miércoles, 13 de diciembre de 2017

Son para rezar...

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Javier Prieto

Santísimo Cristo de la Humildad, obra de Fernando Mayoral para la Hermandad Franciscana | Foto: Ángel Benito Sánchez

13 de diciembre de 2017

La pasada semana se presentaba la nueva obra de Fernando Mayoral para la Semana Santa de Salamanca, y ante esto de los estrenos a los cofrades nos suele salir un carisma de tertuliano de corazón que nos lleva a diseccionar las obras o enseres con un cierto aire de superioridad (como si las obras de nuestras cofradías fuesen cesiones del Museo del Prado).

Y he de reconocer que algo así me ocurrió al ver las primeras fotografías del Cristo de la Humildad, con cierta frialdad fui localizando aquellos elementos que plásticamente no me convencían hasta alcanzar un veredicto negativo sobre la imagen. Por suerte, dos buenos amigos de Salamanca, que estuvieron presentes en la bendición, me dieron la clave que le faltaba a mi análisis de laboratorio: "Hay que rezar delante de él".

En ocasiones se nos olvida la finalidad de las imágenes, y en cierto modo de todo lo que hacemos en las cofradías, mover a la oración y llevar a Dios. Las imágenes no valen más por una estética u otra, ni tan poco por el estilo en el que se realizan, el valor de nuestras imágenes está en su capacidad de conmover. Pero esta conmoción no es mera sensibilidad, ni un emotivismo superfluo, las imágenes han de conmovernos hacia la actitud de oración, situarnos en un plano diferente al de nuestro día a día, un plano de comunicación con Dios.

Y es que las imágenes no son un fin en sí mismas, la belleza o el valor de las mismas son secundarios, pues nuestras tallas han de ser medios, vías que nos facilitan el acceso a un ámbito de cercanía con Dios, para el que son una ayuda, pero no son necesarias. En esta época en que la imagen, lo externo, vale tanto, y adquiere en ocasiones más valor que el auténtico ser de las cosas, los cristianos no podemos caer en los riesgos de una cultura de la apariencia, algo que desgraciadamente ocurre a menudo en las cofradías. Por ello hay que huir de los juicios banales, de los criterios subjetivos y preocuparnos de la integridad de lo que hacemos, de la misión que la Iglesia confía a las cofradías: anunciar el mensaje de Jesucristo.

Por eso ante la realidad uniformada y los modelos únicos, hay que saber valorar la riqueza de una Semana Santa que sigue mirando hacia el futuro, con nuevas aportaciones y nuevos proyectos. Habrá cosas que nos gusten y cosas que no, pero hemos de valorarlas no desde nuestra subjetividad sino desde la objetividad de lo que son. Puede que el Cristo de la Humildad, a quien le debo aún una visita, nunca llegue a "gustarme" pero no podré negar su valor si logra que ante él muchos contemplen al Siervo de Dios.


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