lunes, 24 de septiembre de 2018

Modo on / Modo off

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F. Javier Blázquez

María Magdalena en el paso El retorno del sepulcro de Zamora, en una imagen de archivo | Fotografía: Alberto García Soto

24 de septiembre de 2018

Dicen que ha llegado el otoño, aunque nadie lo perciba. El caso es que por estos días de la vendimia seguimos en modo off. Los pequeños aperitivos, tipo Exaltación de la cruz o Salve a Nuestra Señora de las Lágrimas, nos van preparando para entrar en harina e ir cogiéndole el gustillo a esas cosas de la Semana Santa con las que nos entretenemos y disfrutamos y, cuando nos las tomamos en serio, se convierten en acontecimientos fundamentales de nuestra vida, a veces determinándola de manera decisiva. Se trata de ir entrando, poco a poco, hasta que llega la cuaresma y el piloto del modo on se pone verde para anunciar el paroxismo de la Semana Santa. Todo tiene su calendario en nuestros quehaceres semanasanteros, que no en la práctica cristiana. Ahí siempre hay que estar en modo on, especialmente por Navidad y el triduo sacro.

Por esa razón, somos muchos los que no acabamos de entender el empeño de algunos en mantener apretado el botoncito de manera continuada. Porque, vamos a ver, por mucho que se argumente y se quieran dar explicaciones, programar un sermón del Descendimiento con procesión magna añadida durante la estación del estío, remisa este año a despedirse, chirría algo más que mucho. Y eso que Zamora es la más seria y sobria de nuestras Semanas Santas. Eso nos dijeron siempre.

Da lo mismo. Sacar los santos a la calle de manera reiterada, y casi siempre injustificada, llega a aburrir y a devaluar el carácter numinoso que de una u otra forma rodea el desfile procesional. Tantas procesiones fuera de lugar, para satisfacer las ansias de unos cuantos frikis y "sacapasos", acaban volviéndose en contra de la actividad cofrade en su conjunto.

Imagino que muchos tendrán en mente el viacrucis veraniego de la JMJ de Madrid, en 2011. Mayoritariamente convenimos que era algo extraordinario, que se haría una sola vez en la vida, con el Papa presente y toda España unida a él en la oración a través de esta manifestación de la piedad popular tan genuinamente española. Solo un carácter realmente extraordinario puede justificar la excepcionalidad. Pero no es así. Progresivamente y siguiendo dirección sur-norte se prodigan infinidad de procesiones, casi siempre de chichinabo, por todo el solar patrio. Hasta llegar incluso al reducto zamorano, que ya es decir. Como para no empezar a preocuparse. Basta echar un vistazo a los comentarios de los digitales zamoranos y descubrir que la palabra más repetida es circo, escrita además con asiduidad por gentes que, por la forma de expresarse, bien se ve que quieren la Semana Santa.

Lo poco agrada, lo mucho cansa, lo inoportuno llega a enfadar. Se hace necesaria una reflexión, profunda. Las directivas cofrades tienen que planteárselo mediante un ejercicio de sana autocrítica. Y junto a ellas, las juntas de Semana Santa y, sobre todo, los obispados tienen la obligación de poner coto a tanto desmán. El abuso de procesiones provoca el hartazgo de propios y el rechazo de extraños. Cada cosa a su tiempo y cada día su afán.


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