jueves, 5 de julio de 2018

Ser creyente –y cofrade– en la sociedad actual

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Paulino Fernández

Agentes de la Policía Municipal en la Rúa Mayor antes del paso de una procesión | Fotografía: Pablo de la Peña

05 de julio de 2018

Vivimos, en este país, insertos en una sociedad abierta y plural en la que se supone que las creencias, opiniones y consideraciones ajenas deben ser respetadas y protegidas.

Sin embargo, en pleno año 2018, seguimos observando en nuestro entorno la existencia de sanciones administrativas, condenas penales e incluso procedimientos en curso cuya causa se basa, si no en el propio ataque a los sentimientos religiosos, en la desconsideración hacia los mismos.

Así, y aún pensando que el verano no podría dejarnos noticias cofrades, en la mañana del 3 de julio encontrábamos una sanción en el Boletín Oficial del Estado que se relaciona con la rememoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Efectivamente, y por un acto desarrollado en nuestra ciudad, se notifica la sanción de 150 euros impuesta a un hombre, que se introdujo con una bicicleta en una procesión, por "impedir o dificultar de forma deliberada el normal tránsito de personas".

Realizando una lectura atenta del texto, encontramos que se fundamenta en la Ordenanza Municipal para la Protección de la Convivencia Ciudadana. Esta recoge, en su artículo 22, las diferentes infracciones así como su gradación. En concreto, la sanción de este comportamiento vino sustentada por aplicación de una cláusula omnicomprensiva que determina la levedad de "cualquier otra acción u omisión que vulnere lo dispuesto en la presente Ordenanza y no esté tipificada expresamente como una infracción grave o muy grave".

Este caso me sirve de punto de partida de una serie de consideraciones relativas a la realidad social en la que nos enmarcamos. Sin entrar a analizar el caso previamente descrito, puesto que desconozco las causas en las que se desarrolló y, sobre todo, si existía o no una voluntad de interrumpir o molestar por el carácter religioso del desfile, me gustaría proponer un ejercicio de imaginación común. ¿Cuántas veces hemos observado, ya como cofrade o como espectador y en nuestra ciudad o en otras, un comportamiento cuanto menos irrespetuoso por parte de algunos miembros del público? ¿Cuántas veces hemos escuchado algún improperio? ¿Cuántas veces hemos oído o leído que ocupamos la vía pública y molestamos? ¿O que deberíamos buscar otros lugares para procesionar? Son demasiadas las ocasiones en las que hemos tenido que pedir respeto para nuestros derechos, hemos tenido que sufrir gestos muy alejados de nuestras creencias o incluso hemos observado a algún agente intervenir para evitar males mayores particularmente en procesiones de noche.

Es necesario que no nos avergoncemos y mostremos públicamente nuestra condición cofrade; es necesario que tomemos conciencia de nuestros derechos como creyentes, entre los que se encuentra el derecho a manifestar públicamente nuestras creencias. Y, sobre todo, es capital que pidamos respeto para expresarnos conforme a nuestros valores, exactamente igual que respetamos las manifestaciones contrarias a nuestras ideas.


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