lunes, 30 de marzo de 2015

Fotógrafos en las procesiones

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José Fernando Santos Barrueco

Fotógrafos en la salida de la Hermandad de Jesús Amigo de los Niños | Fotografía: Pablo de la Peña

30 de marzo de 2015

La numerosa presencia de fotógrafos en nuestras procesiones ha llegado a unos niveles que pide una reflexión para evitar situaciones no deseables. Vaya por delante que no se trata de culpar, y mucho menos apuntar, a nadie en particular. Excluyendo a los profesionales de la prensa gráfica, que, como en todas partes, conocen su oficio y realizan su labor, voy a hablar en sentido impersonal, aunque en algunos aspectos pueda sentirme incluido. Empecé en esto hacia finales de los 60. Éramos muy pocos y se hacían pocas fotografías (quiero recordar a Luis Monzón, buen fotógrafo, contertulio y amigo).

Las cosas han cambiado radicalmente. La tecnología digital permite hacer cientos de fotografías en cualquier condición de luz y verlas en el momento. Éstas y otras ventajas y la aparición en 1985 del concurso fotográfico para el cartel oficial y, más tarde, de distintas revistas y carteles, vino a sumar un buen número de fotógrafos que ha ido aumentando año tras año. Algunos llegan con una motivación económica o solamente fotográfica y ven la procesión como algo estético, y más en el itinerario monumental salmantino; otros, como una costumbre arcaica y hasta extravagante que merece ser fotografiada.

La masificación trae consigo situaciones y actitudes contrarias al respeto que exige la procesión: discusiones sobre la colocación y actitud de unos y otros, risas y comentarios en voz alta; andar por el centro de la misma sintiéndose con todo el derecho y agruparse delante de los pasos; en ocasiones, los hay que se despistan mirando sus fotografías y provocan situaciones incómodas; la desfachatez de alguno llega a pedir que se pare el paso en un determinado lugar, a veces con alusiones irreverentes hacia la imagen, y a dirigirse a cofrades para que se retiren o se coloquen de determinada forma; otros molestan acercando mucho la cámara a unos bonitos ojos tras un capirote o a un reguero de cera suspendido de un cirio, a un rosario o escapulario que se lleva devotamente o a unas cadenas, o pidiendo a los turiferarios que paren, pongan incienso y volteen el incensario (cuando un fotógrafo atisba una de estas "ocasiones" hay "efecto llamada" y la llegada de otros resulta atosigante y desagradable). Todo esto molesta y entorpece la procesión. Provoca también efectos indeseados con la gente: hay zonas donde esta está esperando con paciencia y se queja, con razón, ante la llegada masiva de fotógrafos que se ponen delante sin consideración alguna, argumentando que "están trabajando" (parece que participar en el concurso o llevar una cámara confiere unos derechos en lo que es una simple afición, no más respetable que la de ver la procesión).  

Últimamente, la proliferación de móviles de todo tipo con buenas prestaciones para la fotografía convierte a cada espectador en un fotógrafo. El número de los que están en la procesión produce otro efecto llamada en los espectadores, que se animan también a salir agravándose las situaciones aludidas. Algunas calles, haciendo un mal chiste, se convierten en una auténtica estación de penitencia. A esto habría que añadir las nuevas modas de enviar fotos en tiempo real por Whatsapp y los "selfies" (con los bastoncitos que conllevan), que pueden resultar muy molestos si la gente no se retira y no guarda silencio.

Las soluciones no son fáciles. Las vallas, salvo en alguna zona, no son viables y no resultan prácticas. Conceder acreditaciones ya se hizo y no sirvió. Además, no se pueden dar a unos y negar a otros. ¿Con qué derechos? Esto no significa que no se den algunas por la Junta o las cofradías para sus fines. Algún cambio en el concurso del cartel podría reducir el efecto llamada. Sin entrar en alternativas drásticas, como buscar otras expresiones artísticas distintas de la fotografía, o cuestionar premios en metálico, vemos que algunos premios de los últimos años están hechos fuera de la procesión propiamente dicha (en el último cartel, absolutamente) y otros no evidencian una invasión de la misma. Está claro que no es preciso estar muy dentro para hacer un buen cartel. Las bases del concurso podrían primar y estimular la creatividad fuera del espacio de la procesión "formal". Para otros fines turísticos distintos del cartel, como ferias, campañas o documentación divulgativa, la Junta y las hermandades disponen de buen material fotográfico o pueden conseguirlo de los fotógrafos habituales.

También podrían establecer normas para estar dentro de la procesión: guardar silencio y respeto a lo que supone, no molestar ni dirigirse a los cofrades, evitar detenerse delante del paso y quedarse en el centro cuando no se hagan fotografías, etc. No es fácil salir y volver a entrar, pero habría que buscar alternativas, como ir delante o detrás y moverse con discreción por los laterales. Exigir su cumplimiento correspondería a las cofradías. Con respeto y educación se puede "invitar" a alguien a que lo haga o salga de la procesión. Unas pocas advertencias tendrán efecto inmediato si todos se conciencian y estoy seguro de que los fotógrafos habituales serían los primeros en colaborar. Otros podrán objetar que la calle es pública para moverse libremente, pero los organizadores de una manifestación (en este caso de fe) autorizada, con normas e itinerarios definidos, tienen el derecho y la responsabilidad de exigir el respeto y el orden para que transcurra por los cauces que le son propios. Habría que hacer de ello un "hábito" y nunca mejor dicho.

A los cofrades también les corresponde algo: en la procesión y salvo los responsables de  organización, deben "pasar de fotógrafos" y no atender peticiones; y las paradas deben ser para descansar y no "descansos sin discreción". Mantener una posición y actitud de recogimiento y guardar silencio retraerá a muchos a entrar para realizar fotografías y, si lo hacen, lo harán con más respeto.  


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