viernes, 7 de abril de 2023

Mirad el árbol de la cruz…

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 F. Javier Blázquez

Cristo

 07-04-2023

La liturgia del Viernes Santo se centra en la adoración de la cruz: «Mirad el árbol de la cruz, en que estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo». Esta antiquísima aclamación se proclama todos los años mientras gradualmente se descubre la cruz de Cristo, porque ahí está el centro de nuestra celebración. De hecho, la consagración eucarística se celebra durante todo el año con la excepción del Viernes Santo y su prolongación durante las horas de espera ante el sepulcro. La eucaristía rememora el holocausto del Calvario y por eso se ofrenda desde el ara, el altar de los sacrificios regado con la sangre de los mártires que siguieron el camino, de entrega hasta el final, de Jesús el Cristo.

En la cruz estuvo clavada la salvación del mundo. Y ese madero destinado al suplicio y a la muerte acaba transformado en símbolo de la vida. Es la paradoja del Viernes Santo. La vida se alcanza con la muerte, porque solo con la muerte es posible la vida renacida. Y la cruz, que es signo de maldición, trasmuta su significado.

De ahí las cruces arbóreas que, ya desde la Baja Edad Media, comenzamos a encontrar en las representaciones del crucificado. Fue, como no podía ser de otra manera, durante el periodo gótico, especialmente en ese siglo XIV que tanto acentúa el sentido dramático de la muerte en el Calvario. Las cruces con los brotes arbóreos intensifican estéticamente lo terrible que debió ser el ajusticiamiento de un hombre previamente torturado y clavado sin piedad ni miramientos sobre un madero sin devastar. Pero es también un símbolo, pues si bien es cierto que en el arte hasta el gótico no muere realmente Cristo en la cruz, también lo es que, con esta conquista realista, el simbolismo se abre camino, porque la muerte del Hombre se refleja desde un árbol en el que brota la vida. Durante el barroco, el otro gran periodo en nuestra tradición artística en el que se abunda en lo trágico, las cruces arbóreas reaparecen y destacan sobre todo las realizadas por orfebres para encabezar las procesiones.

El color ha sido el otro signo que históricamente relacionó la muerte con la vida en el madero del suplicio. El verde ha estado más presente de lo que se cree en estas cruces que resaltan iconográficamente el triunfo de la vida sobre la muerte. En la liturgia del Viernes Santo no se habla del madero, ni del leño de la cruz, sino del árbol. La semántica en este caso resulta fundamental, pues el árbol es siempre un ser vivo, a diferencia de las tablas que pasaron ya a ser materia inerte. Por eso el verde se asocia con la vida y se pinta la cruz con ese color. En la Antigüedad Tardía ya se constata la existencia de alguna cruz así pintada, aunque en nuestra tradición incidió mucho más la influencia de las cruces mayas, pintadas en verde por la tradición autóctona y reorientadas hacia la simbología cristiana por los frailes evangelizadores del Nuevo Mundo. Las cruces verdes fueron muy frecuentes en las iglesias de nuestros pueblos y ciudades, aunque muchas de ellas sufrieron la embestida de repintes y lijados para sacrificar el valor del símbolo en aras del realismo visual.

La invocación del santo viacrucis que tanto se ha rezado en esta cuaresma, con el «te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, que por su santa cruz redimiste al mundo», anticipa las aclamaciones del Viernes Santo durante la adoración de la cruz, una cruz que es signo de muerte esperanzada, con sus brotes y sus verdes, y que, dentro de pocas horas, durante la celebración pascual, lucirá radiante y luminosa como signo de victoria.

 

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