jueves, 28 de mayo de 2015

También talleres de comunicación

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Abraham Coco
Las necesidades de comunicación en las cofradías de hoy era irrelevantes años atrás | Fotografía: Pablo de la Peña

28 de mayo de 2015

Que comunicar es perentorio en las cofradías hoy lo escribimos hace un mes. Nos centramos entonces en el cómo y en por qué es imprescindible que la vida de nuestras hermandades discurra también por los cauces abiertos por las nuevas tecnologías. Y añadíamos que tiempo habría para repensar aspectos como el uso de webs o redes sociales.

Podemos comenzar por un análisis cuantitativo. Las dieciséis corporaciones penitenciales que forman parte de la Junta de Cofradías tienen presencia en internet bien sea a través de un portal propio, de un blog o de perfiles en Twitter, Facebook, YouTube e incluso Instagram. La creación de ssantasalamanca.com a cargo de Miriam Labrador en febrero de 2012 fue el acicate definitivo para que las cofradías dieran el paso y comenzaran a perder el miedo a esa participación digital activa. Es cierto que las primeras webs de hermandades surgieron tiempo antes, pero no con esa conciencia de comunidad online que la constancia informativa del citado estímulo ha conseguido configurar.

Los canales mencionados vendrían a sumarse a los ya comentados en el anterior artículo, email o newsletter, pero en ningún caso a sustituirlos. Una web o una cuenta en las redes sociales añade una vía de contacto para el cofrade y configura otra principal como escaparate y fórmula de contacto para el resto de la ciudadanía, miembros o no de otras hermandades, y para los posibles visitantes. No quiere decir esto que las cofradías deban ser las encargadas de fomentar el turismo de Semana Santa, pero sí ser las primeras en la configuración de un relato: qué somos, qué hacemos, por qué lo hacemos, cuál es nuestro patrimonio... Y otras funciones de servicio: desde cómo puedo inscribirme a qué horarios de cultos en sus templos o de atención en sus sedes sociales. Infinitas posibilidades.

Y hasta aquí la cantidad, como decimos, abundante. Pero no debemos perder nunca de vista la calidad. La necesidad acuciante de hacerlo mañana mejor que hoy. En ese mismo repaso por las webs de nuestras hermandades, observamos algunos casos —los menos— que por su formato antediluviano y su actualización remota, casi no deben ser consideradas. Podría establecerse otro grupo que creyó cumplir el objetivo con la puesta en marcha de la página y después se olvidó de ella o, si acaso, la recuerdan a pocas semanas del Domingo de Ramos. Es de justicia reconocer que existe otro puñado, al menos un tercio del total, constantes e interesadas por su espacio en internet.

En cuanto a las redes sociales, son minoría las que no cuentan con perfil, pero mayoría las mudas o cuanto menos tímidas más allá de los meses de febrero, marzo y abril. Las hay cuyo último tuit data de la cuaresma, más de dos meses atrás; otras, del día de su procesión o de las semanas posteriores y, de nuevo, un selecto grupo que se mantiene tras la Pascua. Como ya escribimos y repetimos ahora, "es cierto que esta época de lo inmediato eleva el nivel de exigencia y de tiempo libre disponible para cumplir estas funciones", pero "también cabe cuestionar la adaptación de las estructuras de las juntas de gobierno, en cuyas listas se echa de menos un vocal de comunicación".

Realizado este repaso, y es aquí donde queríamos llegar, uno se pregunta si en esta ingente labor —irrelevante en las hermandades de decenios anteriores— no será precisa una ayuda al desarrollo cofradiero online. ¿Se puede fiar todo a que una hermandad cuente entre sus filas con un manitas de la tecnología capaz de configurar una página web sin que el coste se dispare? ¿Se puede fiar todo a la buena voluntad de un hermano que se ofrece a gestionar las redes sociales aunque pueda terminar confundiendo el tono con el propio de una cuenta personal? ¿No será que, de la misma forma que se vio imprescindible dar formación litúrgica o de cuestiones relativas a la conservación y restauración de imágenes, aspecto este último en el que tanto se ha concienciado y mejorado, así también son precisos talleres donde se den nociones básicas de algunos de los temas aquí mencionados? Si las instituciones o empresas dan tanta importancia a la figura del community manager, ¿no sería bueno instruir sobre cómo sacar el máximo partido a su utilidad y no cometer deslices? Vamos más allá: ¿no habría sido bueno —o aún lo es, estamos a tiempo— de contratar a través de la Junta de Cofradías una plataforma marco para crear webs que pusiera las cosas más fáciles a las congregaciones y representara una inversión económica asumible en conjunto? Del mismo modo que se proponen sesiones sobre arte belenista, ¿no se antojan también relevantes otras sobre los ámbitos aquí enumerados?

Todas estas consideraciones sobre el entorno digital podrían aplicarse a cuestiones de la comunicación tradicional en papel como los boletines, su maquetación o planteamiento. En el capítulo sobre publicaciones del libro Arte y cultura en la Semana Santa salmantina, Fernando Benito Martín da un somero rapapolvo a las cofradías por la arbitrariedad o la falta de rigor en el tratamiento de determinados detalles como la ausencia del ISSN o el Depósito Legal en una revista periódica. En favor de ellas, planteo ahora lo siguiente: ¿alguien se ha preocupado de explicarles por qué esto es tan importante? Como en todo lo comentado, todavía estamos a tiempo a hacerlo. Por si lo habíamos olvidado, el espíritu que impulsa estas iniciativas es el de la evangelización, que ha de adaptarse a la realidad cambiante.


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