miércoles, 24 de mayo de 2023

Dejar morir a los caballos

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Esther Ferreira Leonís

Culo Colorao y Boca Ratonera | Foto: E.F. Leonís

24-05-2023 

Los abriles más tiernos han aromado mi mirada, remozando el horizonte, como el agua fresca brota de manantial remoto, con las primeras emociones de un niño que entrega su virginal conciencia a una procesión de Semana Santa.

Contiene su correteo en nerviosa espera, resignado a dibujar una desvirtuada fila en la calle, ansiando la llegada del desfile de congregantes -porque así se llaman en tierras zamoranas, quienes dan testimonio de su fe-, al arrullo del olor de las almendras, que en su abrazo almibarado con la noche, se hacen santo y seña de los días de Pasión en Zamora. Y es, en la noche, la capa blanca elegante reflejo de la luz de la luna que llora con la Madre, incitando la mano de aquel incipiente semansasantero a rozar, en clandestina trastada, su fervor más ilusionante: ser hermano de la Tercera Caída. ¿Habría sido ese primer rayo certera luz que prende la devoción?

    ¿Qué es devoción?

Los capuchones en su caricia roja de corazón en consuelo hacia el cielo negro en su negro duelo, son como ese que él quiere sentir cubriendo su primer rostro de cofrade, en la madrugada charra, cuando Salamanca mece a la Madre que abre su regazo, [1]donde se aprieta fuerte la pena para ahogarla/porque a los pies de la cruz se hinca injusta/la entrega de un hijo. Duelen tantos hijos… El rostro de la Piedad no solo interroga tu nombre, te nombra, arrastra todas las penas y perdona todos los castigos, es rostro imantado que te conduce al rostro del Amado, es razón de lo absoluto ya que [2]nace en el éxtasis de tu pecho ardiente/ la paz de nuestra respiración porque tus manos altas/ en destello reclaman la Palabra cumplida. Duele tu Hijo…

    ¡Qué Virgen más bonita! Es una madre triste tan bonita…

Pero percuten las raíces, en sus latentes venas de niño, el secreto de su herencia humilde y es el Señor entregado quien nos grita dónde las calaveras preguntan también por nuestro nombre, para consumar nuestra existencia con Él, en el Paraíso. Y en el temblor del llanto de las antorchas nacen otras lágrimas, inesperadas, que rubrican la sed que anuncia la fe más pura, más honda, sin acicates, la de un niño.

    ¿Por qué lloro?

Belleza, tradición, devoción, los fines de una hermandad… ¿cuál es el clic que aviva el calor de la fraternidad?

    El capuchón azul, ese es el que más me gusta.

    Será porque inunda de sentido la respiración más esencial, cuando los niños aún no se reconocían en nuestros abuelos. Porque en su azul navegan las aguas que nos dan vida y refulge el color del cielo donde seremos vida tras la muerte.

Solo la Vera Cruz organizaba las procesiones en aquel lejano siglo XVI y, pasando unos cuantos hasta nuestros días, fue recorriendo su historia que ha sido la de todos los salmantinos.

Todos los cofrades lo somos de la Vera Cruz: por tradición, - ¿quién no ha lanzado desafiante su mirada niña a Culo Colorao y Boca Ratonera?; por devoción cuando sentimos las siete espadas en nuestro pecho, culpándonos del dolor de la Madre, que es «sereno, noble, reconfortante», dice Unamuno de la Virgen de los Dolores y añade «Me pareció ver mi patria»; y porque hacemos patria de nuestra ciudad, también somos cofrades de la Ilustre Cofradía de la Santa Cruz del Redentor y de la Purísima Concepción de la Virgen, su Madre, cuando descendemos de la cruz al Hijo de todas las madres, en el acto más significativo de Salamanca en la Semana de Pasión.

Seamos todos los cofrades hermanos en la Vera Cruz.

Paz y bien.



[1] y 2 Ferreira Leonís, E., El fruto de tu vientre; Alma Mater, JCLP, 2023.

 

 

 


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