lunes, 16 de abril de 2018

'Miradle resucitado' (CP 26, 4)

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Tomás Gil Rodrigo

Los grabados realizados en Amberes, por Adrien Collaert y Cornelio Galle en 1613, sobre la vida de Teresa, un año antes de su beatificación, estampas que se difundieron por todos los Carmelos e iglesias, fueron el modelo a seguir por los artistas.

16 de abril de 2018

Si el encuentro con la imagen del Cristo muy llagado en 1554 provocó la conversión personal de Teresa, la visión mística de Cristo resucitado en 1561 marcará la segunda etapa de su vida, pues la animará a realizar la reforma del Carmelo: "Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó todo esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado" (Vida 28, 3). De nuevo Teresa tiene que acudir a las imágenes pintadas de su época para explicar su visión del Resucitado. Una de las primeras fue la que seguramente contempló en el retablo mayor de la Catedral de Ávila, pintado por Santa Cruz; otra, años más tarde, mientras fundaba en Toledo, en Santo Domingo el Antiguo, pintada en 1577 por El Greco. Estos artistas coinciden en representar al Resucitado como Cristo vivo, saliendo del sepulcro victorioso, enseñando las llagas de la Pasión, vestido con manto y portando una bandera. Pero hay una pintura que hay que destacar, la que manda pintar Teresa al final de su vida para la última fundación de Burgos en 1582. Es un encargo que realiza conforme a sus apariciones del Resucitado. Hoy esa obra la guardan las monjas del San José de Ávila. Esta imagen coincide perfectamente con la descripción que hace el Padre Gracián a la hora de contar la visión de Teresa sobre el Resucitado: "Muchas veces se le presentó la imagen de Jesucristo en la imaginación, como resucitado, con corona de espinas y llagas y un manto blanco" (J. GRACIÁN, Escolias a la Vida de Santa Teresa).

Resucitado que manda pintar Teresa al final de su vida para la última fundación de Burgos

No debemos pasar por alto que los encuentros de Teresa con el Resucitado suceden en la Eucaristía. A diferencia de las imágenes que son una aproximación a la persona de Cristo, solo un símbolo, la Eucaristía es su presencia real, por eso para Teresa es la imagen por excelencia de Cristo resucitado: "Hele aquí sin pena, lleno de gloria, …compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros" (Vida 22, 6). Hay un cuadro de un Cristo del siglo XVI de la escuela de Albert Bouts, que se ha relacionado con la piedad teresiana, copiado en las puertas de muchos sagrarios, para que contemplemos que la Eucaristía es la presencia viva de Jesús, resucitado y glorioso, y al mismo tiempo enseñando las heridas luminosas de su Pasión.

Después de la beatificación (1614) y canonización (1622) de Santa Teresa, los artistas del siglo XVII encontraron en sus visiones místicas de Cristo una fuente de inspiración. Estamos ante el estilo barroco, al que le interesaba representar, más que los aspectos humanos de los santos, su aventura de contemplar cara a cara a Dios. Si antes las imágenes exteriores de Cristo influyeron en la oración de Teresa, ahora las imágenes interiores, que ella veía con los ojos del alma, contados en sus escritos, serán las que afecten a las obras del barroco. Los grabados realizados en Amberes, por Adrien Collaert y Cornelio Galle en 1613, sobre la vida de Santa Teresa, un año antes de su beatificación, estampas que se difundieron por todos los Carmelos e iglesias, serán el modelo a seguir por los artistas.

Cristo del siglo XVI de la escuela de Albert Bouts relacionado con la piedad teresiana

De entre las muchas visiones contemplativas que tuvo Teresa de Cristo, se eligieron y representaron aquellas que servían mejor a la doctrina de la Iglesia Católica. En el Monasterio de la Anunciación de Alba de Tormes, lugar donde murió y se conservan sus restos, tras la ampliación de la iglesia a mediados del siglo XVII, se encarga al pintor real Francisco Ricci, en 1674, realizar cuatro medallones para decorar las pechinas de la nueva cúpula. Apreciamos el modo peculiar de pintar de Ricci: imaginativo y con pinceladas sueltas. La imagen de Teresa es un fiel retrato a cómo era, basado sin duda en la que pintó Juan de la Miseria. Cada lienzo recoge cuatro visiones de Teresa de Jesús, que son las más destacadas y representadas en el arte, aparte de la transverberación: La Visión de la Santísima Trinidad, Los Desposorios místicos, La coronación de Teresa y La imposición del collar y la capa por la Virgen y San José. Las dos primeras pinturas, que están colocadas de frente, con la intención de ser vistas mejor, sobre el altar y el sepulcro, son las que tienen que ver directamente con la persona de Cristo, y son con las que vamos a terminar nuestra mirada al Jesús de Teresa.

Empezamos por aquel en el que vemos a Cristo resucitado entregando un clavo a Teresa. Es el momento en el que, como cuenta Teresa, se mereció ser esposa de Cristo: "Entonces.. dióme su mano derecha y dijóme: 'Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy'" (Relaciones 35). Francisco Ricci se atreve a más que otras representaciones artísticas, donde solo Cristo entrega el clavo a Teresa, como aparece en la pintura que se encuentra en el camarín del sepulcro, porque pinta a Cristo traspasando la mano derecha de Santa Teresa. El artista representa a Cristo como el esposo que invita a su mujer, Teresa, a consumar su matrimonio, compartiendo sus mismos padecimientos: "Padecer quiero, Señor, pues Vos padecisteis" (Vida 11, 2).

Los Desposorios místicos de Francisco Ricci

El culmen de la experiencia mística de Teresa es que Cristo se le ha aparecido también en el seno de la Trinidad: "… y como yo estaba mostrada a traer solo a Jesucristo siempre, parece me hacía algún impedimento ver tres Personas, aunque entiendo es un solo Dios" (Relaciones 18). Pero Teresa queda sorprendida porque no es lo mismo lo que ella ve y lo que se pinta de la Trinidad en su tiempo: "A las personas ignorantes parécenos  que las Personas de la Santísima Trinidad todas están, como lo vemos pintado, en una Persona, a manera de cuando se pinta en un cuerpo tres rostros" (Relaciones 32, 2). La visión de la Santísima Trinidad, como tres personas distintas y unidas, garantiza la verdad de lo que contempla Teresa y su  comunión con la Iglesia. En 1628 fueron prohibidas por Urbano VIII las representaciones artísticas de la Trinidad tricéfala, porque inducían a la herejía. De esta manera, Francisco Ricci pinta en el medallón de Alba, siendo fiel a lo que dice Teresa y a lo que la Iglesia establece, a la Trinidad como tres personas distintas que están en comunión de amor en la gloria del cielo. Pero Teresa aparece dirigiéndose solo a la persona del Hijo, el cual muestra las heridas de la pasión, ya que solo por medio de su sagrada humanidad, en contra de lo que creían algunos espirituales de la época, se puede entrar en la experiencia altísima de contemplar a Dios Trinidad: "Veo que queréis dar a entender al alma cuán grande es, y el poder que tiene, esa sacratísima Humanidad junto con la divinidad" (Vida 28, 9). En el lienzo de Ricci el Padre es la persona que mira al espectador, nos invita a dar respuesta a la pregunta que hizo a Teresa: "Parecíame que la persona del Padre me llegaba a sí y decía: '…yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a esta Virgen. ¿Qué me puedes tú dar a mí?'" (Relaciones 25, 2).


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