viernes, 18 de mayo de 2018

La ambigüedad de la religiosidad popular

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Daniel Cuesta SJ

Romería del Rocío que tiene su meta en Almonte (Huelva) el Domingo de Pentecostés | Fotografía: ABC de Sevilla

18 de mayo de 2018

Pasada la Semana Santa, en el calendario cofrade se abre una época marcada por las fiestas y las romerías. De nuevo en ellas se vuelve a poner de manifiesto una de las contradicciones de nuestra sociedad en vías de secularización. Y es que, aunque los templos y comunidades se encuentren en muchas ocasiones vacíos, lo cierto es que las multitudes suelen arropar y desbordar a las imágenes del Señor, la Virgen y los santos en sus fiestas, romerías y procesiones.

Ante esta realidad, de un modo semejante al que pasa con la de la Semana Santa, existen diferentes tipos de reacciones y explicaciones. Por un lado, están aquellos que, desde dentro y fuera de la Iglesia, quieren explicar estas fiestas únicamente desde su aspecto externo, festivo y folclórico. Así, dirán que en las romerías ya no hay fe, sino solo cultura, tradición, alcohol, fiesta, etc. Siempre me ha resultado curioso ver cómo en este bloque se pueden aunar perfiles tan diferentes como el del ateo o agnóstico que mira con recelo a estas realidades de la religiosidad popular, como al de aquellos creyentes que, viendo la poca profundidad de muchos de los romeros y cofrades, tienden a despreciar y ridiculizar toda la vaciedad e impureza que rodea a estas fiestas.

En la otra cara de la moneda, nos encontrarnos con la gente que son objeto de las críticas lanzadas por el bloque anterior. Aquellos que viven las romerías y fiestas desde lo puramente externo y vacío. Para ellos, estas celebraciones no son sino un pretexto más para hacer fiestas, realizar excesos, eso sí, siempre desde un barniz de tradición familiar o local.

Por último, estarían aquellos fieles que se acercan a las imágenes que se veneran en las romerías con un auténtico espíritu de fe. Los que caminan durante una o varias jornadas, rosario en mano, deseosos de encontrarse con el Cristo, la Virgen o el santo de su devoción. Para ellos, las imágenes, así como sus cultos y las fiestas son un verdadero camino para llegar hasta el Dios verdadero. Es cierto que no son muchos, quizá muchos menos de los que esperaríamos, pero ¡haberlos haylos!

Pues bien, una vez dibujado este esquema y división, con el que muchos se enfrentan, miden y tamizan a las romerías y a la religiosidad popular en general, me gustaría decir que, en mi opinión, es pobre, superficial e incompleto. Y lo afirmo con conocimiento de causa, dado que me he criado en un ambiente cofrade y romero y, además, después, como jesuita, he tenido la suerte de poder escuchar y acompañar a mucha gente de todo tipo que participa en manifestaciones tradicionales de piedad. Por todo ello, puedo decir que, siendo una realidad que el ambiente de la religiosidad popular es ambiguo, no lo es menos el hecho de que detrás de esa ambigüedad se esconden en muchos casos anhelos y búsquedas de Dios. En este sentido, creo que todas estas manifestaciones deben tratarse con mucho más cuidado del que en la mayoría de los casos se afrontan por parte de muchos cristianos. Y, sobre todo, se debe de tener en cuenta que, ante su ambigüedad se hace más que evidente el hecho de que no podemos medirlas todas con el mismo rasero, ni pensar que lo que se ve en una gran mayoría de sus integrantes es lo único que hay y, por supuesto, no dar por sentado que debajo de una aparente vaciedad no puede haber un anhelo de Dios que necesita de purificación.

Para centrar un poco todo esto a lo que me estoy refiriendo, voy a poner dos ejemplos de dos grandes romerías que se miden con raseros totalmente diferentes: el Rocío en Huelva y Quyllurit'i en Perú. Las dos se celebran más o menos en la misma fecha: la primera en Pentecostés y la segunda en la Ascensión. En ambas, los romeros caminan durante días hasta llegar al santuario en el que se venera la imagen de su devoción. Al llegar a ellos, celebran en común con peregrinos venidos de otras tierras y, pasada la fiesta, marchan a sus casas. La base religiosa de ambas festividades es clara, pero en ellas se entremezclan también aspectos culturales, festivos y folclóricos, así como algún que otro exceso que poco tiene que ver con el cristianismo. Sin embargo, pese a sus semejanzas, la manera que tenemos de analizarlas es radicalmente distinta en muchas ocasiones. Así, frente al Rocío, solemos encontrarnos con juicios duros, que afirman sin demasiado conocimiento que se trata de una fiesta vacía y poco cristiana. Pero, por el contrario, muchas de las personas que califican así la romería almonteña ven en la fiesta de Quyllurit'i una manifestación de fe pura y sincera, llevada a cabo por la gente sencilla (sin darse cuenta de la cantidad de elementos de sincretismo religioso, fiestas y folclore que envuelven también a la misma). En el fondo, lo que nos pasa ante estos fenómenos es algo muy humano: y es que, siempre lo de fuera, lo desconocido, nos envuelve con su halo de exotismo para hacer que nos obnubilemos con ello mientras despreciamos lo nuestro.

Con todo ello, lo que quisiera decir es que, principalmente desde dentro de la Iglesia, tenemos que tener mucho cuidado con los juicios de valor que hacemos sobre las romerías, fiestas y manifestaciones de religiosidad popular en general. No debemos caer en la trampa de aquellos que, basándose en una parte de su realidad, pretenden hacernos ver solo un aspecto de esta. Sino que, más bien, deberíamos ser cautos y contemplarlas como una de aquellas puertas de la fe que se abren en este mundo secularizado en el que vivimos, o también como un signo de los tiempos con el que el Espíritu guía a la Iglesia. Por ello, creo que debemos cuidar y acompañar estas manifestaciones, sin perder el realismo. Puesto que en ellas probablemente no consigamos convertir a grandes masas, ni borrar la ambigüedad consustancial que las envuelve, pero estoy convencido que sí que podremos sembrar algo de fe entre sus participantes, que germinará cómo y cuando Dios quiera.


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