miércoles, 12 de abril de 2017

La mansa mirada de aquel Nazareno

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Tomás González Blázquez



12 de abril de 2017


"Una figura de Cristo con la Cruz a cuestas, correspondiente al Cristo de la Cruz a cuestas que tiene la cofradía de la Cruz de esta ciudad, la cual figura a de ser fecha al natural, toda ella de madera seca y bien acondicionada vestidura".

Cuando el Sábado Santo de 2015 me llamó el sacerdote Tomás Gil para ver si podría acercarse a conocer de primera mano las imágenes que Pedro Hernández había tallado para la Cofradía de la Vera Cruz, como haría el Lunes de Pascua, aprovechó para comentarme el dato del encargo de un Nazareno que recogían los profesores Ceballos y Casaseca en su trabajo sobre el escultor salmantino. Era una imagen para Descargamaría contratada el 30 de enero de 1629 por los cofrades de la Cruz de esa localidad, como corroboré en el Archivo Provincial, con la mencionada condición de que tomase como modelo una talla de Jesús con la Cruz a cuestas que Hernández habría entregado a la homónima de Salamanca. Si bien en los documentos de la cofradía existentes en el Archivo Diocesano no se constata el hecho, no resulta descabellado intuir que se trataría de la imagen que el inventario de 1621 nombra como "Nuestro Señor de los Nazarenos". Así lo sugiero junto a Javier Riesco en el artículo que firmamos este año en la revista Lignum Crucis, acerca del cuarto centenario de la Procesión de los Nazarenos, establecida en 1617.

Ya no es posible aproximarse a un camarín, o a una peana, ni siquiera a un discreto rincón donde rezar ante aquel Nazareno. Perdido, vendido, rehecho, quién sabe. Su rastro se difumina como el de otras figuras que fueron sustituidas, en el natural proceso de evolución de gustos y tradiciones. Pero me quedaba, nos queda, Descargamaría. ¿Cómo no coger el coche y otra vez ponerlo rumbo a la entrañable Extremadura, para rememorar recientes pero ya viejos tiempos? Allí al Nazareno de Pedro Hernández lo llaman "el Manso Cordero" y lo veneran en una ermita que bien pudo ser sinagoga. Es una capilla de esas que tienen una pequeña abertura en la puerta para agacharse, acercar un ojo, cerrar el otro, forzar la vista y descubrir un interior oscuro pero, de pronto, no tan secreto. Como tenía llaves Jesús Blanco, un gran tipo que preside la cofradía, no hubo inconveniente en acceder a la amplia estancia, surcar su pavimento tapizado de cantos y llegar hasta la barroca hornacina donde el Cristo aguarda sus procesiones de Jueves y Viernes Santo. Lo llevan hasta la ermita del Humilladero, en la linde con Puñoenrostro, pueblo deshabitado hace décadas. Como hicimos con la iglesia parroquial (imprescindible su retablo de Lucas Mitata), también visitamos el Humilladero y los restos de la aldea desaparecida. No existe pero existió, luego es y siempre será mientras alguien la recuerde, o recorra su solar, o sueñe con ella. Sus vestigios, que podrían considerarse poco más que la nada, abren la puerta a un todo. 

Como la niebla al disiparse en las últimas rampas del puerto que conduce a Descargamaría. Como el delicioso ventanuco al que asomarse para reconocer una ermita en penumbra. Como la mansa mirada de un Jesús con la Cruz a cuestas que hace cuatro siglos llegó desde Salamanca hasta un hermoso pueblo de la Sierra de Gata, y que ahora permite imaginar cómo pudo ser aquel paso de Nuestro Señor de los Nazarenos en la tarde de los miércoles santos, rodeado de morados penitentes que vestían nuestro hábito más genuino y cargaban ligeras pero larguísimas cruces al hombro. Su mano derecha extendida, aplacando y bendiciendo. Su pie izquierdo adelantado, caminando y redimiendo. Su mirada de Manso Cordero, paciente y profunda, bien fija en quien quiera detenerse en su abrazo a la Cruz para respirar aire de Pascua.


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