viernes, 14 de abril de 2017

Mirad el árbol de la cruz

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Tomás Gil Rodrigo



14 de abril de 2017

Hoy es Viernes Santo, el centro de nuestra contemplación en este día sagrado es la cruz y el Crucificado. Esta imagen que nos parece cotidiana, sobre todo estos días de Semana Santa, al principio fue un obstáculo para los primeros cristianos en el anuncio del Evangelio. Una vez aceptada la imagen, hasta que llegó a representarse el Crucificado, tuvieron que pasar varios siglos. Espero que esta reflexión sobre la cruz en la Historia del Arte, en los diez primeros siglos del cristianismo, os sirva para poner más los ojos y el corazón en la cruz gloriosa de Cristo. Si os parece, dejamos para otros años la continuación de cómo se fue representando después.

Siglos I-III:
"Predicamos a Cristo crucificado: escándalo y locura" (1 Cor 1, 23) 

La persecución hizo que durante los tres primeros siglos para los cristianos fuera imposible representar al Crucificado, tuvieron que conformarse con utilizar la cruz como símbolo.



Las primeras imágenes de cruces cristianas aparecen encubiertas y disfrazadas con los más diversos símbolos y envolturas, el áncora, el mástil de la nave, el ave extendiendo sus alas, el pico de los fosores; pero entre ellos el más frecuente es la ji (X), la inicial del nombre de Cristo en griego; es la cruz en aspa. La imagen de la X cumplía la función de abreviatura del nombre de Cristo y de cruz simbólica. Era una hábil forma de esconder la cruz y a la vez se ensalzaba el nombre de Cristo.



Desde comienzos del siglo II hasta el siglo IV no existe más que la cruz simbólica y entre todas ellas la más frecuente es la de forma de X. Cuando la X aparece junto a la P, la segunda inicial del nombre de Cristo, tenemos el crismón, cuna de las cruces cristianas en el arte. Mientras los no iniciados solo veían una áncora o una nave, el cristiano veía el símbolo de la redención. Y la ventaja del anagrama sobre el resto de los símbolos también era clara. Era más disimulado y más expresivo, más fácil de ser realizado y más glorioso. El peligro de mofa que ocasionaba la cruz, imagen del patíbulo para ellos, se camuflaba con las iniciales del Rey de reyes.



En el anagrama vinieron a darse la mano las dos ideas más esenciales del cristianismo: el misterio de la cruz y la autoridad regia de Cristo. Era la representación del hombre-Dios. En el nombre de Cristo encontraron los primeros cristianos encerrada toda su doctrina, toda su fe, todas sus esperanzas de felicidad y de redención.

Siglos IV-VII:
"Digno es el cordero degollado de recibir el poder" (Ap 5, 12)

El edicto de Milán (313) supuso el fin de la persecución cristiana. Constantino interpreta su victoria como una intervención del Dios de los cristianos. Por ello toma el signo del crismón y lo incorpora  al estandarte imperial, llamado lábaro. San Juan Crisóstomo (+ 407 dC) escribía: "La cruz que antes había sido objeto de horror es ahora tan buscada por todos que la encontramos en todos los sitios, en los príncipes y en los súbditos, en las mujeres y en los varones, en las vírgenes y en las casadas, en los siervos y en los libres, porque la cruz es impresa en la parte más noble del hombre y allí ostenta como si estuviera en una columna. Se le puede ver triunfante en cualquier lado, en las casas, en el foro, en los desiertos, en los caminos, en los montes, en los bosques, en los collados, en el mar, en las naves, en las islas, en los lechos, en los vestidos, en las armas, en los tálamos, en los convites, en los vasos de plata, en los de oro, en las margaritas, en las pinturas murales, en los enfermos, en los cuerpos de los posesos, en la guerra, en la paz, durante el día y durante la noche, en la vida y en la muerte, en los coros de los que bailan, en medio de los que se disciplinan. De tal suerte andan buscando todos a porfía su gracia inefable. Nadie se avergüenza o se pone colorado por más que se piense que fue símbolo de muerte maldita, antes bien, nos sentimos adornados con ella, más que si fuera con coronas, diademas o aderezos de miles de margaritas. Así que, no solo no nos retraemos de la cruz, sino que se nos hace amable y deseable. En todas partes la encontramos refulgiendo en los libros, en las ciudades, en los pueblos donde existe cultura y donde no existe. Con gusto preguntaríamos a los gentiles por qué causa el símbolo de condenación y de muerte maldita es ya para todos tan amable y deseable".



