Silueta del Nazareno Chico de la Vera Cruz en el atardecer salmantino | Fotografía: Alejandro López |
29 de junio de 2018
Corren los tiempos un tanto inciertos, con muchos frentes abiertos, quizás demasiados, en este mundo nuestro de las cofradías. Y ahí anda el Obispado, parece que ya sin Florentino en aquestos menesteres, sin saber muy bien qué hacer y, si sabe, indeciso, esperando quizás que La Gaceta u otro medio señale el camino. Y no será porque no se ha dicho, que los informes llegan con puntualidad a Calatrava. Y no será porque no se ha hecho, que más de un año se anduvo pergeñando la panacea de las normas antes de que descansasen en la gaveta del despacho noble. Pero nada, la noticia es que no hay noticia. Hasta que algo se rompa y la bola de nieve empiece a rodar. Siempre a remolque, llegando tarde.
Y todo por miedo, por no prevenir, por no querer ponerse una vez colorado aunque luego el rostro amarillee hasta la centena, que saber anticiparse ha sido siempre la táctica del buen estratega. Pero aquí se pasa por ciego y no se quiere ver, o va la marcha y pone el ir a rodapelo. Y no se hace. Y no se previene cuando aún se está en el plazo.
Llama la atención que, a diferencia de otros tiempos, conjugados en pretérito, se da ahora un fenómeno novedoso. Bueno, realmente en el fondo no es tan nuevo, porque siempre ha estado presente con mayor o menor intensidad. Sí es nueva la retórica que lo adorna, porque antaño se expresaba de otra forma. Es la idolatría. Así, sin matices ni circunloquios. Iconoclastas y luteranos ya pusieron en su momento el dedo en la llaga. Y hurgaron con conocimiento de causa, sobre todo los segundos, que ni siquiera lo reconsideraron. Por eso hubo que revisar muchos planteamientos y, realmente, Trento lo hizo bastante bien a la hora de purificar, al menos hasta el siglo XVIII, cuando los oropeles quedaron cubiertos por el orín y la hojarasca tapaba lo esencial. Y los anti nuevamente zumbaron, ahora desde la razón. Después, en ese resurgir de la Iglesia restaurada y ungida desde planteamientos nacionalcatólicos, la burra vuelve en parte al trigo y el concilio corta por lo sano, quitando algo más que lo podrido.
Por eso, en el último renacimiento, con obispos y curas cirujanos aún en ejercicio, hubo muchas prevenciones. Cuidado, se decía, que no hay fondo. Frente a ellos estuvimos quienes defendimos siempre la validez de la religiosidad popular, el asociacionismo cofrade, la validez de la imagen como medio evangelizador. Algunos curas y obispos comenzaron a percibir entonces que la menguante parroquia podría nutrirse con el sector cofrade y modularon el discurso, los unos con sinceridad, los otros por interés.
Resultados ha habido, eso es innegable. Pero, y ahora la adversativa, ojo, que nuestros clásicos no estaban del todo desencaminados. En la inercia de este crecimiento incontrolado se han ido adhiriendo demasiados elementos espurios. Y entre ellos la idolatría, porque la semilla no cayó en tierra buena, porque no se echó el abono, porque no se supo arrancar a tiempo la cizaña, porque el agua fina de la lluvia no permeó, por estas y muchas razones, en la religiosidad popular hay idolatría, hay fanatismo, hay ausencia de evangelio y caridad, hay paganismo… Hay nada y da pavor escuchar cómo se asientan objetivos en imágenes, por muy sagradas que sean, por mucha rimbombancia que tenga el título también sagrado. Así las imágenes se tornan ídolos y quien las adora por idólatra debe ser tenido. Se dice, se escribe, se tuitea y retuitea y en la calle del Rosario bien lo saben, que enterarse se enteran, porque todo llega aunque lo guarden en el corazón doliente o en la gaveta del olvido.
Aquí está el gran peligro, en que un porcentaje significativo de los cofrades no es cristiano. Y esto, que debería ser un reto para los pastores, porque ya sabemos que el perfil cofrade no es precisamente el del militante, se convierte en un serio problema cuando estos grupos, organizados en auténticos lobbies, condicionan el rumbo de la hermandad o se hacen incluso con el poder. Los grandes problemas de nuestras cofradías, en el fondo, tienen este origen. Frágil base, por tanto. Pies de barro que algunos dicen del Señor, pero que no por mucho fardar se va a evitar que resquebrajen, porque son de barro. Y todo el edificio se desmoronará, como el coloso que soñó Nabucodonosor, en medio del estrépito más sonoro.
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