin intentar al menos salvarle a él, quiera o no, esté en nuestra mano o no.

Que es una nueva religión no hay duda, puesto que nos relega y, como en ocasiones otras, al no creyente se le condena a la hoguera de la irrelevancia o el bloqueo. También, aunque presume de científica, está, como todas, rodeada de misterios esos que siempre confieren un perfil más sobrenatural. ¿Cómo se produce la salvación, es eterna, tiene el hombre esa capacidad de dominio sobre el planeta, quien la otorgó, los inmaduros verdes, la siniestra o bipolar Greta Thunberg? La cosa es que, mientras nos acercamos al nuevo apocalipsis, debemos preocuparnos solo de nuestra salud, que al fin es la misma que la del todo, porque todos formamos parte de ese cuerpo místico.

No usar plástico, ni coche, ni energía nuclear, ni gases, ni bastoncillos para la cera de los oídos, releer Laudato si', como si fuera el rosario, hacerse vegano, que conlleva a proclamar como pecado que no perdona ni el Padre esa blasfemia contra el espíritu que se llama «chuletón».

La verdad es que la relación tradicional con la carne no ha sido siempre buena. Unos no han querido relacionarse con el cerdo y su jamón, inmundo alimento lo llaman (para eso podían haber elegido el brócoli), y otros con la excusa del ayuno cuaresmal, si no había pago de bula, prohibían cualquier suerte de viandas y carnales filetes. Hacia la cuaresma perenne vamos si los viejos dioses no lo remedian, que los nuevos, que podrían ser diosas, ya vemos dónde apuntan.

Pero mientras se desarrollan las nuevas teologías y escatologías finales, advertir que, afortunadamente, siempre habrá descreídos que escondan el último entrecot como materia sagrada allá en sociedades secretas de taurinos perseguidos. Como pienso que tales cuestiones planetarias o cósmicas nos atañen menos, por su misma inmensidad, que otras mucho más pequeñas y cercanas, la órbita de Orión bastante menos que la carrera oficial por la calle de la Compañía, porque en las pequeñas cosas es por donde corretea el diablo, que al cabo es con quien nos toca lidiar. Pequeñas y provincianas como estas que tocan a esta página Pasional que resiste obcecada con sus tótems de madera, sus formativas clases lunáticas de los lunes, cambiantes estatutos, antes reglas, penitencias, hombros y costales, y que no entienden aún de nuevos dioses y de cambio climático. Solo que cuando llueve hay que suspender la procesión.

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