La extensión del cristianismo, la veneración hacia las reliquias de la cruz  halladas, según cuenta la tradición por Santa Elena en el monte Gólgota, hizo que el signo de la cruz perdiera su carácter escandaloso y pudiera ser pacíficamente poseído y presentado, incluso como signo de victoria y salvación.



Entre los siglos VI y VII se desarrollan las cruces que tienen en el vértice superior la letra rho, la segunda inicial del nombre de Cristo en griego. La cruz era trono de su regia persona, será signo de su victoria y de su estandarte real. Esa P en el árbol superior de la cruz, significaba el nombre de Cristo y de su persona presente en la cruz, decorada por su imperio sobrehumano, victorioso y sempiterno. "En el nombre de Cristo" contestaban los fieles entusiasmados alrededor de aquellas cruces, expresión no simplemente metafórica aplicada sino propia y literal.

En los brazos de esta cruz se colocó en algunas ocasiones las letras alfa y omega como afirmación de la divinidad del Verbo en contra de la doctrina arriana, que negaba la divinidad de Jesucristo. Este carácter afirmativo de la divinidad fue sustancial en el crismón, que llegó a oscurecer su verdadera significación y hasta ver en él una afirmación de la Trinidad. Prueba de ello es el notable caso del tímpano de la puerta principal de la Catedral de Jaca.

Siglos X-XII:
"Así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre" (Jn 3, 14)

La cruz, que después del siglo IV pasó a ser el centro de la vida de la Iglesia, evolucionó hacia el crucifijo en torno al siglo X u XI. Aparecen los llamados "Cristos en Majestad". En ellos el Señor, a pesar de estar crucificado, figura con aire de Majestad y a veces hasta de triunfo, en actitud de Rey eterno, insensible al dolor y más que en el tormento de la cruz en su trono real. No sufre, sino que reina; no busca la compasión, sino el reconocimiento y la obediencia. En él predomina la idea y el símbolo sobre la realidad y el pazos. Es lo contrario al crucifijo realista o pasional, como veremos.



La cruz se muestra como trono, similar a la sede en la que era colocado el Maestro Enseñante. Es el nuevo Pantocrátor. Su actitud hierática con los brazos abiertos muestra el poder de su Señorío; los clavos no pretenden atormentarle sino sostenerle en su dignidad suprema. En muchas ocasiones será colocado coronado con corona real o imperial. Aunque no es exclusivo de este tipo de crucifijos, en numerosas ocasiones se le presenta con vestiduras reales o sacerdotales.



Esta representación del crucifijo recogió la herencia de la cruz como signo de la fe. Dios reina desde la cruz (regnabit a ligno Deo). En un momento en el que van surgiendo los poderes feudales y reales, que subsanan el desorden social, y, por otra, se enfrentan entre ellos, haciendo víctimas entre sus vasallos, la fe expresa el ansia de un Rey sobre todo Rey. Y este brota desde la cruz. Es el Cristo vencedor de la muerte y de la misma cruz, convirtiéndola por él en el más excelso trono. Es el Sacerdote eterno inmolado, libre y soberanamente,  por la humanidad. Así vino a producirse el crucifijo Majestad por desenvolvimiento interno del propio significado de la cruz y con la cooperación de las circunstancias sociales en que se desenvolvían aquellos pueblos entre los que tuvo origen. El Pantocrátor en el ábside, como Maestro que enseña de la Ley Nueva y el crucifijo Majestad en el altar entregándose en generosidad a la humanidad mostrando su poder de salvación para todos. Este es el espectáculo que contempló gran parte de la cristiandad en la baja Edad Media. La cruz y el crucifijo tienen en este momento un profundo carácter simbólico; no pretende tanto reproducir la figura, sino expresar la fe, dar visibilidad a lo invisible; no reproducían los rasgos, sino la dignidad; no lo que se ve, sino lo que se cree. Es la riqueza simbólica del románico inicial marcado por la influencia oriental o bizantina.




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