jueves, 30 de junio de 2016

Jornada de reflexión

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Carlos García Rioja

Una mujer contempla el paso de la Virgen de la Esperanza por la Plaza Mayor | Fotografía: Alfonso Barco

30 de junio de 2016

Coinciden los expertos en señalar que la muy española tradición electoral de hacer paréntesis entre la campaña y la votación está a punto de cumplir cuatro décadas de vida. Una norma tan aparentemente sana e higiénica para nuestras mentes como anacrónica −por imposible− en tiempos de internet, en los que el "ruido mediático" nunca se detiene. Una pausa, el silencio, para recapacitar y pensar en una época −ésta la que nos ha tocado vivir− en la que muchas veces no hay tiempo para estudiar pros y contras, escuchar otras opiniones, valorarlas y forjar las propias...

La Semana Santa, así sin ningún "de", anda falta de jornadas de reflexión para asistir a "comicios" en los que decidir sobre su futuro. Y no me refiero a la elección, con suerte, de algún hermano mayor o presidente. Sin estar oficialmente convocados, todos los cofrades estamos llamados a participar en más de un referéndum en los que decidir sobre nuestros particulares brexits: permanecer siendo lo que somos o abandonar ese statu quo para buscar nuevos horizontes en cada uno de nosotros, en nuestras hermandades, en nuestras Semanas Mayores.

Vivimos tiempos inciertos. En lo político, en lo social, en lo económico. También en esta celebración centenaria que ha superado vicisitudes y circunstancias a favor y en contra, transformándose con ellas. Evolucionando, claro que sí, para bien o para mal; madurando o quizá no tanto y por ello debamos repensar ahora si el camino que estamos recorriendo es el idóneo y remamos en la buena dirección.

Más allá de las particularidades de cada ciudad, sin temor a ser tildado de pesimista, considero que nos estamos centrando en los decorados, olvidando a los personajes y a los actores de esta impresionante obra coral que es la Semana Santa. Nos aferramos a la forma, olvidando el fondo, lo cual es malo... o, tal vez, no lo es tanto. Que cada cual juzgue a su criterio pues, al menos, estará haciendo un ejercicio de introspección. Pero con sinceridad. Sin vendas, interferencias ni tapujos.

Decía que andamos escasos de reflexión, de igual forma que vamos cortos de diálogo. Al igual que en la escena política que tenemos de nuevo ante nosotros, en el seno de las cofradías se trazan con frecuencia "líneas rojas" que impiden escuchar −o siquiera dar la oportunidad de expresarlas− opiniones contrarias a la oficialidad y al "pensamiento único" que muchas veces anida a la sombra de algunas juntas de gobierno. Y es que no pocas estarían encantadas de imponer la "disciplina de voto" como si de un partido se tratase para que, quien se mueva, no salga retratado...

La pasada Cuaresma tuve ocasión de repensar una vez más qué es y qué debe ser hoy la Semana Santa gracias al programa Vuelta y vuelta que el genial Manu Sánchez dedicó a la celebración por antonomasia de Andalucía, pues se emite en su televisión autonómica. En él, personajes de muy distinto tipo y de pareceres incluso antagónicos reflexionaban sobre los vicios y virtudes de la misma. Una práctica que deberíamos llevar a cabo a menudo, tanto en las tres personas del singular como del plural. Más autocrítica y menos autocomplacencia. Quizá la conclusión final fuese que, como en la canción de Julio Iglesias, La vida siga igual pero, a buen seguro, que hasta llegar a ese punto habríamos descubierto interesantes visiones, ideas, consideraciones que nos enriquecerían como cofrades, como hermanos y como personas.

En esta misma línea, la tertulia Pasión lleva más de un cuarto de siglo convirtiendo decenas de sábados en perfectas "jornadas de reflexión". Multitud de palabras, de opiniones, de conceptos se han intercambiado en ese sanctasanctórum del pensamiento cofrade que es su "cuartel general" del Patio Chico. Una tarea encomiable mantenida en el tiempo ¡veintiséis años y los que quedan! que, para algunos, es motivo de sana envidia y orgullo por confirmar que hay más de una aldea gala que resiste estoicamente la ocupación de una Semana Santa banal y desacralizada que tiende a buscarse en gustos y formas que la hacen perder su propia personalidad.


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