miércoles, 29 de marzo de 2017

Pregones y pregoneros

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Félix Torres

Momento del acto que reunió el pasado lunes a una veintena de pregoneros de la Semana Santa de Salamanca | Foto: EC

29 de marzo de 2017

Este último lunes, dentro de ese excelente ciclo de actividades a que nos está (mal)acostumbrando la Junta de Semana Santa con motivo de su 75 aniversario, quienes asistieran al patio del Casino de Salamanca convertido en platea pudieron disfrutar de los últimos cuarenta años de pregones de nuestra Semana Santa.

Políticos Jesús Málaga, Alberto Estella, Julián Lanzarote, Isabel Jiménez y Alfonso Fernández Mañueco, poetas Zoilo Gascón, José Manuel Ferreira e Isabel Bernardo, maestros Eugenio García Zarza, Remigio Hernández y José Ramón Alonso, pastores de nuestra iglesia Daniel Sánchez, José Román Flecha, Braulio Rodríguez Plaza, Antonio Romo, Marceliano Arranz, Florentino Gutiérrez y Raúl Berzosa, un militar Francisco Morales, un historiador Francisco Javier Blázquez y un periodista Luis Felipe Delgado han recuperado su momento en la historia y dejado sus pinceladas, de trazo fino o grueso, en este acontecimiento que ha sido algo único y extraordinario.

Cuatro periodos de nuestra Semana Santa en sus pregones y una clara evolución en textos y pregoneros. Desde aquellos que se vieron forzados en su momento el cargo obliga y quizá también ahora o así lo parecían, hasta aquellos que ahora desgranaron sus palabras manteniendo la calidad de textos y la pasión expositiva como si no hubiesen pasado años.

Estas palabras de hoy, pronunciadas en el bello patio del Casino, fueron vehículo con el que viajar en el tiempo y llegarse hasta aquellos días en que se sintieron protagonistas entre las paredes de la Clerecía, del mismo Casino o del teatro del Liceo. Y seríamos capaces de recuperar cada uno de los periodos de nuestra historia cofrade más cercana, simplemente con poner el oído atento a lo que cada uno de ellos se trajo como recuerdo. Lenguaje sobrio en algunos y en exceso retórico en otros; medido en el tiempo para aquellos que acataron las normas o prolongado en exceso, vacuo exceso a veces, en quienes supieron hacer de su capa sayo de pregonero; cargado de belleza en los menos o pleno de tópicos en los más.

En fin, que, escuchando a la pléyade allí reunida, quienes anduvieron atentos pudieron comparar y calibrar niveles. Y se vio que nuestros pregones, esos que muchos esperamos cada año como instante de partida de nuestros actos penitenciales más significados, no solo han mejorado en su atrezo desde que se recitan en el popularmente querido teatro del Liceo, sino que, quizá por suerte (aunque como uno es de ciencias ve más fiable el acierto en la elección), textos e intérpretes han mejorado conforme han ido pasando los años, dejando alto, cada vez más, el listón para quienes deban ponerse ante el atril en cuantas ediciones se sucedan. Aunque si la progresión no decae... nos esperan pregones magníficos.

Lástima, digo por terminar, que se echase en falta a tanto cofrade, desde las bases a las cúpulas de nuestras hermandades, entre las butacas del patio de espectadores. No tanto por el interés intrínseco del propio acto, que lo tenía, sino porque son estos excelentes momentos para distender las charlas y poner en práctica el uso de la más antigua y mejor de las redes sociales, la conversación entre amigos y hermanos, aunque quienes no asisitieron lo hicieron, seguro, por motivos fuertes y más que justificados.


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