lunes, 14 de mayo de 2018

Acompañados de la presencia viva de Cristo: la Eucaristía y las hermandades (y IV)

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P. José Anido Rodríguez, O. de M.

Fiesta Sacramental de la Cofradía de la Vera Cruz en la octava del Corpus Christi | Fotografía: Heliodoro Ordás

14 de mayo de 2018

Con la mirada puesta en la celebración grande del Corpus Christi, quiero rematar este tour de force sobre hermandades y Eucaristía con una mirada a la procesión central de nuestra vida litúrgica. La existencia de las hermandades, como he defendido, surge y se alimenta de la Eucaristía. De esta fuente inagotable, que es la vida misma de Cristo entregada por nosotros, nace la fraternidad y todas las actividades en las que se plasma (la preocupación por los más desfavorecidos, la formación o la evangelización a través de una estación de penitencia). En el Corpus y en su procesión la Iglesia, y las hermandades dentro de ella, muestran la adoración pública a aquel que es su cabeza y piedra angular. En palabras del Directorio de piedad popular y liturgia, los fieles nos sentimos "'pueblo de Dios' que camina con su Señor, proclamando la fe en él, que se ha hecho verdaderamente el 'Dios con nosotros'" (n. 162). Esto no es del todo nuevo en la historia de la salvación.

Tras la salida de Egipto y el encuentro con Dios en el monte Sinaí, Israel caminaba unido, organizado como pueblo, portando el Arca de la Alianza, con Moisés actuando como su capataz (gracias a Daniel Cuesta SJ por su certera apreciación). Con el Arca los acompañaba la presencia de Dios. El Señor caminaba en medio del pueblo elegido. Este es un anhelo presente en toda su historia. Por eso, el profeta Isaías anuncia que el nombre del Mesías será Emmanuel, Dios-con-nosotros. En Jesús se cumple esta promesa: el Hijo camina sobre la tierra como un hombre, llamando a sus discípulos, iniciando el Reino con la llamada a la conversión, afrontando su pasión y muerte, redimiendo al mundo con su resurrección. Las cofradías, en sus procesiones, representan ese caminar: las imágenes del Señor lo muestran humano, sufriente, en medio de su pueblo que camina penitente asociado a los misterios finales de su vida terrenal.

La devoción a las imágenes de los titulares es muestra del ansia de todo creyente, de todo hermano, por contemplar el rostro mismo de Jesucristo. Pero el Señor no nos ha dejado librados a nuestra suerte hasta su regreso glorioso al final de los tiempos. Cristo nos acompaña en nuestro caminar, para esto nos ha dejado la Eucaristía, en ella está presente real y substancialmente. Comulgando con su cuerpo y su sangre nos unimos del modo más estrecho con él. En la procesión de Corpus mostramos en público nuestra fe en ese misterio de la presencia sacramental de Dios Hijo, caminamos con él en medio de nosotros. Aquello que en las otras procesiones realizamos de modo simbólico, a través de imágenes, en la de Corpus lo realizamos de modo real. De aquí la importancia capital de la participación de las hermandades en su celebración.

En la procesión de Corpus no participan solo las hermandades, sino toda la diócesis. Toda la Iglesia local acompaña la presencia real de su Señor. Las cofradías se integran en esta proclamación pública de la fe, en este acto público de adoración. Llevan a plenitud aquello que manifiestan en sus cultos externos. Ahora bien, aquí debe haber un diálogo abierto para la correcta inserción de las cofradías en esta procesión. Ellas tienen sus características propias que deben ser respetadas e integradas en este culto público de la diócesis. He sostenido y defiendo que las hermandades tienen como peculiaridad la evangelización a través de la belleza, de la belleza en los cultos tanto externos, como internos. La procesión de Corpus es un momento ideal para este apostolado. La organización concreta del cortejo, el adorno del trayecto con alfombras florales o de sales, la ubicación y decoración de distintos altares en los que el Santísimo pueda realizar una estación y desde los que realizar la bendición..., todo esto son elementos de los que las cofradías pueden responsabilizarse realizando su misma vocación. Esto exige generosidad por parte de las autoridades eclesiales: la procesión del Corpus "pertenece" a todo el pueblo de Dios al margen de que tenga que existir alguna instancia coordinando su realización, por esto todos los grupos de la diócesis, desde sus carismas, deberían aportar a su desarrollo. Es toda la Iglesia local en la multiplicidad de sus manifestaciones la que acompaña a su Señor por las calles de la ciudad.

La participación en el Corpus no es la única forma que tienen las hermandades de fomentar el culto a la Eucaristía. Las adoraciones al Santísimo de cada cofradía por separado o la celebración de minervas refuerzan en cada una su vinculación con el Señor sacramentado. Además de la acción de hermandades penitenciales o de gloria, han surgido corporaciones –o ramas dentro de las anteriores– dedicadas de modo especial al culto eucarístico. La responsabilidad de estas hermandades es triple: hacia los hermanos, debe formarlos para que tengan una especial sensibilidad hacia la Eucaristía, la colaboración con la Adoración Nocturna puede ser muy provechosa; hacia el resto de cofradías, recordando cuál es la fuente de nuestra fraternidad y cómo debemos valorarla; y hacia la Iglesia en general, siendo apóstoles de la Eucaristía en medio de los bautizados. Su presencia es testimonio permanente de la actitud de todo cristiano hacia la cumbre de los sacramentos.

La celebración de Corpus no puede ser algo aislado, una flor de un día. La adoración pública al Santísimo Sacramento surge y conduce a la participación en la misa y en ella culmina con la comunión eucarística. De este modo volvemos al inicio de esta serie de cuatro artículos. Mucho –o quizás no tanto– he escrito y, sin embargo, todo puede resumirse de este modo: la importancia fundamental de la Eucaristía en la edificación de una hermandad sana. Solo participando como comunidad de la vida ofrecida por el Señor en la Eucaristía, podremos reafirmar nuestros lazos fraternos y, así, desempeñar nuestra labor evangelizadora en medio de la sociedad, con nuestras procesiones y estaciones de penitencia llevando a Dios a través de la belleza, con todas nuestras actividades formativas que nos permiten crecer en la comprensión de nuestra fe, con nuestra preocupación activa por el bienestar de nuestros hermanos más desfavorecidos. Sirvan pues estas líneas para ayudarnos a construir una vida cofrade arraigada con firmeza en Cristo. Vale.


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