miércoles, 17 de mayo de 2017

Jesús molesta

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Daniel Cuesta SJ

El Nazareno de Cuéllar (Segovia), que fue atacado con huevos la pasada Semana Santa | Foto: JMA

17 de mayo de 2017

La pasada Semana Santa ha quedado machada por los desagradables incidentes que tuvieron lugar en diversos puntos de nuestro país. Sin duda los más sangrantes fueron los que acontecieron durante las estaciones de penitencia de las hermandades de la Madrugada sevillana. Pero también cerca de nosotros pudimos ver cómo algunas personas protagonizaron ciertos actos deplorables al paso de las procesiones. Baste citar el caso del Nazareno de la villa de Cuéllar, que padeció el ataque de una lluvia de huevos que mancharon su cabeza y su túnica, o el "recibimiento" que obtuvo el paso de la Borriquilla de Salamanca por parte de tres personas semidesnudas en un balcón de la calle Meléndez.

Ante estos actos, en concreto, y algunos otros que se produjeron en diferentes puntos de la geografía española, las voces de alarma se han levantado. No son pocos los que afirman que nos encontramos en una época de crisis para la Semana Santa, proporcionada por la falta de respeto de algunos. Otros comparan dichos actos vandálicos con tristes épocas pasadas, y hay quien prácticamente predice el final de las procesiones.

Sin embargo, creo que no debemos dejarnos llevar por una serie de actos que, si bien gravísimos, condenables y continuados (puesto que son ya varios los años en los que escuchamos estas noticias), no dejan de ser puntuales. Quiero decir que no debemos dar más importancia de la que tiene al árbol que cae en el bosque, que a todos los demás que se mantienen en pie. O si queremos hacer más cofrades estas palabras: no centrarnos en los cirios que se apagaron o rompieron, sino mirar la larga teoría de nazarenos que, con una seriedad y templanza dignas de encomiar, ofrecieron su otra mejilla manteniendo los suyos derechos y encendidos. Debemos, por tanto, intentar poner los medios para que este tipo de acciones no se repitan ni proliferen, sin darles un protagonismo tal que ponga en peligro la continuación de una tradición tan nuestra como es la de la Semana Santa.

Pero al hilo de estas consideraciones y con el dolor que me producía el enterarme de la mayoría de estas noticias, me venía a la mente la idea de que Jesús molesta. Molestó en vida, molesta hoy y molestará en un futuro, simplemente porque nos pone delante de nosotros una manera de vivir que no queremos aceptar, además de que, con su vida intachable, deja manifiestas todas nuestras incongruencias y contradicciones.

Jesús molestó en vida. Quizá hubiera sido mejor que se hubiese contentado con ser simplemente el humilde carpintero de Nazaret. Pero no, él quiso cumplir con radicalidad la voluntad de Dios. Y por ello, por poner a Dios y al prójimo siempre en el centro, se granjeó la enemistad de las autoridades civiles y religiosas de su época, y en no pocas ocasiones también del propio pueblo. Todo ello le llevó a una muerte ignominiosa que fue celebrada por muchos que al eliminarlo creyeron haberse quitado de encima un gran problema. Su manera de ser le condujo a esa cruz en la que le veneramos en lo alto de nuestros pasos procesionales.

Jesús molesta hoy. Es cierto, su imagen, su Evangelio, su doctrina, sus seguidores… molestan a muchos que exigen un respeto que no practican. Su cruz en las calles o en los espacios públicos resulta hiriente para aquellos que no la ven como un símbolo del amor de Dios para con los hombres, sino como un instrumento de conquista y opresión en épocas pasadas. Su rostro ensangrentado y su cuerpo lacerado hieren curiosamente la sensibilidad de aquellos que se encuentran inmunizados ante la violencia que presentan diariamente los medios de comunicación. Y por ello algunos deciden hacer con él lo que otros ya hicieron en la primera madrugada de Viernes Santo de la historia: insultarlo, faltarle al respeto, asustar y dispersar a sus discípulos y tratar de borrar de la sociedad todo lo que tenga que ver con él. Los que actúan así, realmente conocen poco de Jesús y su mensaje de amor que ha sido capaz de soportar y sobrevivir a las situaciones más adversas y complicadas.

Pero Jesús también molesta a los creyentes y a los cofrades. Sus palabras y su ejemplo nos incomodan a nosotros, cristianos y cofrades del siglo XXI, cuando nos ponen de manifiesto que no vivimos lo que predicamos. Que no dejamos que Dios sea el centro de nuestra vida, que no luchamos porque nuestros prójimos puedan vivir dignamente y que convertimos de nuevo la casa de su Padre en una cueva de ladrones. Jesús molesta cuando vivimos un cristianismo vacío y descafeinado de Ramos a Pascua, y también cuando nos creemos superiores, o mejores cristianos convirtiendo nuestra fe y nuestras obras en armas arrojadizas contra los demás.

Y por último, Jesús molestará en el futuro, puesto que su vida y su mensaje seguirán siendo contraculturales en todos los tiempos y en todas las circunstancias. Porque su apuesta radical por Dios y el prójimo seguirá haciendo heridas a nuestros planes y cálculos humanos. Y también porque seguirá poniendo la otra mejilla y dando una oportunidad tras otra a todos los que le ofenden, rechazan o traicionan.

Jesús molesta, sí, pero a la vez atrae. Puesto que nos muestra un camino de felicidad tan plena y tan inabarcable, que preferimos contentarnos con pequeñas dosis y porciones que podamos controlar. Ojalá Jesús no deje de molestar nunca nuestra vida y nuestros planes y así podamos parecernos cada día un poco más a él.


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