lunes, 5 de diciembre de 2016

Ante los 800 años de la Orden dominicana

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José Fernando Santos Barrueco

Tramo de la Piedad, de la Hermandad Dominicana, con el Viernes Santo ya amanecido en El Corrillo | Foto: Roberto Haro

05 de diciembre de 2016

A punto de pasar la página del próximo 22 de diciembre, quisiera traer a esta revista digital la importante efeméride del 800 aniversario de la fundación de la Orden de Predicadores por Santo Domingo de Guzmán, confirmada por el Papa Honorio III ese día del 1216.

Una Orden muy vinculada a nuestra Semana Santa, desde que el 27 de marzo de 1944 en los inicios de un movimiento revitalizador de la misma, se fundó la hermandad que lleva su nombre, al acoger con entusiasmo el proyecto que los gremios de la prensa, papel y artes gráficas presentaron a los frailes, que cedieron para la procesión la imagen del Cristo de la Buena Muerte. La Hermandad Dominicana sale en la madrugada del Viernes Santo desde el templo de San Esteban, en el que reciben culto tres de sus imágenes titulares, el citado Cristo de la Buena Muerte, N. P. Jesús de la Pasión y N. Sra. de la Esperanza. En la sacristía del convento se encuentra también un crucificado con el que desde 1948 a 1974 procesionó la desaparecida Hermandad de N. P. Jesús de la Promesa. Fuera de las cofradías penitenciales semanasanteras, en el seno de la Orden se originó la Cofradía del Rosario, de advocación mariana, cuya primera fundación se remonta a 1474 (Jacob Sprenger, convento de Colonia, Alemania), respaldada casi un siglo después por el Papa dominico San Pío V. En Salamanca habría que remontarse a 1327 cuando se construye el hospital de N. Sra. del Rosario, junto a la antigua iglesia de San Esteban. Desaparecido en 1581 en la reorganización de hospitales ordenada por Felipe II, la cofradía que lo atendía pasó a ubicarse en la mencionada iglesia. Después de su larga historia hoy vive nuevos impulsos bajo el título de Real y Pontificia Archicofradía Sacramental de María Santísima Madre de Dios del Rosario y San Pío V.

Santo Domingo nació en Caleruega (Burgos) en 1170 en el seno de una familia noble y llena de virtudes cristianas. Su padre, Félix de Guzmán es venerable, como su hermano Antonio, y su madre, Juana de Aza beata, como su hermano Manés, que se unió a Domingo cuando fundó la Orden. Tuvo una buena formación cultural y moral, primero en Gumiel de Izán donde despertó su vocación religiosa, y después en Palencia tratando de llevar a la práctica la voluntad de Dios que se desprendía de la escucha de su palabra, dedicándose a la predicación y obras de caridad. Su fama llegó a oídos del obispo de Osma, a cuya diócesis pertenecía Caleruega, nombrándole sacristán del cabildo catedralicio.

En Osma mantuvo gran amistad con Diego de Acebes, que en 1201 ocupó la sede episcopal. En 1203 hicieron juntos un viaje al sur de Francia por encargo de Alfonso VIII de Castilla para concertar el matrimonio de su hijo, entrando en contacto con la herejía que se extendía por aquella zona. Repitieron el viaje dos años más tarde para la boda, pero esta se canceló y fueron a Roma a presentar al Papa Inocencio III la renuncia de Diego de Acebes al obispado para dedicarse a la evangelización. A la vuelta pasaron por Montpellier, donde el Papa había organizado una misión para predicar contra el gnosticismo de los cátaros o albigenses. Allí se dieron cuenta del fracaso de la misión por la ostentación con que actuaban y decidieron quedarse a predicar con algunos clérigos viviendo de la mendicidad. En 1207 murió Diego de Acebes en un viaje a España para conseguir predicadores y medios para la misión y Domingo se quedó prácticamente solo. Durante diez años se dedicó a la predicación con una valentía, alegría y austeridad que pudiera vencer a los herejes, a quienes su presencia les resultaba incómoda e intentaban ridiculizarlo y hasta eliminarlo. Se asombraron de su actitud cuando le oyeron que aceptaría un terrible martirio, lo que hizo que no volvieran a molestarle.

Sus ideas de formar una orden de predicadores parecían claras hacia 1215 comentándolas con Fulco, obispo de Toulouse, que le animó encontrando en aquella ciudad el apoyo inmediato de unos pocos que le ayudaron en su inicio. Era un ámbito diocesano y Domingo quería abrirse al mundo. Con ocasión del Concilio de Letrán, Fulco fue a Roma y llevó a Domingo para pedir el apoyo de Inocencio III. Cuenta la leyenda que tras un sueño del Papa en el que Domingo impedía el derrumbamiento de la basílica "laterana", le ordenó a este que fundara su nueva Orden, tomando una regla ya existente que les fuera propicia (los padres conciliares habían decretado que no se aprobase ninguna nueva regla). Al regresar Domingo a Toulouse se encontró un mayor número de hermanos, entre ellos Manés su hermano de cuna. Para hablar siempre "con Dios o de Dios", como le gustaba decir a Domingo, y con la obligatoriedad del estudio, adoptaron la Regla de San Agustín. Con ella y un primer proyecto de Constituciones volvió a Roma en 1216 y el Papa Honorio III, sucesor de Inocencio III, le entrega el 22 de diciembre la bula Religiosam Vitam en la que confirma la Orden de los Frailes Predicadores. Sin transcurrir un año, en la fiesta de Pentecostés del 1217, Domingo dispersó a sus frailes ("el trigo esparcido produce mucho fruto"), a pesar de la opiniones en contra, preocupándose de su formación para la eficacia de su labor. Realizó continuos viajes por Francia, Italia y España visitando conventos y poniendo las bases de nuevas fundaciones. Falleció en Bolonia el 6 de Agosto de 1221, tras haber celebrado allí los dos primeros capítulos generales en 1220 y 1221, en los que se terminó la redacción de las Constituciones y crearon las primeras provincias. En su lecho de muerte pidió a sus frailes caridad, humildad y pobreza, indicándoles que por su intercesión les sería más útil muerto que lo que había sido en vida. En 1234 fue canonizado por Gregorio IX, su gran amigo, valedor y admirador.

En 1228 se tienen las primeras noticias de la llegada de los dominicos a Salamanca ocupando la iglesia de San Juan el Blanco, extramuros de la ciudad en la ribera del Tormes. La crecida del rio en 1256 destruyó la iglesia y el 9 de noviembre de ese año el obispo les entrega la iglesia de San Esteban, una antigua parroquia de la repoblación de la ciudad en el siglo XII. En 1524 se pone la primera piedra del templo actual, construida sobre la antigua iglesia. Tras muchas vicisitudes, en 1610 terminan las obras, aunque hasta inicios del XVIII no se acabó el retablo, fresco del coro y otras obras del convento, tal como hoy se conoce.


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