miércoles, 9 de noviembre de 2016

Cultura y fe

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Roberto Haro

Imagen de la Virgen de la Almudena que hoy procesiona por las calles de Madrid | Fotografía: Roberto Haro

09 de noviembre de 2016

"Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada ni fielmente vivida", decía el Santo Padre Juan Pablo II en una de sus exhortaciones en los encuentros de jóvenes celebrados ya en su senectud.

Cada nación, cada pueblo vive la fe con esa característica que la hace diferente. Esa diferencia que se convierte en la religiosidad tradicional, folclórica, individual o colectiva, en esa religiosidad incluso de aquellos que están desprovistos de una especial formación teológica. El carácter popular de esa fe se manifiesta a través de diferentes lenguajes, gestos o intensidad emocional y participativa de todos y cada uno de los pueblos.

Así, como cada 9 de noviembre, el pueblo de Madrid celebra la festividad de Nuestra Señora La Real de la Almudena, con total seguridad la advocación más antigua de la Virgen que existe en Madrid.

Dice la leyenda que la imagen llegó a España en las manos del apóstol Santiago, siendo tallada por Nicodemo y pintada por otro apóstol, san Lucas. Es curioso cómo esa tradición popular que antes mencionaba ha ido moldeando la historia y el nombre de la imagen venerada en la capital amoldándose a las necesidades o situaciones de cada momento. Y pongamos como ejemplo el simple nombre de la imagen, pasando por los nombres de "Virgen de la Villa", "Virgen de la Vega" pasando por "Virgen del Reino" según las circunstancias de su pueblo hasta adquirir su nombre actual unos siglos más tarde.

Igual que su nombre ha variado, también han sido varias las imágenes que han llevado el mismo, ya sea en forma de pintura o de escultura a través de los diferentes templos o capillas por los que fue pasando. Desaparecida la imagen original durante la invasión musulmana, el 9 de noviembre de 1085 fue encontrada milagrosamente al rasgarse el frente de una torre de la muralla de la Puerta de la Vega que protegía la ciudad, en el momento en el que Alfonso VI entraba en la ciudad de nuevo para tomar posesión. A la imagen, desde entonces, se la dio por "real" después de pasar varias generaciones desaparecida. Y también, por privilegio real, pasó a llamarse como se la conoce en la actualidad, afirmando entonces que la madre de Dios es reina de los cielos y la Tierra, y que fue coronada el 10 de noviembre de 1948.

Muchos fueron los avatares que sufrió la imagen, desde pasar oculta a los ojos de los madrileños estando perdida a ser recuperada de forma milagrosa; de ser una imagen tallada, a una imagen de vestir y nuevamente quitado el ropaje para que luciera el esplendor de su escultura. Los diferentes movimientos cultuales, sociales y religiosos adaptaron esa religiosidad popular madrileña que han marcado el devenir de los tiempos dentro de su Historia. Los madrileños, a pesar de todas esas circunstancias, siguieron con su fe en la Virgen, y no fue hasta 1646 cuando se estableció el voto de La Villa hacia la Virgen, y con ella la devoción que tuvo siempre entre sus habitantes.

La imagen actual de la Virgen es una factura de madera de pino dorada y policromada al uso, que sostiene al niño en sus brazos y data, con mucha probabilidad, de finales del siglo XV. Una imagen que sale en procesión por las calles de la Villa y Corte en la mañana de hoy, acompañada y arropada por su pueblo, para decir, como María "aquí estoy yo", haciendo gala del voto. Una manifestación popular que se nutre de las profundas raíces cristianas que existen en España, manteniendo así el patrimonio cultural de nuestros antepasados. Esa fe hecha cultura para que, de generación en generación, sepamos cuidarla, depurarla, y enriquecerla.

Los diferentes gestos, actos de culto, peregrinaciones o simplemente procesiones, etc., son realidades que estos movimientos populares consideran como propios, distintos y hasta a veces excluyentes de la religiosidad oficial. Entornos casi antagónicos en el que el carácter popular de esa fe se impregna también de ese modelo organizativo de gestión seglar, en el que sin excluir en los actos cultuales de carácter sacramental la opinión clerical, rechazan las injerencias que puedan derivarse del mismo.

Si leemos tranquilamente la frase inicial con el que iniciaba el texto -con reflexión crítica- nos lleva a preguntarnos si uno de los asuntos importantes en la Iglesia de hoy en día es el problema de la inculturación de la fe.

Una fe que debe hacerse cultura para vivirla en plenitud.


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