miércoles, 8 de noviembre de 2017

¿Somos gente?

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Paco Gómez

Cofrades del Cristo Yacente con capirote y con el rostro descubierto. Genéricamente, gente | Fotografía: Pablo de la Peña

08 de noviembre de 2017

"Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre" (Lc 6,20-23)

Ni la crisis y su efecto sobre las economías familiares. Ni la subida del IVA. Ni, mucho menos, plantearse algún posible problema de calidad para conectar con el público. Por favor, hasta ahí podíamos llegar. La culpa de que las butacas no estén llenas sesión tras sesión la tiene ni más ni menos una práctica que dura apenas una de las cincuenta y dos semanas del año y que además tiene pinta de ser muy perniciosa. Justo: la Semana Santa. Ya lo ha dicho José Luis García Sánchez: "¡Vayan más al cine y menos a las procesiones!". Y asunto arreglado.

El ya famoso y polémico consejo del cineasta salmantino en su discurso de agradecimiento al recibir en Valladolid la Espiga de Oro de la Seminci al conjunto de su trayectoria no deja de ser una anécdota que hay que encajar, por supuesto, en el marco de la libertad de expresión y en el derecho de cada uno a pensar y opinar lo que le venga en gana.

Dicha con la habitual socarronería de nuestro ilustre paisano (Lázaro de Tormes, Tirano Banderas, Tranvía  a la Malvarrosa, El vuelo de la paloma…), la frase me parece, no obstante, susceptible de comentario por ser representativa de un fenómeno que vengo percibiendo con creciente resignación.

Todo colectivo –y cuando digo todo, es todo–, merece el mayor de los respetos en el mundo de lo políticamente correcto. No hay práctica, pasatiempo, postura ante la vida, pseudofilosofía, neopsicología, convicción alimentaria o entregada afición que no merezca una foto, un apretón de manos y una respetuosa toma en consideración desde las instancias públicas. ¿Todas? No. Todas, con la única excepción del de los creyentes.

Podríamos ser capaces, incluso, de acotar un poco más y no sería errado hablar de los creyentes cristianos, porque quizá los de otras confesiones gocen, desde distintos espectros ideológicos, de un grado de tolerancia que para sí quisiera el seguidor de Jesús.

Hace unas semanas, con motivo de la concesión de la Medalla de Oro de Salamanca a la Junta de Semana Santa, por una vez no reprimí mi habitual tendencia a no comentar en público los asuntos de la actualidad más cercana y a través de las redes sociales en las que estoy presente mostré mi malestar con la decisión de la agrupación de electores Ganemos Salamanca de no apoyar esta concesión defendiendo, como argumento principal, la deseable laicidad del Estado.

Pero no, no se trata de eso. Para qué engañarnos a estas alturas. Les aseguro que no hay nadie más convencido de la conveniente separación radical entre los poderes públicos y el poder espiritual de la Iglesia (cuya confusión ha generado a lo largo de los siglos daños incuantificables y lamentablemente ha hecho correr la sangre y silenciado conciencias y voces críticas), sin que eso tenga que significar que lo religioso quede relegado o marginado a lo personal, privado y casi clandestino.

Pero no, no se trata de eso. Fórmulas existían para haber apoyado la solicitud si hubiera un mínimo de buena voluntad en este sentido. Lo expuse y lo repito, la Semana Santa de Salamanca no es solo una manifestación religiosa. Es un vestigio antropológico de más de cinco siglos. Es cultura viva que hace mejor la sociedad que tiene al lado a través de infinidad de iniciativas. Es sentimiento que peleó y pelea por la igualdad de la mujer y en el que, al fin y al cabo, debajo de un paso o con un cirio en la mano, no importan mucho ni clases ni linajes.

Cualquier enfoque hubiera servido. Pero más bien y por el contrario, sirvan como ejemplo estos dos momentos recogidos en el artículo, se sigue buscando la manera de ignorar que en los bancos de las iglesias, en las filas de los besapiés, en las romerías, al otro lado de los respiraderos –hombro con hombro–, en la paciente espera de la acera lo que hay ante todo y sobre todo es gente. Gente que por llevar una cruz colgada al cuello o tatuada en el corazón no ha dejado de valer tanto como cualquiera.


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